Resumen del libro:
La llave de cristal es una novela de misterio y suspense escrita por Dashiell Hammett, uno de los maestros del género negro. Publicada en 1931, la obra narra la historia de Ned Beaumont, un asesor político que se ve envuelto en una trama de corrupción, chantaje y asesinato cuando intenta ayudar a su amigo y jefe, el senador Paul Madvig, a resolver el caso de la muerte de un hijo de un influyente magnate.
La novela se desarrolla en una ciudad ficticia llamada Personville, pero que los habitantes apodan Poisonville (Ciudad Veneno) por el alto nivel de criminalidad y violencia que la azota. En este escenario, Beaumont tendrá que enfrentarse a una serie de adversarios que quieren acabar con él y con Madvig, entre ellos el propio padre del joven asesinado, el jefe de la policía local y el líder de la oposición política. Además, tendrá que lidiar con sus propios sentimientos hacia Janet Henry, la hermana del difunto y prometida de Madvig.
La llave de cristal es una obra que combina la intriga, la acción y el romance con una prosa ágil y directa, característica del estilo de Hammett. El autor crea unos personajes complejos y realistas, que se mueven por motivaciones diversas y que no se ajustan a los estereotipos del bien y del mal. Asimismo, retrata una sociedad marcada por el poder, el dinero y la corrupción, donde la justicia es relativa y la lealtad es puesta a prueba.
La novela ha sido considerada como una de las mejores del género negro y ha influido en numerosos autores posteriores. También ha sido adaptada al cine en varias ocasiones, siendo la más famosa la versión de 1942 dirigida por Stuart Heisler y protagonizada por Alan Ladd y Veronica Lake. La llave de cristal es, sin duda, una lectura imprescindible para los amantes del misterio y el suspense.
A Nell Martin
Un cadáver en China Street
1
Sobre la mesa verde rodaron dos verdes dados, chocaron juntos contra el borde y saltaron hacia atrás; uno de ellos se detuvo antes, mostrando seis puntos blancos, en dos filas idénticas; el otro, rechazado hacia el centro, sólo mostraba un punto al quedar inmóvil. Ned Beaumont dejó escapar un murmullo apagado.
Los ganadores limpiaron el dinero de la mesa. Harry Sloss recogió los dados y los sacudió con su manaza pálida y velluda.
—¡A dos tiradas! —exclamó, dejando sobre la mesa un billete de veinticinco dólares y otro de cinco.
Beaumont se retiró.
—Sigan con él; yo tengo que reponer fondos.
Cruzó la sala de billar hacia la puerta, donde se encontró con Walter Ivans, que entraba.
—¡Hola, Walter! —saludó.
Hubiera continuado andando si Ivans, cogiéndole de un brazo al pasar, no le hubiese obligado a volverse.
—¿Has haa… bla… do c… con P… Paul?
Al pronunciar la P, de sus labios saltaron unas cuantas gotitas de saliva.
—Voy a verle ahora.
Los ojos azul porcelana de Ivans brillaron en su cara redonda, hasta que Beaumont, observándole con los párpados entornados, añadió:
—No esperes gran cosa. Si te es posible, aguarda aún.
A Ivans le temblaba la barbilla al decir:
—¡Pe… pero si el mes que… que viene va… va a na… nacer la criatura!
Por un momento los ojos de Beaumont mostraron sorpresa. Luego, librándose de las manos del otro, más bajo que él, dio un paso atrás y encogió el labio superior, cubierto por un bigote oscuro.
—No es el momento oportuno, Walt. Te ahorrarás disgustos si tienes paciencia hasta noviembre.
Ivans miró otra vez, contrayendo los párpados.
—Pe… pero si le di… dices…
—Se lo he dicho claramente, y puedes estar seguro de que hará lo posible; ahora se encuentra en una mala situación.
Levantó los hombros y de su cara se borró toda expresión, excepto el brillo penetrante de los ojos.
Ivans se humedeció los labios, parpadeando con insistencia; dio un largo suspiro y con las palmas de las manos empujó levemente el pecho de Beaumont.
—Su… sube en… enseguida —suplicó—. Yo es… espe… peraré aquí.
…