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La conquista de la felicidad

La conquista de la felicidad

Resumen del libro:

Bertrand Russell, filósofo, matemático y ensayista británico, es considerado uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX. Con una vasta obra que abarca desde la lógica hasta la ética, Russell se erige como un defensor del pensamiento racional y la búsqueda del bienestar humano. En “La conquista de la felicidad”, publicado en 1930, muestra una faceta más íntima y accesible, distanciándose de sus textos filosóficos más técnicos, para ofrecer un análisis profundo y humano sobre la felicidad y los obstáculos que enfrentamos para alcanzarla.

El libro no es un manual de autoayuda al uso, aunque podría ser clasificado como tal por su tono práctico y directo. Russell aborda la felicidad desde una perspectiva estoica y humanista, buscando repensar la posición del individuo en el mundo moderno. Desde el prefacio, deja claro su propósito: no busca impresionar a eruditos ni tratar los problemas de la vida como meros temas de conversación. Su objetivo es más ambicioso y a la vez sencillo: ayudar al lector a encontrar formas de vivir con mayor plenitud, alejándose de los sufrimientos innecesarios y los conflictos internos.

A lo largo de sus páginas, Russell identifica las causas más comunes de la infelicidad, como la ansiedad, la envidia o el tedio, y propone caminos para superarlas. Con su estilo diáfano y punzante, el autor invita a reflexionar sobre la importancia de enfocarse en intereses exteriores, cultivar relaciones sinceras y encontrar satisfacción en las pequeñas cosas. Al mismo tiempo, no elude temas complejos como el papel del trabajo, la familia o el miedo a la muerte, ofreciéndonos un análisis que combina sabiduría clásica y observaciones propias de un pensador de su tiempo.

“La conquista de la felicidad” destaca por su equilibrio entre el rigor intelectual y la empatía hacia el lector común. Russell no se presenta como un moralista, sino como un compañero en el camino hacia una vida más feliz. Su enfoque, basado en la lógica y el sentido común, se siente sorprendentemente actual, pues muchas de las inquietudes que aborda siguen resonando en la sociedad contemporánea. Es, en esencia, una invitación a redescubrir lo que significa ser humano en un mundo repleto de desafíos, pero también de posibilidades.

Una lección de sentido común

No sé —nadie puede saber, creo yo— si en el siglo XX la gente ha sido más feliz o menos que en otras épocas. No hay estadísticas fiables de la dicha (v. gr.: ¿nos hace más felices la televisión o el fax?) y aunque los mucho mejor acreditados índices del infortunio —guerras con armas de exterminio masivo contra la población civil, matanzas raciales, campos de concentración, totalitarismo policial, etc.— resultan francamente adversos, no me atrevería a sacar una conclusión de alcance general. Se dice que el siglo ha sido cruel, pero repasando la historia no encontramos ninguno decididamente tierno. Parafraseando a Tolstói (quien a su vez quizá se inspiró en una observación de Hegel) deberíamos atrevernos a afirmar que los siglos felices no pertenecen a la historia pero que cada una de las centurias desdichadas que conocemos ha tenido su propia forma de infelicidad…

Lo que sí podemos asegurar es que los grandes pensadores de los últimos cien años no han destacado precisamente por su visión optimista de la vida. Tanto el nazi Heidegger como el gauchiste Sartre compartían un ideario existencial marcado por la angustia, cuando no por el agobio: el hombre es un ser-para-la-muerte, una pasión inútil. La noción de felicidad les parecía —a ellos y a tantos otros— un término trivial, tramposo, inasible. Querer ser feliz es uno de tantos espejismos propios de la sociedad de consumo, un tópico ingenuo de canción ligera, el rasgo complaciente que degrada el final de muchas películas americanas, en una palabra: una auténtica horterada. Y solo hay algo más hortera o más vacuo que querer llegar a ser feliz: dar consejos sobre cómo conseguirlo. Cuanto más desengañado de la felicidad se encuentre un filósofo contemporáneo, más podrá presumir de perspicacia: la energía que ponga en desanimar a los ingenuos cuando acudan a él pidiendo indicaciones sobre cómo disfrutar de la vida servirá para establecer ante los doctos su calibre intelectual. Y sin embargo ¿acaso no es la pregunta acerca de cómo vivir mejor la primera y última de la filosofía, la única que en su inexactitud y en su ilusión nunca podrá reducirse a una teoría estrictamente científica?

El modernísimo Nietzsche aseguró en su Genealogía de la moral que lo de querer a toda costa ser felices es dolencia que solo aqueja a unos cuantos pensadores ingleses. Se refería probablemente, entre otros, a John Stuart Mill, quien fue precisamente el padrino de Bertrand Russell. Y hace falta sin duda ser heredero de todo el sabio candor y el desenfado pragmático anglosajón para escribir tranquilamente como Russell sobre la conquista de la felicidad, esa plaza que según algunos no merece la pena intentar asaltar y según los más ni siquiera existe. Claro que esta empresa tan ambiciosa debe comenzar paradójicamente por un acto de humildad y es más, por un acto de humildad que contradice frente a frente una de las actitudes espirituales más comunes en nuestra época, la de considerar la desventura interesante en grado sumo. Como dice Russell, «las personas que son desdichadas, como las que duermen mal, siempre se enorgullecen de ello». Este es el primer obstáculo a vencer si uno pretende intentar ser feliz, dejar de intentar a toda costa ser «interesante».

Por supuesto, Russell no ignora que muchas de las causas que pueden acarrear nuestra desdicha escapan a nuestro control individual: guerras, enfermedades, accidentes, situaciones inicuas de explotación económica, tiranías… En otros de sus libros se ocupó de las que son menos azarosas y de los caminos a veces revolucionarios que han de seguir las sociedades para librarse de tales amenazas. La principal de sus propuestas pacifistas, constituir una especie de Estado Mundial que impidiese las guerras entre naciones y procurase el bien común de la humanidad, sigue siendo la gran asignatura pendiente de la política en los albores del siglo XXI. Pero en este libro se dirige a un público diferente. Supone un lector con razonable buena salud, con un trabajo no esclavizador que le permite ganarse la vida sin atroces agobios, que vive en un país donde está vigente un régimen político democrático y a quien no afecta personalmente ningún accidente fatal. Es decir, aquí Russell escribe para privilegiados que no luchan por su mera supervivencia, que disfrutan de una existencia soportable pero que quisieran que fuese realmente satisfactoria… o para aquellos, aún más frecuentes, empeñados en hacerse insoportable a sí mismos una vida que objetivamente no tendría por qué serlo.

“La conquista de la felicidad” de Bertrand Russell

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