Resumen del libro:
En un remoto futuro, la ciudad de Diaspar acoge a los últimos restos de la humanidad sobre la Tierra. Perseguidos hasta su planeta natal por los misteriosos Invasores que conquistaron el universo, los humanos abandonaron su Imperio Galáctico…
Introducción
Como una joya resplandeciente, la ciudad descansaba sobre el corazón del desierto. Una vez, conoció el cambio y la alteración, pero ahora el TIEMPO había ido transcurriendo. La noche y el día tenían sus efectos sobre la superficie del desierto; pero en las calles de Diaspar, siempre era de día, y jamás llegaba la oscuridad. Las largas noches del invierno podían salpicar la arena del desierto con la escarcha y el rocío, procedente aún de la leve capa atmosférica que todavía quedaba en la Tierra, congelada, pero la ciudad no conocía ni el frío ni el calor. No tenía el menor contacto con el mundo exterior; Era un universo en sí misma.
Los hombres, habían construido ciudades antes; pero jamás una ciudad como aquélla. Algunas habían permanecido durante siglos, algunas incluso por milenios, antes de que el Tiempo hubiera barrido sus nombres de la superficie terrestre. Sólo Diaspar había desafiado a la Eternidad, defendiéndose a sí misma y protegiéndose y escudándose contra la lenta erosión de las edades, el embate de la decadencia y la corrosión y la herrumbre.
Desde que se construyó la ciudad, los océanos de la Tierra habían desaparecido y el desierto se había extendido por el globo entero. Las últimas montañas se habían ido erosionando y deshaciendo hasta convertirse en polvo por los vientos y las lluvias, y el resto del mundo era ya demasiado débil en sus fuerzas naturales para seguir atacándola. La ciudad vivía al margen de todo cuidado; la Tierra había desaparecido prácticamente hundida en todo su glorioso esplendor pasado y Diaspar seguía y seguiría protegiendo a los hijos de sus constructores, sosteniéndoles, dándoles vida y conservando sus tesoros en seguridad por el transcurso de los tiempos.
Sus habitantes habían ya olvidado muchas cosas; pero no importaba. Estaban tan perfectamente adaptados y encajados a su entorno vital, ya que así había sido diseñado y construido. Lo que existiese más allá de las murallas de la ciudad, era algo que ya no importaba a nadie, sencillamente constituía algo para lo que sus mentes permanecían absolutamente cerradas. Diaspar era cuanto existía, todo cuanto necesitaban, todo cuanto se podía imaginar. Tampoco importaba en absoluto que el Hombre hubiese llegado una vez a dominar las estrellas.
Con todo, los viejos mitos surgían de tanto en tanto, para fascinarles con su misterioso atractivo, ante el que se estremecían con cierto malestar, recordando las leyendas del Imperio, cuando Diaspar era joven y hacía circular su sangre por el Universo del que había recogido la vida y las riquezas, procedentes del comercio con muchos sistemas solares alejados en el Cosmos. Nadie quería volver a los viejos días, puesto que se hallaban contentos y felices en su eterno otoño. Las glorias de la pasada grandeza del Imperio pertenecían al pasado, y allí podían quedarse para siempre, ya que recordaban cómo el Imperio había encontrado su fin y ante el pensamiento de los Invasores, el frío de los espacios interestelares parecía volver a calarles los huesos.
Entonces; volvían de nuevo a sumergirse una vez más en la vida y en el calor de la ciudad, en la larga y dorada edad cuyos principios ya se habían borrado de sus mentes, en una gran parte, y cuyo fin quedaba aún muy lejano en el futuro. Otros hombres habían soñado tal edad de oro; pero sólo ellos lo habían logrado.
Ya que ellos habían vivido en la misma ciudad, habían paseado las mismas calles milagrosamente incambiadas, mientras que habían ido transcurriendo en el Tiempo más de mil millones de años.
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