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La importancia de llamarse Ernesto

Resumen del libro:

La importancia de llamarse Ernesto es una obra de teatro escrita por Oscar Wilde en 1895. Se trata de una comedia que satiriza las costumbres y la hipocresía de la sociedad victoriana. La obra gira en torno a dos amigos, Jack y Algernon, que se inventan unos alter egos llamados Ernesto para escapar de sus obligaciones sociales y conquistar a las mujeres que aman, Cecilia y Gwendolen. Sin embargo, sus planes se complican cuando descubren que ambas están enamoradas del nombre de Ernesto y que tienen una misteriosa conexión familiar.

La obra destaca por el ingenio y la ironía de los diálogos, llenos de juegos de palabras y dobles sentidos. Wilde utiliza el humor para criticar la moralidad, el matrimonio, la educación y la religión de su época. También explora temas como la identidad, la sinceridad y el amor. La obra fue un éxito desde su estreno y se ha convertido en un clásico de la literatura universal. Ha sido adaptada al cine, al teatro musical y a otros medios.

La importancia de llamarse Ernesto es una obra divertida, inteligente y elegante que muestra el talento de Oscar Wilde como dramaturgo y como crítico social. Es una obra que invita a reflexionar sobre la importancia de ser uno mismo y de no dejarse llevar por las apariencias.

PERSONAJES

JOHN WORTHING (JACK), juez de paz.

ALGERNON MONCRIEFF.

GWENDOLEN FAIRFAX.

CECILIA CARDEW.

LADY BRACKNELL.

Reverendo canónigo CHASUBLE.

SEÑORITA PRISM, institutriz.

LANE, criado.

MERRIMAN, mayordomo.

ACTO PRIMERO

Saloncito íntimo de mañana, en el piso de soltero de Algernon, ubicado en la calle Half Moon. La habitación está suntuosa y artísticamente amueblada. Lañe prepara en la mesa el servicio para el té de la tarde, y luego de que cesa la música, entra Algernon.

ALGERNON.—¿Has escuchado lo que estaba tocando?

LANE.—No, señor; pues pienso que es impropio hacerlo.

ALGERNON.—Entonces, lo siento por ti. No toco con precisión. Todo el mundo toca con precisión, sin embargo, yo toco con una expresión estupenda. Respecto al piano, los sentimientos son mi fuerte. Guardo la ciencia para la Vida.

LANE.—Sí, señor.

ALGERNON.—Y, ya que hablo de la ciencia de la Vida, ¿ya tienes preparados los sandwiches de pepino para lady Bracknell?

LANE.—Sí, señor.

Se los muestra en una bandeja.

Algernon los examina, toma dos, se sienta en el sofá y dice:

ALGERNON.—¡Oh!… Y a propósito, Lañe, he advertido que en tu libro de cuentas has anotado que durante la cena del jueves el señor Worthing, lord Shoreman y yo bebimos ocho botellas de champaña.

LANE.—En efecto, señor: ocho botellas y un poco más.

ALGERNON.—¿Por qué será que en una casa de soltero son, invariablemente, los sirvientes quienes se beben el champaña? Lo pregunto sencillamente por curiosidad.

LANE.—Supongo que se debe a la excelente calidad de esa bebida, señor. He advertido que en las casas de los hombres casados el champaña rara vez es de primera calidad.

ALGERNON.—¡Por Dios! ¿Tan desmoralizador es el matrimonio?

LANE.—Particularmente, considero que es un estado muy agradable, señor. Hasta el momento he tenido poquísima experiencia. Sólo me he casado una vez. Fue un error entre una muchacha y yo.

ALGERNON.—(lánguidamente) No sé si me importa mucho su vida familiar, Lane.

LANE.—No, señor; no es un tema muy relevante. Yo tampoco pienso en ella.

ALGERNON.—Muy natural. No lo dudo. Es suficiente. Gracias, Lane.

Lane sale.

ALGERNON.—La opinión que tiene Lane del matrimonio parece algo relajada. En verdad, si las clases inferiores no dan un buen ejemplo, ¿qué utilidad tienen en este mundo? Como clases, parece que no tienen en absoluto ningún sentido de responsabilidad moral.

Entra Lane.

LANE.—El señor Ernesto Worthing.

Entra Jack. Se retira Lane.

ALGERNON.—¿Cómo estás, mi apreciado Ernesto? ¿A qué has venido a la ciudad?

JACK.—¡Oh el placer, el placer! ¿Qué otra cosa puede traer a la gente? ¡Ah!, ¡pero estás comiendo, Algy!

ALGERNON.—(con displicencia) Creo que es costumbre en la buena sociedad disfrutar de un leve refrigerio a las cinco. ¿Dónde has estado desde el jueves pasado?

JACK.—(sentándose en el sofá) En el campo.

ALGERNON.—¿Y qué te ha obligado a encarcelarte allí?

JACK.—(quitándose los guantes) Cuando uno se encuentra en la ciudad, se divierte uno solo. Cuando uno sé encuentra en el campo, divierte a los demás. Esto es temiblemente tedioso.

ALGERNON.—¿Y quiénes son esas personas a las que tú diviertes?

JACK.—(con tono indiferente) ¡Oh! Vecinos, vecinos.

ALGERNON.—¿En tu tierra de Shropshire has encontrado vecinos tratables?

JACK.—¡Totalmente repugnantes! No hablo nunca con ninguno de ellos.

ALGERNON.—¡Debes divertirles de una manera formidable! (Se levanta y coge un sandwich.) A propósito, Shropshire es tu patria chica, ¿no es así?

JACK.—¿Qué dices? Por supuesto, así es. Y, ¿por qué están dispuestas todas esas tazas? ¿Por qué estos sandwiches de pepino? ¿Por qué esta insana excentricidad en un hombre tan joven? ¿A quién has invitado a tomar el té?

ALGERNON.—¡Oh! Solamente tía Augusta y Gwendolen.

JACK.—¡Es divinamente encantador!

ALGERNON.—En efecto, todo eso está muy bien, sin embargo, temo que a tía Augusta le disguste encontrarte aquí.

JACK.—¿Podrías decirme por qué?

ALGERNON.—Mi apreciado amigo, es por tu vergonzosa manera de coquetear con Gwendolen. Es casi tan inmoral como la forma como coquetea Gwendolen contigo.

JACK.—Estoy enamorado de Gwendolen. He venido a Londres exclusivamente para declarármele.

ALGERNON.—Supuse que habías venido a buscar placer. A eso le doy el nombre de negocios.

JACK.—Eres muy poco romántico.

ALGERNON.—Sinceramente, no distingo ni un ápice de romántico en una propuesta de matrimonio. Sentirse enamorado es muy romántico. Sin embargo, no hay nada romántico en una declaración definitiva. Porque incluso puede uno ser aceptado. Creo que de esa manera ocurre, generalmente. Y entonces se acabó todo entusiasmo. La verdadera esencia del romanticismo es la incertidumbre. Si llego a casarme, procuraré olvidarme del amor.

JACK.—Te creo, mi apreciado Algy. El divorcio fue exclusivamente inventado para personas cuya memoria está curiosamente constituida.

ALGERNON.—¡Oh! Es en vano hacer reflexiones de este tema. Los divorcios se realizan en el cielo. (Jack estira la mano para coger un sándwich, Algernon no se lo permite.) Por favor, deja de comer los sandwiches de pepino. He ordenado que los preparen especialmente para tía Augusta. (Luego de decir esto toma uno y se lo come.)

JACK.—Pero, ¿por qué me los niegas y tú no paras de comértelos?

ALGERNON.—Eso es totalmente distinto. Yo soy su sobrino. (Coge un plato) Come un trozo de pan con mantequilla. El pan con mantequilla es para Gwendolen. A Gwendolen le fascina el pan con mantequilla.

JACK.—(arrimándose a la mesa y sirviéndose él mismo) Este pan y esta mantequilla están muy sabrosos.

ALGERNON.—Es verdad, mi apreciado amigo, sin embargo, no es necesario que comas como si fueras a terminártelo todo. Actúas como si ella ya fuera tu esposa. No lo es aún y dudo que lo sea jamás.

JACK.—¿Por qué estás tan seguro?

ALGERNON.—Porque las chicas jamás contraen matrimonio con el hombre con el que coquetean. No consideran que sea honesto.

JACK.—¡Eso es una gran estupidez!

ALGERNON.—Estás equivocado. Esto demuestra por qué puedes ver un sinfín de solteros por todas partes. Además, yo no consentiría ese matrimonio.

JACK.—¿Te opondrías?

ALGERNON.—Mi apreciado amigo, Gwendolen es mi prima hermana. Y antes de aceptar que sea tu esposa, has de explicarme por completo el asunto de Cecilia. (Se escucha el tintinear del timbre.)

JACK.—¡Cecilia! ¿Qué es lo que deseas saber? Jamás he cruzado una sola palabra con una mujer que se llame Cecilia.

La importancia de llamarse Ernesto: una comedia de Oscar Wilde

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