La ciudad y las estrellas

La ciudad y las estrellas, una novela de Arthur C. Clarke

Resumen del libro: "La ciudad y las estrellas" de

En un remoto futuro, la ciudad de Diaspar acoge a los últimos restos de la humanidad sobre la Tierra. Perseguidos hasta su planeta natal por los misteriosos Invasores que conquistaron el universo, los humanos abandonaron su Imperio Galáctico…

Libro Impreso

Introducción

Como una joya resplandeciente, la ciudad descansaba sobre el corazón del desierto. Una vez, conoció el cambio y la alteración, pero ahora el TIEMPO había ido transcurriendo. La noche y el día tenían sus efectos sobre la superficie del desierto; pero en las calles de Diaspar, siempre era de día, y jamás llegaba la oscuridad. Las largas noches del invierno podían salpicar la arena del desierto con la escarcha y el rocío, procedente aún de la leve capa atmosférica que todavía quedaba en la Tierra, congelada, pero la ciudad no conocía ni el frío ni el calor. No tenía el menor contacto con el mundo exterior; Era un universo en sí misma.

Los hombres, habían construido ciudades antes; pero jamás una ciudad como aquélla. Algunas habían permanecido durante siglos, algunas incluso por milenios, antes de que el Tiempo hubiera barrido sus nombres de la superficie terrestre. Sólo Diaspar había desafiado a la Eternidad, defendiéndose a sí misma y protegiéndose y escudándose contra la lenta erosión de las edades, el embate de la decadencia y la corrosión y la herrumbre.

Desde que se construyó la ciudad, los océanos de la Tierra habían desaparecido y el desierto se había extendido por el globo entero. Las últimas montañas se habían ido erosionando y deshaciendo hasta convertirse en polvo por los vientos y las lluvias, y el resto del mundo era ya demasiado débil en sus fuerzas naturales para seguir atacándola. La ciudad vivía al margen de todo cuidado; la Tierra había desaparecido prácticamente hundida en todo su glorioso esplendor pasado y Diaspar seguía y seguiría protegiendo a los hijos de sus constructores, sosteniéndoles, dándoles vida y conservando sus tesoros en seguridad por el transcurso de los tiempos.

Sus habitantes habían ya olvidado muchas cosas; pero no importaba. Estaban tan perfectamente adaptados y encajados a su entorno vital, ya que así había sido diseñado y construido. Lo que existiese más allá de las murallas de la ciudad, era algo que ya no importaba a nadie, sencillamente constituía algo para lo que sus mentes permanecían absolutamente cerradas. Diaspar era cuanto existía, todo cuanto necesitaban, todo cuanto se podía imaginar. Tampoco importaba en absoluto que el Hombre hubiese llegado una vez a dominar las estrellas.

Con todo, los viejos mitos surgían de tanto en tanto, para fascinarles con su misterioso atractivo, ante el que se estremecían con cierto malestar, recordando las leyendas del Imperio, cuando Diaspar era joven y hacía circular su sangre por el Universo del que había recogido la vida y las riquezas, procedentes del comercio con muchos sistemas solares alejados en el Cosmos. Nadie quería volver a los viejos días, puesto que se hallaban contentos y felices en su eterno otoño. Las glorias de la pasada grandeza del Imperio pertenecían al pasado, y allí podían quedarse para siempre, ya que recordaban cómo el Imperio había encontrado su fin y ante el pensamiento de los Invasores, el frío de los espacios interestelares parecía volver a calarles los huesos.

Entonces; volvían de nuevo a sumergirse una vez más en la vida y en el calor de la ciudad, en la larga y dorada edad cuyos principios ya se habían borrado de sus mentes, en una gran parte, y cuyo fin quedaba aún muy lejano en el futuro. Otros hombres habían soñado tal edad de oro; pero sólo ellos lo habían logrado.

Ya que ellos habían vivido en la misma ciudad, habían paseado las mismas calles milagrosamente incambiadas, mientras que habían ido transcurriendo en el Tiempo más de mil millones de años.

Arthur Charles Clarke. Una mente prodigiosa nacida en Minehead, Inglaterra, el 16 de diciembre de 1917, se erige como una figura titánica en el mundo de la literatura y la ciencia. Su legado abarca no solo la creación de obras maestras de la ciencia ficción, sino también contribuciones significativas al ámbito científico y tecnológico del siglo XX.

Desde su infancia, Clarke mostró una inclinación hacia la astronomía, un amor que se tradujo en la confección de mapas lunares con un telescopio casero. Su brillantez académica lo llevó a estudiar matemáticas y física en el King's College de Londres, completando sus estudios con honores. Sin embargo, su verdadera prueba de fuego llegó durante la Segunda Guerra Mundial, donde sirvió en la Royal Air Force como especialista en radares, desempeñando un papel fundamental en el desarrollo de sistemas defensivos.

El año 1945 marcó un hito en la carrera de Clarke con la publicación de su artículo "Extra-terrestrial Relays", una obra maestra que sentó las bases para los satélites en órbita geoestacionaria. Este logro no solo le valió reconocimientos y premios, sino que también delineó su reputación como un científico visionario.

Sin embargo, el nombre de Arthur C. Clarke resuena más allá de los círculos científicos gracias a su contribución excepcional a la ciencia ficción. Su primera incursión en este género fue con el cuento "Partida de rescate" en 1946, seguido por "El centinela", que sentó las bases para su obra maestra, "2001: Una odisea del espacio". Esta novela, más tarde llevada al cine por Stanley Kubrick, catapultó a Clarke a la cúspide de la fama literaria y cinematográfica.

Clarke no se limitó a una sola etapa en su carrera literaria. Desde las novelas utópicas de los años 50 hasta la ciencia ficción dura de los años 70, con obras como "Cita con Rama", su pluma siempre supo adaptarse a las demandas del tiempo. Su capacidad para entrelazar rigurosidad científica con un tono aséptico y, a veces, humorístico, lo consagró como un autor único en su clase.

Más allá de su prolífica carrera como escritor, Clarke se destacó como divulgador científico y comentarista de las misiones Apolo en la década de 1960. Sus famosas "Leyes de Clarke", especialmente la "Tercera Ley", que proclama que "toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia", se han convertido en axiomas en el mundo de la tecnología y la ciencia ficción.

La vida personal de Clarke también fue un relato intrigante. Desde su matrimonio breve en 1953 hasta su residencia en Sri Lanka a partir de 1956, donde vivió hasta su fallecimiento en 2008, Clarke fue un hombre que exploró tanto los confines del espacio como las profundidades de la existencia humana.

Sir Arthur C. Clarke, caballero de la Orden del Imperio Británico desde 1998, dejó un legado literario impresionante que incluye la serie "Odisea Espacial", la saga "Cita con Rama" y otras obras maestras como "Las fuentes del paraíso". Su muerte en Colombo, Sri Lanka, en marzo de 2008, dejó un vacío en la literatura y la ciencia que sigue siendo recordado y celebrado por admiradores de todo el mundo. Su influencia perdura en cada rincón del universo que él, con su pluma ingeniosa, logró explorar y expandir. Arthur C. Clarke, el visionario literario y científico, continúa inspirando generaciones con su visión audaz de los límites del conocimiento y la imaginación.