Resumen del libro:
“La favorita del Mahdi” es una novela apasionante de Emilio Salgari, un autor italiano conocido por sus obras de aventuras, que transportan al lector a exóticos escenarios y les sumergen en tramas llenas de acción, peligro y romance. Salgari, aunque nunca viajó a los lugares que describe, tenía un talento excepcional para recrear mundos lejanos con gran detalle y vivacidad, lo que lo convierte en uno de los maestros de la literatura de aventuras.
En “La favorita del Mahdi”, Salgari nos lleva al Sudán, en pleno conflicto entre las fuerzas anglo-egipcias y los rebeldes locales. El protagonista, Abd-El-Kerim, es un joven guerrero de extraordinario valor que lucha contra los colonizadores en defensa de su tierra. Su vida parece encaminada hacia un destino honorable y sencillo, prometido con Elenka, la hermana de su amigo Notis. Sin embargo, el destino tiene otros planes cuando conoce a Fátima, una joven de extraordinaria belleza y fortaleza, que ha sido forzada a ser la favorita del cruel Mahdi, un líder religioso y militar de gran poder.
Fátima es un personaje fascinante, marcada por un destino trágico desde la infancia, cuando fue secuestrada y entregada al Mahdi. La vida en el harén no ha logrado quebrantar su espíritu, y en un acto desesperado, intenta huir de su cruel destino. Su escape la lleva a un encuentro fatídico con Abd-El-Kerim, quien la salva de un ataque mortal de un león. Este dramático episodio se convierte en el punto de inflexión en la historia, ya que ambos personajes, a pesar de sus circunstancias, se ven atrapados en un amor profundo e irresistible.
El amor entre Abd-El-Kerim y Fátima no solo desafía las convenciones de la época, sino que también desata una serie de conflictos inevitables. La huida de ambos enamorados provoca la ira del Mahdi, quien no está dispuesto a perder a su favorita sin luchar. Además, la decisión de Abd-El-Kerim de abandonar a Elenka por Fátima añade una dimensión trágica al relato, creando una tensión que mantiene al lector en vilo.
Salgari construye una narrativa llena de emociones intensas y paisajes exóticos, donde la aventura, el amor y la tragedia se entrelazan de manera magistral. La habilidad del autor para crear personajes complejos y situaciones límite convierte a “La favorita del Mahdi” en una lectura cautivadora que no decepcionará a los amantes del género de aventuras.
En resumen, “La favorita del Mahdi” es una obra que destaca por su ritmo trepidante, sus descripciones vívidas y la profundidad de sus personajes. Salgari, fiel a su estilo, ofrece una novela que, aunque ambientada en un contexto histórico específico, aborda temas universales como el amor, el honor y la lucha por la libertad. Es, sin duda, una de las joyas en la prolífica obra de Emilio Salgari, un autor que sigue siendo un referente en la literatura de aventuras.
Siempre es más bello lo que produce la Naturaleza, que lo que finge el arte.
ERASMO
CAPÍTULO I
EL NOVIO DE ELENKA
Era la tarde del 4 de septiembre de 1883. El sol ecuatorial, completamente rojo, descendía rápidamente hacia las áridas y escarpadas montañas de Mántara, iluminando apenas los grandes bosques de palmeras y tamarindos y las cónicas cabañas de Machmudiech, mísera aldea sudanesa, situada en la margen derecha del majestuoso Bahr-el-Abiad, o Nilo Blanco, a menos de cuarenta millas al sur de Jartum.
De varias partes del horizonte acudían manadas de hermosos antílopes y de chacales, que venían a apagar su sed en las poéticas orillas del río; en el aire batían sus alas con atrevimiento bandadas de flamencos de rojas plumas y alas llameantes en sus extremos, de ibis sagrados que descendían sobre las redondeadas y flotantes hojas del loto, e hileras de grandes pelícanos, que se ocultaban entre los cañaverales, cogiendo peces.
Por el muelle y por las callejuelas de la aldea negros, árabes y turcos iban y venían con gran estrépito; los unos ocupados en descargar camellos y asnos, los otros conduciendo a los abrevaderos manadas de bueyes, de jaspeada piel, y camellos, y otros aun sacando las barcas a tierra firme y desmontándolas. Por todas partes se oían canciones monótonas, acompañadas de música de tambores, que repetía el eco del bosque; salmodias de versículos del Corán, mugidos de animales, batir de remos, llamadas, saludos, y, dominando estos rumores, la voz nasal del muecín, que, desde lo alto del esbelto minarete, con la cara vuelta hacia La Meca, gritaba:
—La Allah ila Allah (No hay más dios que Alá).
—Mohamed rasul Allah (Mahoma es su enviado).
Apenas había terminado la plegaria del muecín, cuando una barca procedente de la orilla opuesta vino a detenerse frente a Machmudiech. Un oficial egipcio, que venía a proa, cambió algunas palabras con los remeros, entrególes unos cuantos pará (céntimos), saltó con ligereza a tierra y subió la pendiente ribera.
Era un hermoso joven, de veinticinco a veintiséis años, alto, de ágiles movimientos, elegante y vigoroso al mismo tiempo. Su piel era bronceada con reflejos rojizos, el rostro risueño, varonil, atrevido, ojos que brillaban con fuego salvaje e indómita fiereza, y grandes bigotes negros.
Apenas hubo puesto pie en el muelle, miró a derecha e izquierda, como buscando a alguien; luego se acercó a un soldado egipcio, que, habiendo dejado su fusil apoyado en una pared semiderruida, se dedicaba a hilar lino, exactamente lo mismo que una mujer.
—¿Has visto al teniente Notis Cayma? —preguntóle con brusquedad.
—Me parece haberle visto —respondió el soldado, tomando con rapidez el fusil y saludando.
—¿Adónde ha ido?
—Lo ignoro.
El oficial permaneció algunos momentos silencioso, mirando la corriente del río y las barcas que la surcaban; luego preguntó de nuevo:
—¿Dónde está el teniente Oóseir?
—Está allá, sentado bajo aquella rékuba (cobertizo), fumando el narghileh.
El oficial giró sobre sus talones y se alejó, caminando con la soltura y la elegancia de los animales salvajes y con la agilidad característica de los pueblos árabes. Atravesó con dificultad las líneas de camellos, arrodillados sobre el camino, cargados de goma, marfil y maíz, y fue a detenerse ante una rékuba, bajo la cual fumaba beatíficamente un bachi-bozuc.
—Es-selam álekom, Oóseir (la salud sea contigo) —dijo el oficial.
El bachi-bozuc, que estaba de espaldas, levantóse inmediatamente, mirándole con sus ojos verdes como los de una hiena.
—¡Ah, eres tú, Abd-el-Kerim! —exclamó—. ¿Cómo es que te encuentras aquí? ¿Tienes que referirme alguna batalla habida contra ese perro de Mahdi?
—Nada de eso, Oóseir —respondió Abd-el-Kerim—. Busco al griego Notis.
—¿Tu cuñado?
—Poco a poco, amigo mío —dijo Abd-el-Kerim sonriendo—. No lo es todavía.
—Pero lo será.
—Si Alá y el Profeta quieren… ¿Has visto a Notis?
—Hace diez minutos que ha llegado y está tomando café allí, en aquel tugul.
—Vamos a verle.
El árabe y el bachi-bozuc, encamináronse juntos al café de la aldea.
—¿Qué tal te llevas con Elenka? —preguntó Oóseir.
—Nos llevamos bien —respondió Abd-el-Kerim con cierta frialdad.
—Eres hombre afortunado.
—No digo que no.
—La hermana de Notis es una muchacha seductora, la más hermosa de toda la Nubia y de todo el Sudán, tan admirable que tentaría aun al Profeta si viviese.
—Sí, hermosa, soberbia, quizá demasiado soberbia y demasiado terrible.
—¿Y tú la quieres mucho?
—Tanto como puede ser capaz de querer un árabe.
—Es muy poco, Abd-el-Kerim.
—A mí me parece suficiente, Oóseir.
—Te encuentro hoy un poco frío. En otras ocasiones hablabas con más entusiasmo. ¿Es que la distancia y la vida del campo harán que te olvides de ella?
—No lo creo —respondió el árabe, casi de mal humor—. Elenka ha arraigado en mi corazón. ¿Quién ha de pensar, por tanto, en romper con ella? Es una griega, pero una griega terrible.
—Debe de haberte costado mucho conquistar el corazón de una mujer que despreció el amor del bajá y del mudir (gobernador).
—Para conquistarla tuve que sufrir durante dos años, y de tal modo que creí volverme loco. Me despreció, se burló de mí atrozmente, me destrozó el corazón; luego se apiadó de mí, mostróse menos soberbia y feroz, y terminó por amarme. Había vencido a la griega, ¡pero a qué precio!
Pasóse el árabe la mano por la frente y suspiró.
—Este es el café —dijo Oóseir, deteniéndose.
Habían llegado junto a una gran choza cuyos muros de adobes se hallaban derruidos, que tenía su puntiaguda techumbre cubierta de ghérse o paja durísima.
…