La guerra gaucha

Resumen del libro: "La guerra gaucha" de

Leopoldo Lugones, uno de los más destacados escritores argentinos de principios del siglo XX, dejó una huella imborrable en la literatura nacional con su obra «La Guerra Gaucha». Publicada en 1905, esta colección de relatos es su primer trabajo en prosa y constituye una épica narrativa sobre la resistencia de los gauchos en el noroeste argentino durante la Guerra de Independencia. Lugones, conocido por su versatilidad literaria y su capacidad para capturar el espíritu de su tierra natal, utiliza en esta obra un lenguaje gauchesco que, aunque complejo para quienes no están familiarizados con este argot, añade autenticidad y profundidad a los relatos.

«La Guerra Gaucha» se desarrolla en el contexto histórico de la lucha de milicias y guerrillas en las provincias de Salta, Jujuy y el extremo sur de Bolivia entre 1814 y 1825. Estos territorios, comandados por el general Martín Miguel de Güemes, se convirtieron en el escenario de cruentos enfrentamientos contra los ejércitos realistas españoles. Los relatos de Lugones no sólo narran las hazañas bélicas de estos guerrilleros, sino que también capturan el espíritu indomable y el profundo sentido de justicia y libertad que los impulsaba.

Cada relato de «La Guerra Gaucha» está impregnado de una fuerza épica que resalta el heroísmo y la valentía de los gauchos. Lugones consigue transmitir con maestría la dureza de la vida en la guerra y la pasión de aquellos que luchaban por la independencia. La naturaleza, omnipresente y casi un personaje más en la obra, se describe con un lirismo que contrasta con la brutalidad de los combates, subrayando la conexión profunda entre los gauchos y su tierra.

El éxito de «La Guerra Gaucha» no solo se debió a la potencia de sus relatos, sino también a su capacidad para tocar el corazón de los lectores con historias de sacrificio y coraje. Este éxito literario fue tal que, en 1941, se adaptó al cine en una película homónima dirigida por Lucas Demare, con un guion de Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi. La película, protagonizada por destacados actores de la época, como Enrique Muiño y Francisco Petrone, llevó la épica de Lugones a un público aún más amplio, consolidando la obra como un pilar de la cultura argentina.

En resumen, «La Guerra Gaucha» de Leopoldo Lugones es una obra maestra que combina historia, literatura y el profundo amor del autor por su tierra y su gente. A través de sus relatos, Lugones inmortaliza la lucha y el espíritu de los gauchos, ofreciéndonos un testimonio vibrante y conmovedor de una de las épocas más cruciales en la historia de Argentina.

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PRÓLOGO

Nueve años después de haber llegado a Buenos Aires desde su provincia natal, Leopoldo Lugones publica un conjunto de relatos que muestran la profunda metamorfosis operada en la prosa por los modernistas: La guerra gaucha. Había nacido en la provincia de Córdoba en 1874, año en que Nicolás Avellaneda asumía la presidencia de la Nación e iniciaba la Conciliación Nacional, tratando de poner fin a las luchas intersectoriales que, como coletazos de enfrentamientos anteriores, todavía dividían al sector gobernante. En 1896 Lugones se traslada a la ya consagrada en 1880 capital del país e ingresa a la redacción de El Tiempo. Para entonces Buenos Aires se había convertido, en gran medida, en la cosmópolis que Rubén Darío alabara al llegar a ella en 1893. El encuentro con Darío no hace sino afirmar la creciente importancia de Lugones en el campo literario. Los elogios que le prodiga el poeta consagrado, líder del Modernismo, le otorgan una posición que trasciende la fraternidad en el “misterio de la lira” para convertirse en difusión y consolidación del que sería —⁠a diferencia de su coetáneo Macedonio Fernández⁠—, por los rasgos de su escritura y por ciertas posturas que adoptaría luego frente a las vanguardias nacientes, el poeta modernista más importante de la Argentina. Los ataques y defensas de que sería objeto unos años después por parte de la vanguardia martinfierrista de 1922 no hacen sino confirmar su dimensión de primer poeta nacional.

En los tiempos de su llegada a Buenos Aires animaba a Lugones una fe revolucionaria que denostaba la sociedad en que vivía y propiciaba un profundo cambio estructural. En 1897 junto con José Ingenieros funda la revista La Montaña, subtitulada “Periódico Socialista Revolucionario”. La virulencia de los artículos hizo que poco tiempo después la publicación fuera víctima de distintas maniobras de censura: secuestro de una edición, problemas judiciales, revisión previa, dificultades económicas. Sin embargo, Lugones e Ingenieros siguieron adelante con su obra hasta publicar el número 12, en que debieron cerrar. En 1897 aparece el primer libro de poemas de Lugones Las montañas del oro.

La guerra gaucha se vincula con la preocupación escrituraria por el tema nacional acentuada en los años siguientes, fruto de los sucesivos cambios ideológicos que se operarán en el propio Lugones y en consonancia con el clima del país al acercarse el Centenario de la Revolución de Mayo, emergente festivo de una sociedad transformada que enterraba para siempre la Gran Aldea que presidiera Nicolás Avellaneda al nacer Lugones.

1910, año del Centenario, promueve una serie de actos y festejos. Dice David Viñas en Literatura argentina y realidad política: “En 1910, la Argentina imaginada en 1852 y en 1880 estaba allí, frente a los ojos de todos, igual a un toro brillante y rotundo exhibido en una exposición rural. Y como todo determinismo es tranquilizador, homenajes y optimismo se proyectaron más que nunca sobre un futuro…”. De esos actos conmemorativos participan activamente los intelectuales que ensalzan las realizaciones del presente o se adentran en el pasado buscando valores sobre los que asentar la idea de Nación. La voz poética emerge en cantos celebratorios que traspasan la categoría de “poesía de circunstancia” para conjugarse con la nueva imagen que la clase dirigente forjaba del país. Canto a la Argentina de Rubén Darío y Odas Seculares de Leopoldo Lugones serían los exponentes más altos de esta presencia que abarcó también a historiadores, ensayistas, novelistas. Pero trascendiendo el marco específicamente argentino, la nueva situación americana, consolidadas sus repúblicas y frente a un ordenamiento internacional diferente signado en especial por el avance de los Estados Unidos, suscita una inquietud intelectual muy marcada que hace a la variedad de las ideas que circulaban en ese entonces y que quizás, en lo estético, con el nombre de Modernismo, intentaba dar cuenta de, justamente, la contradictoria modernidad latinoamericana.

Modernismo, un nombre polivalente

En la penúltima década del siglo XIX surge en América hispana un movimiento que, sobrepasando los límites literarios, ofrece, en su heterogéneo fluir, un pensamiento de características propias, al definir como rasgo común la voluntad de romper la tradición imitativa, especialmente de España y de procesar activamente los variados gérmenes del mundo, por lo menos del “mundo civilizado”. Se podría resumir en esa actitud el mentado cosmopolitismo modernista. Los considerados precursores: José Martí y Julián del Casal, en Cuba; el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y el colombiano José Asunción Silva fueron, en verdad, los iniciadores de un cambio en profundidad que, si bien se dirigió primordialmente a la poesía, también ocurrió en la prosa. La peculiar condición de este iniciador que fue Martí es sujeto de múltiples polémicas, sobre todo a la luz de la línea dominante que asumió el Modernismo, consolidada en la figura de Rubén Darío. Por su actividad como poeta e intelectual y su viaje paradigmático por América, Darío va a condensar en su persona las características salientes de la imagen del poeta y del nuevo modo de escribir. Buenos Aires se presentaba, en el tiempo en que arriba Darío, como la ciudad privilegiada para la propuesta que el nicaragüense pretendía desarrollar. El afán cosmopolita del Modernismo se ve ampliamente ratificado en una ciudad que trataba de hacer realidad el postulado mitreano de América para el mundo y que en sus discursos alentaba la llegada de los inmigrantes a encontrar en la Argentina su tierra prometida. El Modernismo contó con una fuerte infraestructura periodística que sirvió de base de difusión del movimiento: los diarios La Nación y La Prensa, que por ese entonces tendían a incorporar propuestas renovadoras, así también El Mercurio de América, e inclusive La Biblioteca, dirigida por Groussac.

El término Modernismo, peyorativo para algunos, evidencia un cambio en la literatura que se condice con las nuevas condiciones en que iba a desarrollarse la actividad letrada ante el impacto de la modernización. Rubén Darío había utilizado el término en un sentido general para referirse a lo nuevo, a lo que se rebelaba contra un romanticismo anquilosado en busca de una nueva forma de expresión. La independencia que debía concretarse también en la literatura. En el año en que Lugones se instala en Buenos Aires, 1896, Darío publica Prosas profanas, en cuyas “Palabras Liminares” se encuentra toda una declaración de la estética que preconizaba aunque no quisiera reconocer epígonos. La idea que se sostiene pese a las variantes y que serviría de punta de lanza a las vanguardias es la defensa de la autonomía del arte.

El Modernismo destaca, por sus fuentes impresionistas, el valor sensorial de la palabra, sus posibilidades cromáticas. De los parnasianos franceses hereda la obsesión por la construcción arquitectónica del verso y el trabajo con los materiales refinados. Quizá la vinculación más importante sea respecto de los simbolistas franceses no sólo en cuanto a la valoración de la musicalidad —⁠el famoso: “la música ante todo” de Paul Verlaine⁠—, sino también a la concepción de la poesía como la forma suprema de búsqueda del ideal.

Si cuando se habla de Modernismo se piensa ineludiblemente en Darío es quizá porque su figura, como decíamos antes, opera una suerte de síntesis de tendencias ya actuantes en las letras hispanoamericanas e inclusive les imprime con grado de liderazgo una línea propia. La consideración de los llamados “primeros modernistas” no simplemente como “precursores” permite desplegar un panorama más variado en cuanto a los rasgos definitorios del movimiento que no se subsumirían entonces en la estética dariana.

Interesa especialmente aquí, en relación con La guerra gaucha, destacar la profunda renovación prosística iniciada por el cubano José Martí y el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera. Ambos dejaron una profunda huella en la prosa hispanoamericana a partir de un género que es índice de la profesionalización de la literatura: la crónica periodística. Frente a la particularidad martiana —⁠su contundencia, la pasión que lo anima⁠— el trabajo de Gutiérrez Nájera, sus fuentes francesas, el gusto por lo trivial, la melancolía, el virtuosismo, lo sitúan en una línea afín con la que Darío iba a desarrollar. Cuentos frágiles de Nájera aparece en 1883. La crítica especializada coincide en señalar su importancia en la constitución del cuento modernista: la agilización de la prosa, el uso de técnicas impresionistas en la descripción —⁠transformaciones de color, profusión de matices—, la sugerencia, la evocación y, sobre todo, algo que les es peculiar a estos relatos: el lirismo constante, excesivo a veces, y la voluntad de crear un nuevo lenguaje que exalta el juego verbal, además del intento de fundir en una sola las formas hasta entonces contrarias y antagónicas del discurso poético y del de la prosa.

«La guerra gaucha» de Leopoldo Lugones

Leopoldo Lugones. Fue un escritor modernista y polímata argentino. Fue a la vez narrador, poeta, periodista, historiador, bibliotecario, pedagogo, docente, traductor, biógrafo, filólogo, teósofo, diplomático, político y simpatizante nacionalista. Nace en 1874 en la localidad de Villa María del Río Seco, provincia de Córdoba, Argentina. Fue el primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Argüello.

Pasa su infancia en la provincia de Santiago del Estero. Cursa sus estudios secundarios en su ciudad natal. A los 20 años es conocido por su talento de orador y poeta.

Se casa en 1896 con Juana González y ese mismo año se traslada a la Capital Federal, donde se incorpora al grupo de escritores y artistas integrado por José Ingenieros, Roberto Payró, Ernesto de la Cárcova y otros.

Trabaja como periodista en diarios capitalinos. Es empleado de Correos hasta 1900, cuando lo designan inspector de la Dirección General de Enseñanza Secundaria.

En 1903, el gobierno nacional lo envía a averiguar el estado de las ruinas jesuíticas. Parte a ese lugar en compañía del escritor uruguayo Horacio Quiroga. Viaja en varias ocasiones a Europa. En 1915 se hizo cargo de la dirección de la Biblioteca Nacional de Maestros que ejerció hasta su muerte.

Su trabajo incesante se plasmó en numerosos escritos, artículos de prensa y conferencias que le merecieron el nombramiento en la Asamblea de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (1924), el Premio Nacional de Literatura (1926) y la presidencia de la Sociedad Argentina de Escritores, fundada con su impulso (1928) y de la que fue su primer presidente; por ello, en el aniversario de su nacimiento —el 13 de junio— se celebra en la Argentina el Día del Escritor.

Puso fin voluntariamente a su vida en una isla del Tigre, provincia de Buenos Aires, en 1938.