Resumen del libro:
Siempre hay que desconfiar de las señoras de mediana edad bien vestidas, con aspecto de jubiladas y acompañadas de un dálmata espantadizo, como Mathilde Perrin, una viuda de sesenta y tres años algo entrada en carnes bajo cuya apariencia anodina se esconde una pistolera a sueldo de gatillo fácil y nervios de acero. Experimentada y diligente en el manejo de armas de gran calibre, capaz de dar esquinazo a la policía y agotar a sus perseguidores, esta veterana heroína de la Resistencia ejecuta sin piedad los encargos de un misterioso comandante cuando no está cuidando su jardín de las afueras de París. Sin embargo, los frecuentes descuidos y el mal carácter de la antaño perfeccionista Mathilde, que la vuelven cada vez más incontrolable y perturbadora, empiezan a preocupar a las altas esferas, dispuestas a deshacerse de ella antes de que sea demasiado tarde.
Brillante combinación de una trama ingeniosa y precisa con un ritmo trepidante, La gran serpiente es la primera novela negra escrita por Pierre Lemaitre. Un tablero de asesinatos encadenados cargado de diálogos mordaces, escenas impactantes y grandes dosis de humor cáustico y descarnado.
Prólogo
No es raro que los lectores me pregunten si algún día «volveré a la novela negra». Por lo general, respondo que es poco probable, para no admitir que estoy seguro de que no. Lo que me apena un poco es haberme ido sin avisar. Sin despedirme de nadie, algo impropio de mí.
Ello se debe a que salí de la novela negra sin querer. Nos vemos allá arriba no es otra cosa que una novela policíaca de ambiente histórico que se me fue de las manos, pero que me llevó a embarcarme en un proyecto literario sobre el siglo XX que sigue entusiasmándome y que me ha distanciado de la novela negra.
Esta cuestión (el haber abandonado el género sin decirle adiós) aún me pesa, sobre todo porque, tras finalizar la trilogía «Los hijos del desastre», completé un Diccionario apasionado de la novela negra (publicado por Salamandra) que, en cierto modo, vino a reavivar esa tristeza.
Entonces pensé en una novela escrita en 1985 que nunca llegué a enviar a ninguna editorial. Poco después de acabarla, empezó un período difícil de mi vida, y cuando éste terminó, ya nada era como antes. Esa novela estaba muy lejos de mí. Se quedó en un cajón, del que ya no salió.
La redacción del Diccionario apasionado me pareció una buena ocasión para releerla.
Me llevé unas cuantas sorpresas, de las buenas. Es una novela bastante crepuscular, y me sorprendió comprobar que muchos temas, escenarios y tipos de personajes que desarrollaría más tarde ya estaban presentes en ella.
La acción pasa en 1985, en los felices tiempos de las cabinas telefónicas y los mapas de carreteras, cuando el autor no tenía motivos para temer que su historia resultara poco creíble debido al teléfono móvil, el GPS, las redes sociales, las cámaras de vigilancia, el reconocimiento de voz, el ADN, los ficheros digitales centralizados y demás.
Tengo fama de ser bastante malvado con mis personajes, y me temo que esa acusación se ve justificada ya en esta primera novela. El lector no siempre soporta que a un personaje con el que se había encariñado le ocurra algo malo. Sin embargo, ¿no es lo que pasa en la vida real? El amigo muerto por un infarto en tan sólo unos minutos, el compañero fulminado por un ictus, el familiar víctima de un accidente de tráfico… Nada de eso es justo. ¿Por qué debería el novelista tener más miramientos que la propia vida? Pero lo que le aceptamos a la vida no siempre estamos dispuestos a perdonárselo a un escritor. Porque él podría haber optado por una alternativa… y no lo hizo.
En mi opinión, si hay un género en el que esa crítica no está justificada, es en la novela negra. Porque a la postre se trata de libros en los que es bastante previsible encontrar crímenes y sangre, y quienes tengan el estómago delicado pueden elegir otras lecturas. Pero, en fin, algunos lectores consideran que la crueldad de la historia debería respetar ciertos límites. Mi convicción es que el lector espera que haya sangre y muertes, es decir, injusticia, y que, con sus reacciones, lo único que hace es medir sus propias reticencias a enfrentarse a eso.
He aquí, pues, mi primera novela.
Como siempre en estos casos, el lector intransigente la juzgará con severidad; con indulgencia el amistoso. Cuando la releí, le encontré algunos defectos y, al considerar la posibilidad de publicarla, se me planteó la cuestión de hasta dónde corregirla.
En 1946, en el prólogo a la reedición de Un mundo feliz, Aldous Huxley escribía: «Arrepentirse de los errores literarios cometidos hace veinte años, intentar enmendar una obra fallida para darle la perfección que no logró en su primera ejecución, perder los años de la madurez en el intento de corregir los pecados artísticos cometidos y legados por esta persona ajena que fue uno mismo en la juventud, todo ello, sin duda, es vano y fútil.» Para corregir sus fallos, añade, habría tenido que reescribir el libro. Yo podría decir lo mismo.
Me pareció más leal entregar mi novela a los lectores prácticamente como fue escrita. He corregido algunos pasajes que dificultaban la comprensión. En cuanto a lo demás, las modificaciones que he hecho son cosméticas en su mayoría y nunca estructurales.
La novela negra suele ser circular: un bucle narrativo que se cierra sobre sí mismo.
Desde ese punto de vista, me pareció bastante lógico que mi última novela negra publicada fuera precisamente… la primera que escribí.
P. L.
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