Resumen del libro:
La novela “La Escuela de la Carne” de Yukio Mishima se sitúa en el Tokio de los años sesenta, una época de transición donde las viejas tradiciones aún coexisten con la modernidad emergente. En este contexto, Taeko Asano, una mujer independiente y divorciada, busca escapar de la monotonía de su vida y de las convenciones sociales preestablecidas. Harta de la superficialidad de los jóvenes y de la élite adinerada, se ve atraída por Senkitchi, un joven camarero de una discoteca gay con una reputación turbulenta.
Senkitchi, con su atractivo físico y su mirada angelical, representa una tentación para Taeko. Sin embargo, tras esta apariencia seductora, se esconde un individuo ambicioso y perverso. La relación entre Taeko y Senkitchi desafía las normas sociales establecidas y lleva a Taeko a explorar territorios desconocidos y peligrosos.
En “La Escuela de la Carne”, Mishima aborda con maestría la dicotomía entre el mundo refinado de los códigos sociales y la cruda realidad de la vida cotidiana en el Japón de la época. A través de la historia de Taeko y Senkitchi, el autor nos sumerge en un viaje emocional y psicológico que explora temas como el deseo, la alienación y la búsqueda de la autenticidad en un mundo en constante cambio.
La prosa de Mishima es evocativa y lúcida, capturando tanto la belleza efímera de la sociedad japonesa como sus aspectos más oscuros y perturbadores. Con una narrativa magistral, el autor nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana y las complejidades de las relaciones interpersonales en un entorno marcado por la tensión entre lo tradicional y lo moderno.
“La Escuela de la Carne” es una obra fascinante que desafía las convenciones literarias y sociales, ofreciendo al lector una mirada penetrante a la condición humana en un mundo en constante transformación.
Capítulo 1
Las mujeres divorciadas dan la impresión de relacionarse de forma natural entre ellas. Ni Taeko Asano ni su grupito de amigas eran la excepción.
Aunque en el Japón de comienzo de los años sesenta, a diferencia de lo que ocurría por entonces en Estados Unidos y otros países, la situación de una divorciada no permitía que abundasen entre ellas esas que pudieran llamarse advenedizas del divorcio, lo cierto es que las tres mujeres que formaban parte de ese grupo llevaban una vida libre y, a los ojos de la gente, bastante entretenida.
Taeko era propietaria de una boutique; Suzuko Kawamoto, de un restaurante, y la otra, Nobuko Matsui, trabajaba como crítica de cine y moda. Ya en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial las tres habían sido miembros destacados de la flor y nata de la sociedad japonesa.
Durante la guerra a nadie le extrañó que, tratándose de unas mujeres jóvenes como ellas y con una fama ya en entredicho, acabaran divorciándose. Bien es cierto que no se les dio mal mantener en secreto los devaneos efímeros que se permitieron con bastantes personas en los años de la contienda, unas ligerezas que la confusión de la posguerra pareció haber borrado por completo. O casi por completo, si no fuera por unos cuantos vividores que estaban ahí para dar fe de la juventud disipada de las tres amigas. Y, aunque durante cierto tiempo a las tres les dio por negar al unísono y con un mohín de disgusto la veracidad de todas esas historias, ahora, entre ellas, se guiñaban el ojo en un gesto de tácita complicidad.
Generalmente, los padres con hijas de conducta semejante a la de ellas lo que más quieren es casarlas cuanto antes, una rapidez causante tal vez de que, en este caso, la vida matrimonial de estas tres amigas hubiera sido, por igual, bastante desgraciada. Por lo que atañe a Taeko, su marido resultó un perfecto inútil para la vida y, por añadidura, un hombre poseído por unas inclinaciones insoportables. A las otras dos, los maridos les salieron por el estilo. A pesar de que entre ellas reinaba una confianza que las tenía habituadas a contarse sus secretos sin reservas, estaban también unidas por una especie de consenso tácito para no hablar de sus exmaridos.
Había un hecho cierto, y era que, si Japón no hubiera perdido la guerra, las tres habrían podido ofrecer a la sociedad una imagen de fieles esposas y, cada una a su manera, habrían acabado siendo las respetables señoras de fulano y mengano.
El lector probablemente sepa que en los años treinta y cuarenta las bombillas de la mayoría de las habitaciones emitían una luz tan débil que, en comparación con lo que ocurre hoy en día, el interior de las casas era sumamente sombrío. Esta oscuridad era la misma para los ricos que para los pobres; e incluso en las espaciosas mansiones de los primeros daba la impresión de ser más profunda, al estar extendida sobre una superficie mayor. Así, bajo esa iluminación mortecina, también estas mujeres, hartas de su vida conyugal, no podían dejar de pensar que la falta de luz era común en todas las casas.
Por lo tanto, se puede decir que la derrota en la guerra y la democracia que la siguió fueron la causa de sus respectivos divorcios. El corto periodo de casada de cada una de ellas, lleno de memorias desagradables que detestaban recordar, había sido, igual que la iluminación de sus casas, la parte más sombría de sus vidas.
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