Resumen del libro:
Se trata de una novela corta contada desde la perspectiva de Rosalie, una viuda cincuentona, amante absoluta de los prodigios de la Naturaleza, madre de la fría e intelectual Anna y de un chico más joven que apenas participa de la trama. Rosalie ha tenido una existencia tranquila y sin sobresaltos, hasta que, justo después de entrar en el climaterio, su espíritu se revuelve de amor por un norteamericano veinteañero.
I
Alrededor del año 1925 la señora Rosalie von Tümmler, viuda desde diez años atrás, vivía con su hija Anna y su hijo Eduard en Düsseldorf del Rin en condiciones, si bien no suntuosas, desahogadas. Su marido, el teniente coronel von Tümmler, había muerto a comienzos de la guerra, no en el combate sino en un accidente automovilístico y de modo por completo insensato, aunque bien podía afirmarse que había perdido la vida en el campo del honor; fue ese un duro golpe que la señora von Tümmler, de cuarenta años en aquel momento, sobrellevó con patriótica resignación; así había perdido, no sólo al padre de sus hijos, sino también a un amable marido, cuyos frecuentes desvíos de las normas de la fidelidad conyugal sólo constituían manifestaciones de una vitalidad exuberante.
Natural de las provincias renanas por su sangre y su dialecto, Rosalie había pasado los veinte años de su matrimonio en la activa ciudad industrial de Duisburg, donde von Tümmler tenía su destino militar; pero después de la pérdida del marido se había instalado en Düsseldorf, con su hija de dieciocho años y el hijo, doce años menor que la muchacha, en parte a causa de los hermosos parques que posee esa ciudad (porque la señora von Tümmler era una apasionada admiradora de la naturaleza), y en parte porque Anna, una muchacha seria, sentía gran inclinación por la pintura y deseaba frecuentar la célebre Academia de Arte. Hacía diez años que la pequeña familia vivía en una calle de villas bordeada de tilos, llamada con el nombre de Peter von Cornelius, donde ocupaba una casita modesta, rodeada por un jardín y adornada con los muebles cómodos, aunque algo pasados de moda, de la época del casamiento de Rosalie; la casa se hallaba hospitalariamente abierta para un pequeño círculo de parientes y amigos, entre ellos profesores de la Academia de Pintura y también de la de Medicina, y una o dos familias de las esferas industriales. Las veladas que allí tenían lugar, si bien siempre dentro de los límites de las diversiones decorosas, dejaban traslucir cierta inclinación al vino, muy propia de las costumbres del país.
La señora von Tümmler era sociable por naturaleza. Dentro de sus modestas posibilidades la gustaba recibir en su casa. La sencillez y alegría de su temperamento, su cordialidad, de la cual era una expresión el amor a la naturaleza, le conquistaban las simpatías generales. Sin ser alta, poseía una figura esbelta y bien conservada, cabellos abundantes y ondulados, aunque ya francamente grises, y unas manos finas, si bien envejecidas y descoloridas por el paso de los años, que mostraban ya numerosas y extendidas manchitas, cual las pecas que aparecen en la piel en verano (fenómeno contra cuya aparición no se ha encontrado aún ningún remedio); producía una impresión juvenil, gracias a sus ojos pardos, brillantes y vivaces, precisamente del color de la corteza de las castañas, que resplandecían en un rostro femenino y encantador, de rasgos extremadamente agradables. La nariz poseía una ligera tendencia a enrojecerse, precisamente cuando la señora estaba en sociedad y excitada, defecto que trataba ella de corregir aplicándose un poco de polvos, aunque por lo demás era esta una medida completamente innecesaria puesto que, según la opinión general, el enrojecimiento de la nariz le sentaba maravillosamente.
Nacida en primavera, criatura de mayo, Rosalie había festejado el día en que cumplía sus cincuenta años con sus hijos y diez o doce amigos de la casa, damas y caballeros, sentada a la mesa cubierta de flores del jardín de una hostería iluminada con farolillos de colores y situada en las afueras de la ciudad. Entre el chocar de las copas y los brindis, ya graves ya jocosos, se había manifestado alegre en medio de la alegría general… aunque no sin realizar algún esfuerzo; pues desde hacía bastante tiempo, y precisamente en aquella noche, su salud se veía afectada por cierto fenómeno de crisis orgánica, propio de su edad: la extinción de su condición física de mujer, fenómeno a cuyos progresos respondía ella repetidamente con resistencias psicológicas. Esa crisis orgánica le determinaba estados de ansiedad e inquietud, dolores de cabeza, días de melancolía y una irritabilidad que, aun en aquella noche de festejos, había hecho que algunos de los discursos llenos de humorismo que los caballeros pronunciaron en su honor le parecieran insoportablemente tontos. Había cambiado miradas cargadas de leve desesperación con su hija, quien, como la señora sabía, no tenía necesidad de ninguna disposición especial, aparte de su habitual intolerancia, para encontrar estúpido aquel humorismo inspirado en el ponche.
…