La caza del carnero salvaje
Resumen del libro: "La caza del carnero salvaje" de Haruki Murakami
La caza del carnero salvaje es una novela del escritor japonés Haruki Murakami, publicada en 1982. Es la tercera parte de la llamada Trilogía del Ratón, que incluye también Escucha la canción del viento y Pinball 1973. En esta obra, Murakami mezcla el realismo con elementos fantásticos y surrealistas, creando un mundo donde lo cotidiano y lo extraordinario conviven.
El protagonista es un publicista de Tokio que lleva una vida rutinaria y sin sentido. Un día recibe una carta de un viejo amigo, el Ratón, que le anuncia su suicidio y le pide que busque un carnero especial que tiene el poder de poseer a las personas. El publicista se embarca en una aventura por las montañas de Hokkaido, acompañado por una misteriosa mujer con unas orejas perfectas. En su viaje se encontrará con personajes insólitos, como el Hombre Carnero, el Jefe o el Profesor, y tendrá que enfrentarse a sus propios fantasmas del pasado.
La novela es una reflexión sobre la identidad, la soledad y la búsqueda de sentido en un mundo absurdo y caótico. Murakami utiliza el carnero como un símbolo de lo irracional y lo desconocido, que desafía la lógica y la razón. Al mismo tiempo, el carnero representa la conexión con la naturaleza y la tradición japonesa, frente a la modernidad y la occidentalización.
Haruki Murakami es uno de los escritores más reconocidos y populares de Japón y del mundo. Nació en Kioto en 1949 y estudió literatura y teatro griegos en la Universidad de Waseda. Antes de dedicarse a la escritura, regentó un bar de jazz llamado Peter Cat. Su obra está influenciada por la cultura occidental, especialmente por la música y la literatura estadounidenses. Ha recibido numerosos premios, como el Franz Kafka, el Mundial de Fantasía, el Jerusalén o el Princesa de Asturias de las Letras. Algunas de sus novelas más famosas son Tokio Blues, Kafka en la orilla o 1Q84.
Capítulo primero
25 de noviembre de 1970
El pícnic de los miércoles por la tarde
Un amigo mío se enteró por casualidad mientras hojeaba el periódico y me llamó para comunicarme que ella había muerto. Me leyó despacio y en voz alta la noticia, de un solo párrafo, que aparecía en la edición matutina. Un artículo mediocre. Parecía el ejercicio de un periodista recién graduado, sin experiencia.
El día tal, del mes tal, un camión conducido por fulano atropella a mengana en una esquina del barrio tal. Zutano está investigando el caso, pero parece que ha sido un homicidio por imprudencia temeraria.
Aquello sonaba como esos breves poemas que aparecen en las primeras páginas de las revistas.
—¿Dónde se celebrará el funeral? —le pregunté.
—No tengo ni idea —me contestó—. Para empezar, ni siquiera sé si tenía familia.
Claro que tenía familia.
Ese mismo día llamé a la policía y pregunté si me podían facilitar su dirección y número de teléfono; luego marqué el número y pregunté cuándo se celebraría el funeral. Como dijo alguien una vez: con esfuerzo, todo se sabe en esta vida.
La vivienda se hallaba en el área de Shitamachi. Desplegué el mapa de Tokio y marqué con bolígrafo rojo el número de su casa. Era el típico barrio antiguo tokiota. Las líneas del metro, del tren y del autobús urbano se enmarañaban y superponían como en una telaraña que ha perdido el equilibrio, varios canales de desagüe discurrían por un laberinto de calles que surcaba el suelo igual que las estrías de un melón.
El día del funeral tomé un tranvía en Waseda. Me apeé en una estación próxima a la terminal y consulté el mapa que llevaba conmigo, pero me sirvió de bien poco, igual que si hubiera consultado un globo terráqueo. Al final acabé comprando varios paquetes de tabaco y preguntando varias veces la dirección hasta dar con la vivienda.
Era una vieja casa de madera rodeada por una valla marrón. Al atravesar la puerta, a mano izquierda había un pequeño jardín, que, por sus dimensiones, no se sabía qué utilidad tendría. En un viejo brasero de cerámica, ya inservible y tirado en un rincón del jardín, se acumulaban quince centímetros de agua de lluvia. La tierra estaba húmeda y oscura.
El funeral fue discreto, solo acudieron los más allegados, debido en parte a que ella se había fugado de casa a los dieciséis años y jamás había vuelto. Casi todos los presentes eran familiares de edad avanzada, y presidía la ceremonia el que debía de ser su hermano o su cuñado, que apenas pasaba de los treinta.
Su padre era un hombre de baja estatura, de unos cincuenta y cinco años, que llevaba un brazalete de luto sobre el traje negro y permanecía prácticamente inmóvil junto a la puerta. Su figura me recordó una carretera asfaltada tras el paso de una riada.
En el momento de irme, agaché la cabeza en silencio y él hizo lo mismo.
***
La conocí en el otoño de 1969; yo tenía veinte años y ella, diecisiete. Cerca de la universidad había una pequeña cafetería en la que solía quedar con mis amigos. No tenía nada especial, pero podías escuchar rock duro mientras tomabas un café infame.
Ella siempre estaba sentada en el mismo sitio y se entregaba a la lectura con los codos sobre la mesa. Tenía las manos huesudas y llevaba unas gafas que me recordaban un aparato de ortodoncia, pero había algo en su aspecto que la hacía parecer afable. Su café siempre estaba frío; y el cenicero, lleno de colillas. Lo único que variaba era el título del libro. Un día leía a Mickey Spillane, otro día a Kenzaburō Ōe y, en otra ocasión, una antología poética de Ginsberg. En resumidas cuentas, cualquier cosa le valía con tal de que fuese un libro. Los estudiantes que frecuentaban la cafetería le prestaban libros y ella los devoraba de cabo a rabo, igual que si royera mazorcas de maíz. Como por entonces había mucha gente que se prestaba libros, supongo que nunca le faltó lectura.
Aquella era también la época de los Doors, los Stones, los Birds, Deep Purple y los Moody Blues. Se palpaba la intensidad del ambiente y parecía que con una sola patada fuera a desplomarse todo como un castillo de naipes.
Nosotros nos pasábamos el día bebiendo whisky barato, practicando sexo rutinario, entablando debates inconclusos, prestándonos libros. Y así, dando chasquidos, iba bajando el telón de la desmañada década de los sesenta.
…
Haruki Murakami. Es uno de los escritores japoneses más conocidos de la actualidad, tanto en su país como fuera de él. Su generación de escritores fue influenciada por la literatura contemporánea norteamericana. Él mismo ha traducido a Tobias Wolff, Francis Scott Fitzgerald, John Irving o Raymond Carver, a los que considera indudables maestros.
Murakami nació en Kioto pero se crio en Kobe, sus padre eran profesores de literatura japonesa por lo que de ahí vino su interés por ella. Influenciado por la cultura occidental tanto en la literatura como en la música, son esas influencias las que lo diferencian de otros autores japoneses.
Estudió literatura y griego en la Universidad de Waseda (Sodai), donde conoció a su esposa Yoko. Su primer negocio fue un bar de jazz llamado "Peter Cat", una muestra de su gran amor por la música, uno de los grandes y necesarios referentes a lo largo de toda su obra.
Tokio Blues fue la primera de sus obras que despuntó y su fama le convirtió en una verdadera estrella en Japón. Tras pasar una larga temporada en Estados Unidos en la que escribió sus siguientes obras, Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992) y Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1995), Murakami decidió volver a Japón tras el famoso terremoto de Kobe y el atentado terrorista con gas sarín al metro de Tokyo, sucesos sobre los que escribiría posteriormente.
Desde su vuelta a Japón, publicó Sputnik mi amor (1999) y Kafka en la orilla (2002), que le valieron el definitivo espaldarazo internacional y el seguimiento fiel de una verdadera legión de lectores, seguidos por After Dark (2004), 1Q84 (2009) y Los años de peregrinación del chico sin color (2013). Murakami ha sido postulado al Premio Nobel de Literatura gracias a obras monumentales como 1Q84, trilogía que rompió todos los récords de venta en Japón.
Sus obras tienen un marcado toque surreal y de fatalismo, en ellas refleja la soledad y el ansia de encontrar y poseer el amor, crea mundos donde mezcla lo real y lo onírico, la felicidad con la oscuridad, consiguen atraer la curiosidad e inquietud de los lectores. Su carrera literaria no consta solo de novelas, también cuenta con recopilación de relatos, ensayos y cuentos ilustrados.
En 2015, Murakami abrió un consultorio online donde los internautas pudieron preguntarle y pedirle consejo durante varios meses. A partir de esa experiencia, el autor japonés decidió escribir un libro relatando los momentos más interesantes de esa conversación virtual.
Reconocido en todo el mundo, ha sido galardonado con premios como el Noma(1982), el Tanizaki (1985), el Yomiuri (1996), el Franz Kafka (2006) o el Jerusalem Prize (2007). En España, ha recibido la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno Español y el Premi Internacional Catalunya 2011.