Resumen del libro:
Robert Louis Stevenson, célebre autor escocés conocido por sus obras clásicas como “La isla del tesoro” y “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, encontró en los Mares del Sur un escenario perfecto para sus últimos relatos. Stevenson, siempre un alma errante, decidió emprender un viaje hacia estas tierras exóticas tras una sugerencia de su editor norteamericano, S. S. MacClure, quien le propuso financiar el viaje mediante conferencias y relatos epistolares. Esta travesía, que comenzó en San Francisco a bordo del yate Casco, culminó en una serie de cuentos escritos entre 1889 y 1893, capturando la magia y el misticismo de estas islas.
“La hechicera y otros cuentos mágicos de los Mares del Sur” es una antología que reúne cinco relatos, todos imbuídos del espíritu aventurero y la fascinación de Stevenson por el poder de la magia. La joya de la colección, “La hechicera”, es un relato autobiográfico que explora la relación entre un joven romántico y bohemio y una mujer autoritaria y perspicaz. Este cuento, traducido por primera vez al castellano, destaca por su profunda introspección en las dinámicas de poder y seducción.
Los otros cuentos de la antología también exploran diversas facetas de lo sobrenatural y lo mágico. “El diablillo de la botella” presenta un siniestro pacto con el diablo, mientras que “La playa de Falesá” y “La isla de las voces” abordan hechizos tanto fingidos como reales, en un entorno que combina la realidad con lo sobrenatural de manera magistral. “La mujer errante” cierra la colección con una historia de maleficios inexorables y fatales, mostrando la habilidad de Stevenson para tejer narrativas que atrapan al lector hasta la última página.
Cada cuento de esta colección refleja la maestría de Stevenson para capturar la esencia de los lugares y personajes que encontró en su viaje. La atmósfera de los Mares del Sur, con su belleza y misterio, se convierte en un personaje más en estas historias, enriqueciendo las tramas con su presencia omnipresente.
“La hechicera y otros cuentos mágicos de los Mares del Sur” es una obra que no solo destaca por la calidad literaria de sus relatos, sino también por la riqueza de sus escenarios y la profundidad de sus personajes. Esta antología es un testamento del genio narrativo de Robert Louis Stevenson y su capacidad para transformar sus experiencias personales en obras de ficción fascinantes y duraderas.
INTRODUCCIÓN
Trapecista sin red
En noviembre de 1887 el editor norteamericano S. S. MacClure visitó a Stevenson en Saranac Lake, su refugio en las montañas de Adirondack (en el estado de Nueva York), y el escritor le contó su deseo de viajar a los Mares del Sur, aventura con la que había soñado desde que tenía veinticinco años. MacClure le sugirió que el crucero podía costeárselo dando conferencias en EE. UU. a su regreso y escribiendo una narración de su viaje en forma epistolar que saldría en publicaciones periódicas. Unos meses más tarde RLS llegaba a San Francisco para reunirse con su mujer, que acababa de alquilar el yate Casco a su propietario, Samuel Merritt, un excéntrico médico de Maine que había llegado a California cuando la fiebre del oro y se hizo millonario especulando con bienes raíces. Aunque se trataba de una goleta de setenta toneladas y noventa y cinco pies de eslora, construida para hacer cruceros en aguas californianas, Stevenson se proponía llegar con ella hasta los Mares del Sur y contrató también a su patrón, el capitán Otis (a quien luego retrataría en The Wrecker como Owen Nares), y a su cocinero chino (que se hacía pasar por japonés). Al amanecer del 28 de junio de 1888 el Casco fue remolcado mar adentro, pasando bajo el Golden Gate, y puso rumbo a las islas Marquesas. Comenzaba la última gran aventura del errabundo escritor escocés, a la que se lanzó fogosamente cual trapecista sin red, y que no sólo le permitió recorrer durante tres años numerosas islas del Pacífico, acompañado de su madre Maggy, su esposa Fanny y su hijastro Lloyd Osbourne, sino que le brindó un nuevo hogar, Samoa (el archipiélago que Bougainville llamó de los Navegantes), del que ya no se movería más que ocasionalmente y en el que moriría seis años después.
A bordo del Casco, RLS visitó las islas Marquesas, el archipiélago Tuamotú, las islas Sociedad, donde pasó la Navidad, y finalmente Hawai, donde encontraron a la hija de Fanny, Belle, que vivía en la isla con su marido y su hijo, y alquilaron una casa en Waikiki, a cuatro millas de Honolulú, haciendo regresar el yate a San Francisco. Al cabo de unos meses el escritor fletó otro barco, el Equator, una goleta mercante de sesenta y dos toneladas, a las órdenes del capitán Reid, y el 24 de junio de 1889 zarpó, con su mujer, su hijastro y un sirviente chino, con destino a las islas Marshall y las Carolinas, para «volver a la luz del día, después de tocar en los puertos de Manila y de China». Pero tuvieron que quedarse en las islas Gilbert, y finalmente llegaron a Samoa el 7 de diciembre de aquel mismo año, donde los recibió el reverendo W. E. Clarke, que después sería su mejor amigo en la isla. RLS vestía traje de raída franela, iba descalzo y llevaba gorra de marino, un cigarrillo en la boca y una máquina de fotos en la mano.
Al principio, el lugar no le impresionó demasiado, la isla «era mucho menos hermosa que las Marquesas o Tahití», y no se sintió «particularmente atraído por la gente, aunque son corteses». Pero poco a poco se rindió a su encanto y decidió pasar en ella el invierno. Compró trescientos acres de terreno al pie del monte Vaea, y construyó una casa que llamaría Vailima («los cinco ríos»), toda de madera verde oscuro con techo rojo de hierro ondulado. Era el comienzo de la leyenda de Tusitala, «el narrador de cuentos» para los indígenas, y el «Peter Pan de Samoa» para escritores como Henry James, Rudyard Kipling, Marcel Schwob o Edmund Gosse, quien reconoció al propio autor que «desde que Byron vivió en Grecia, nada ha interesado tanto a los hombres de letras como el hecho de que usted viva en los Mares del Sur».
En el marco incomparable de aquellas islas, Stevenson escribió, entre 1889 y 1893, sus últimos cinco cuentos, aparte de «La historia de Tod Lapraik», que incluyó en la novela Catriona (1893). Tres de ellos aluden específicamente a temas y personajes de aquellos lugares primitivos y exóticos. Y los otros dos, que además no llegaron a publicarse en vida del autor, pese a no ser nada desdeñables dentro del conjunto de su obra, son francamente insólitos y anómalos. Además de pertenecer al mismo periodo creativo que los otros tres, su agrupamiento en una misma antología se justifica sobradamente en el hecho de que ambos estuvieron a punto de aparecer en el volumen Island Nights’ Entertainments (1893). De una forma u otra existe una cierta afinidad en todos ellos: tratan incuestionablemente de ciertos aspectos mágicos, ya sea el engatusamiento en una relación amorosa, el pacto con el diablo, los hechizos tanto fingidos como reales o un maleficio inexorable y fatal.
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