Resumen del libro:
«Mi padre murió hace once años, cuando yo sólo tenía cuatro. Creí que no volvería a saber nada de él pero ahora estamos escribiendo un libro juntos…».
Así comienza La joven de las naranjas, esta novela de Jostein Gaarder que hace reflexionar al lector sobre la intensidad de la Vida, pero también sobre la muerte. Una historia que nos habla del Tiempo y sobre qué somos realmente, qué misterio compartimos con el universo.
¿Elegiríamos nacer, y conocer la vida en toda su intensidad, sabiendo que quizá sea para permanecer sólo un instante en ella? ¿O rechazaríamos la oferta?
Georg, un joven de 15 años apasionado por la astronomía y por el telescopio Hubble, capaz de sacar espléndidas fotografías del universo a años luz, encuentra un día la carta que su padre le escribió al saber que iba a morir. En ella le habla del gran amor que sintió por la misteriosa Joven de las Naranjas para, finalmente, formularle una pregunta a la que Georg debe responder. Antes de contestar, Georg habrá escrito un libro con su padre, un libro que va más allá del tiempo y de los límites de la muerte.
La joven de la naranjas es un libro sobre la búsqueda e importancia del amor, y apunta directamente al corazón del lector y al gran dilema que habita en toda existencia: ¿cuál es la mirada que debemos adoptar para mirar el mundo?
«Gaarder tiene el milagroso don de volver suaves las cuestiones más serias y dolorosas de la existencia».
Nordeutscher Rundfunk.
Capítulo 1
Mi padre murió hace once años, cuando yo sólo tenía cuatro. Creí que no volvería a saber nada de él, pero ahora estamos escribiendo un libro juntos.
He aquí las primeras líneas, las escribo yo, pero poco a poco irá participando también mi padre. Él tiene más que contar.
No estoy seguro de si me acuerdo de él, probablemente sólo lo recuerdo porque lo he visto muchas veces en las fotografías que hay en casa.
Lo único que recuerdo con toda seguridad es algo que ocurrió una noche en que estábamos sentados en la terraza mirando las estrellas.
En una de las fotos, mi padre y yo estamos sentados en el sofá de piel amarillo del salón. Al parecer, él me está contando algo agradable. Aún tenemos ese sofá, pero mi padre ya no se sienta en él.
En otra foto estamos descansando en la mecedora verde, en la terraza acristalada. La foto está colgada aquí desde que murió mi padre. En este momento estoy sentado en la mecedora verde. Intento no mecerme porque estoy escribiendo en un gran cuaderno. Más tarde lo pasaré todo a limpio en el viejo ordenador de mi padre.
También tengo algo que contar sobre ese ordenador, pero volveré a ese tema más adelante.
Siempre me ha resultado extraño conservar todas esas fotos viejas. Pertenecen a un tiempo distinto al de ahora.
En mi habitación tengo un álbum lleno de fotos de mi padre. Es un tanto siniestro tener tantas fotos de una persona que ya no vive. También conservamos vídeos suyos, me resulta un poco tétrico oír su voz. Mi padre tenía una voz estruendosa.
Quizá debería estar prohibido ver vídeos de personas que ya no existen, o que ya no están entre nosotros, como dice mi abuela. No me parece bien espiar a los muertos.
En alguno de los vídeos también puedo escuchar mi propia voz. Es aguda y chillona. Me recuerda a la de un pajarito.
Así era entonces: mi padre era el bajo y yo el tiple.
En uno de los vídeos estoy sentado sobre los hombros de mi padre intentando coger la estrella del árbol de Navidad. No tengo más que un año, pero casi logro engancharla.
Cuando mamá está viendo vídeos de mi padre y míos se echa de vez en cuando hacia atrás y se ríe mucho, aunque ella era quien en su momento estaba detrás de la cámara grabando. A mí no me parece bien que se ría cuando ve vídeos de mi padre. No creo que a él le hubiera gustado. Tal vez habría dicho que eso era incumplir las reglas.
En otro vídeo, mi padre y yo estamos sentados tomando el sol delante de nuestra cabaña en la montaña Fjellstølen. Es Semana Santa y tenemos cada uno media naranja en la mano. Yo intento sorber el zumo de la mía sin pelarla. Seguro que mi padre está pensando en otras naranjas muy distintas.
Fue justo después de esa Semana Santa cuando mi padre se puso enfermo. Estuvo enfermo durante más de medio año y tenía miedo de morir. Creo que sabía que no iba a vivir mucho.
Mamá dice muchas veces que mi padre estaba especialmente triste porque tal vez iba a morir antes de tener tiempo de conocerme de verdad. La abuela dice algo por el estilo, sólo que de una forma más misteriosa.
A la abuela siempre le sale una voz un poco rara cuando me habla de mi padre. Tal vez no sea de extrañar. Los abuelos perdieron a un hijo adulto. No sé cómo sienta eso. Afortunadamente, tienen otro hijo que vive. Pero la abuela nunca se ríe al mirar las viejas fotos de mi padre. En esas ocasiones está en un estado de recogimiento, según sus propias palabras.
Al parecer, mi padre había decidido que no se podía hablar en serio con un niño de tres años y medio. Hoy entiendo lo que quería decir con eso, y tú que estás leyendo este libro también lo entenderás.
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