Resumen del libro:
El aristócrata y terrateniente Nikhil, contraviniendo todas sus tradiciones familiares y los convencionalismos sociales de la época, se casa con la joven Bimala, una chica de baja extracción social y tez bastante oscura. Su amor es idílico y los esposos están entregados el uno al otro hasta que aparece su amigo Sandip, un revolucionario radical y entusiasta que constituye el contrapunto del pacífico y hasta pasivo Nikhil. Bimala acoge a Sandip en la casa de su marido, y acaba involucrándose en su tarea política. Inevitablemente, una joven Bimala que lo desconoce casi todo del mundo se sentirá fuertemente atraída por él y se establecerá finalmente un triángulo amoroso…
El relato de Bimala
I
Madre, hoy vuelven a mi memoria la marca roja que señalaba la raya de tu cabellera, el sari que solías llevar, con su ancha cinta colorada, y esos bellísimos ojos tuyos, tan profundos y tan llenos de paz. Ellos me iluminaron el viaje por la vida, como el primer resplandor del amanecer, y me proporcionaron un bagaje maravilloso para emprender mi propio camino.
La luz del cielo es azul y el rostro de mi madre era oscuro, pero ella exhibía el resplandor de la santidad y su belleza hubiera hecho que se avergonzara la vanidad de las más hermosas.
Todo el mundo dice que me parezco a mi madre. En mi infancia eso solía ofenderme; hacía que me enfadara con mi espejo. Me parecía que la injusticia de Dios envolvía todos los miembros de mi cuerpo, que mis rasgos oscuros no eran los que creía merecer y que se me habían otorgado por equivocación. No me quedaba otra opción que pedirle a mi Dios, como reparación, la gracia de convertirme en el modelo de lo que debe ser una mujer, según se puede leer en un famoso poema épico.
Cuando me pidieron en matrimonio, un astrólogo que consultó mi mano afirmó:
—Esta joven posee los signos favorables: será una esposa ideal.
Y las mujeres que le oyeron exclamaron:
—Sin ninguna duda, puesto que se parece a su madre.
Me casaron en casa de un rajá. Durante mi infancia había leído a menudo la descripción del príncipe de los cuentos de hadas. Pero el rostro de mi marido no era de los que la imaginación sitúa fácilmente en el país de las maravillas: era moreno, casi tan moreno como el mío. La inquietud que sentía por mi falta de belleza se alivió un poco, pero al mismo tiempo persistió en mi corazón un resto de pesar.
Pero cuando las apariencias físicas se escapan del escrutinio de nuestros sentidos, y entran en el santuario de nuestros corazones, entonces se las puede olvidar. Sé por experiencia, ya desde mi infancia, que el amor viene a ser la plasmación exterior de la belleza. Cuando mi madre disponía las frutas variadas, que sus amorosas manos acababan de pelar, en el plato de loza blanca, y agitaba suavemente su abanico para espantar las moscas mientras mi padre estaba sentado comiendo, su solicitud adquiría una belleza que iba más allá de las simples formas externas. Desde mi más tierna infancia ya experimentaba yo todo su poder. Esa belleza escapaba a cualquier discusión, a cualquier duda, a cualquier cálculo: era pura música celestial.
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