La ignorancia
Resumen del libro: "La ignorancia" de Milan Kundera
Milan Kundera, célebre novelista checo, es uno de los autores más emblemáticos de la literatura contemporánea. Su obra se caracteriza por un fino análisis de los dilemas humanos, un estilo que entrelaza filosofía y narrativa, y una profunda reflexión sobre la memoria, la identidad y el tiempo. “La ignorancia”, publicada en 2000, es una de sus últimas novelas y reafirma su capacidad para explorar los pliegues más íntimos de la condición humana.
En “La ignorancia”, Kundera nos sitúa en el reencuentro de dos exiliados, Irena y Josef, quienes, tras dos décadas lejos de su tierra natal, vuelven a cruzar sus caminos. Lo que podría parecer una historia sencilla de amor postergado se transforma, bajo la pluma del autor, en una meditación sobre el peso del pasado y la imposibilidad de recuperarlo. A través de ellos, Kundera dibuja el choque inevitable entre las memorias individuales y la realidad compartida: lo que uno recuerda no es nunca lo mismo que lo que el otro evoca. Sus recuerdos, fragmentarios y caprichosos, son como piezas de un rompecabezas que jamás encaja del todo.
La novela profundiza en la experiencia del exilio, tanto físico como emocional. Para Irena y Josef, regresar al país que dejaron atrás no significa recuperar un hogar, sino enfrentarse a una Ítaca transformada, irreconocible. Como el Ulises de Homero, descubren que el retorno no es una reconciliación con el pasado, sino un encuentro con la diosa de la ignorancia, que Kundera personifica como esa incapacidad humana de abarcar la totalidad de la experiencia vivida.
El autor, fiel a su estilo, combina diálogos introspectivos con observaciones filosóficas que retan al lector a replantearse sus propias certezas sobre el tiempo, la memoria y el olvido. La metáfora del viaje como una constante búsqueda, nunca plena ni definitiva, resuena en cada página, llevando la narración más allá de la historia particular de los protagonistas para convertirla en un examen universal de la nostalgia y la pertenencia.
“La ignorancia” es una novela sutil, íntima y reflexiva, que exige al lector mirar hacia dentro y aceptar las grietas de su propia memoria. Con un lenguaje limpio y elegante, Kundera nos recuerda que el pasado es un territorio perdido, moldeado por el olvido y por las verdades que nunca compartimos del todo. Una obra que confirma su estatus como un maestro de la literatura universal.
1
—¿Qué haces aquí todavía? —No había mala intención en el tono de su voz, pero tampoco era amable; Sylvie se impacientaba.
—¿Y dónde quieres que esté? —preguntó Irena.
—Pues ¡en tu tierra!
—¿Es que no estoy en mi tierra?
Por supuesto no quería echarla de Francia, ni darle a entender que era una extranjera indeseable.
—¡Ya me entiendes!
—Sí, ya lo sé, pero ¿olvidas que aquí tengo mi trabajo, mi casa, mis hijas?
—Escúchame, conozco a Gustaf. Hará todo lo necesario para que puedas volver a tu país. En cuanto a lo de tus hijas, no me vengas con historias. ¡Ya llevan su propia vida! ¡Dios mío, Irena, lo que está ocurriendo en tu tierra es tan fascinante! En una situación así las cosas siempre acaban arreglándose.
—Pero, Sylvie, no se trata sólo de las cosas prácticas, de mi empleo y de mi casa. Vivo aquí desde hace veinte años. Es aquí donde tengo mi vida.
—¡En tu país se vive una revolución!
Lo dijo en un tono que no admitía réplica. Después calló. Con su silencio quería decirle a Irena que no se debe desertar ante los grandes acontecimientos.
—Pero, si regreso a mi país, no volveremos a vernos nunca más —dijo Irena para poner a su amiga en un aprieto.
Esa demagogia sentimental hizo mella. La voz de Sylvie se enterneció.
—Querida, pero si pienso ir a verte. ¡Te lo prometo, te lo prometo!
Estaban sentadas codo con codo desde hacía bastante rato ante dos tazas de café vacías. Irena vio lágrimas de emoción en los ojos de Sylvie, que se inclinó hacia ella y le apretó la mano:
—Será un gran regreso —y repitió—, tu gran regreso.
Así repetidas, las palabras adquirieron tal fuerza que, en su fuero interno, Irena las vio escritas con mayúsculas: Gran Regreso. Ya no opuso resistencia: quedó prendida de imágenes que de pronto emergieron de antiguas lecturas y películas, de su propia memoria y tal vez de la de sus antepasados: el hijo perdido que reencuentra a su anciana madre; el hombre que vuelve hacia su amada, de la que le arrancó un destino feroz; la casa natal que cada cual lleva dentro; el sendero redescubierto en el que quedaron las huellas de los pasos perdidos de la infancia; el errante Ulises que vuelve a su isla tras vagar durante años; el regreso, el regreso, la gran magia del regreso.
2
En griego, «regreso» se dice nostos. Algos significa «sufrimiento». La nostalgia es, pues, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. La mayoría de los europeos puede emplear para esta noción fundamental una palabra de origen griego (nostalgia) y, además, otras palabras con raíces en la lengua nacional: en español decimos «añoranza»; en portugués, saudade. En cada lengua estas palabras poseen un matiz semántico distinto. Con frecuencia tan sólo significan la tristeza causada por la imposibilidad de regresar a la propia tierra. Morriña del terruño. Morriña del hogar. En inglés sería homesickness, o en alemán Heimweh, o en holandés heimwee. Pero es una reducción espacial de esa gran noción. El islandés, una de las lenguas europeas más antiguas, distingue claramente dos términos: söknudur: nostalgia en su sentido general; y heimfra: morriña del terruño. Los checos, al lado de la palabra «nostalgia» tomada del griego, tienen para la misma noción su propio sustantivo: stesk, y su propio verbo; una de las frases de amor checas más conmovedoras es styska se mi po tobe: «te añoro; ya no puedo soportar el dolor de tu ausencia». En español, «añoranza» proviene del verbo «añorar», que proviene a su vez del catalán enyorar, derivado del verbo latino ignorare (ignorar, no saber de algo). A la luz de esta etimología, la nostalgia se nos revela como el dolor de la ignorancia. Estás lejos, y no sé qué es de ti. Mi país queda lejos, y no sé qué ocurre en él. Algunas lenguas tienen alguna dificultad con la añoranza: los franceses sólo pueden expresarla mediante la palabra de origen griego (nostalgie) y no tienen verbo; pueden decir: je m’ennuie de toi (equivalente a «te echo de menos» o «en falta»), pero esta expresión es endeble, fría, en todo caso demasiado leve para un sentimiento tan grave. Los alemanes emplean pocas veces la palabra «nostalgia» en su forma griega y prefieren decir Sehnsucht: deseo de lo que está ausente; pero Sehnsucht puede aludir tanto a lo que fue como a lo que nunca ha sido (una nueva aventura), por lo que no implica necesariamente la idea de un nostos; para incluir en la Sehnsucht la obsesión del regreso, habría que añadir un complemento: Sehnsucht nach der Vergangenheit, nach der verlorenen Kindheit, o nach der ersten Liebe (deseo del pasado, de la infancia perdida o del primer amor).
La Odisea, la epopeya fundadora de la nostalgia, nació en los orígenes de la antigua cultura griega. Subrayémoslo: Ulises, el mayor aventurero de todos los tiempos, es también el mayor nostálgico. Partió (no muy complacido) a la guerra de Troya, en la que estuvo diez años. Después se apresuró a regresar a su Ítaca natal, pero las intrigas de los dioses prolongaron su periplo, primero durante tres años llenos de los más fantásticos acontecimientos, y, después, durante siete años más, que pasó en calidad de rehén y amante junto a la ninfa Calipso, quien estaba tan enamorada de él que no le dejaba abandonar la isla.
Hacia el final del canto quinto de La Odisea, Ulises dice: «No lo lleves a mal, diosa augusta, que yo bien conozco cuán bajo de ti la discreta Penélope queda a la vista en belleza y en noble estatura. (…) Mas con todo yo quiero, y es ansia de todos mis días, el llegar a mi casa y gozar de la luz del regreso». Y sigue Homero: «Así dijo, ya el sol se ponía, vinieron las sombras y, marchando hacia el fondo los dos de la cóncava gruta, en la noche gozaron de amor uno al lado del otro».
Nada que pueda compararse a la vida de la pobre emigrada que había sido Irena durante mucho tiempo. Ulises vivió junto a Calipso una auténtica dolce vita, una vida fácil, una vida de alegrías. Sin embargo, entre la dolce vita en el extranjero y el arriesgado regreso al hogar eligió el regreso. A la apasionada exploración de lo desconocido (la aventura) prefirió la apoteosis de lo conocido (el regreso). A lo infinito (ya que la aventura nunca pretende tener un fin) prefirió el fin (ya que el regreso es la reconciliación con lo que la vida tiene de finito).
Sin despertarlo, los marinos de Feacia depositaron a Ulises envuelto en sábanas en la playa de Ítaca, al pie de un olivo, y se fueron. Así terminó el viaje. Él dormía, exhausto. Cuando se despertó no sabía dónde estaba. Pero Atenea despejó la bruma de sus ojos y a él le embargó la ebriedad; la ebriedad del Gran Regreso; el éxtasis de lo conocido; la música que hizo vibrar el aire entre el cielo y la tierra: vio la ensenada que conocía desde la infancia, las dos montañas que la rodean, y acarició el viejo olivo para asegurarse de que seguía siendo el mismo de hacía veinte años.
En 1950, cuando hacía catorce años que Arnold Schönberg vivía en Estados Unidos, un periodista norteamericano le formuló algunas preguntas malintencionadamente ingenuas: ¿es cierto que la emigración debilita en los artistas su fuerza creadora, que su inspiración se agota en cuanto dejan de alimentarle las raíces de su país natal?
¡Imagínense! ¡Tan sólo cinco años después del Holocausto, el periodista norteamericano no le perdona a Schönberg su falta de apego a la tierra en la que, ante sus propios ojos, se había puesto en marcha el horror de los horrores! Pero no puede evitarse. Homero glorificó la nostalgia con una corona de laurel y estableció así una jerarquía moral de los sentimientos. En ésta, Penélope ocupa un lugar más alto, muy por encima de Calipso.
¡Calipso, ah, Calipso! Pienso muchas veces en ella. Amó a Ulises. Vivieron juntos durante siete años. No sabemos cuánto tiempo compartió Ulises su lecho con Penélope, pero seguramente no fue tanto. Aun así, se suele exaltar el dolor de Penélope y menospreciar el llanto de Calipso.
…
Milan Kundera. Escritor checo, cursó estudios de Literatura y Estética en la Universidad Carolina de Praga, aunque acabó por estudiar Cinematografía en la Academia de Praga. Durante este tiempo fue muy activo políticamente, formando parte del Partido Comunista Checo, con el que mantuvo una tensa relación, siendo expulsado y readmitido en varias ocasiones hasta su marcha definitiva en 1970.
Fue profesor durante varios años en el Instituto de Estudios Cinematográficos de Praga, pero tras la Primavera de Praga decidió exiliarse en Francia, donde llegó a ejercer la docencia en Rennes y más tarde en l´École des Hautes Études de París. Tras ser despojado de la nacionalidad checa por parte del gobierno comunista, Kundera se nacionalizó francés en 1981.
En lo literario es considerado como uno de los grandes autores del siglo XX, destacando no sólo por sus novelas sino también por su producción dedicada al ensayo, la poesía y el teatro. Buena prueba de esto es la cantidad de premios que ha recibido a lo largo de su carrera, como el Médicis, el Herder o el Cino del Duca, siendo uno de los nombres habituales para obtener el Premio Nobel de Literatura.
De entre su obra habría que destacar algunos títulos tan conocidos como La insoportable levedad del ser –cuya adaptación al cine obtuvo el aplauso de la crítica-, El libro de la risa y el olvido o La broma, por mencionar sólo unos pocos.