Resumen del libro:
Quizá ninguna otra figura encarne mejor la transición de la tradición gótica al horror moderno que Arthur Machen. En la última década del siglo XIX, el escritor galés produjo un cuerpo seminal de relatos de horror y de lo oculto, de corrupción espiritual y física, y de sobrevivientes malignos del pasado primigenio, que horrorizaron y escandalizaron a los lectores de finales de la era victoriana.
La casa de las almas es una colección de cuatro obras maestras del horror y el misterio, publicadas por primera vez en un solo volumen en 1906: «Un fragmento de vida», «La gente blanca», «El gran dios Pan» y «La luz más recóndita».
Introducción a la edición de 1922
FUE EN ALGÚN MOMENTO, me parece, hacia el otoño del año 1889, cuando se me ocurrió que quizá podría tratar de escribir un poco en el estilo moderno, pues hasta entonces yo había usado, por así decirlo, un disfraz literario. El inglés rico y florido de la primera parte del siglo XVII siempre tuvo para mí un atractivo peculiar. Me acostumbré a escribir así, a pensar así; llevaba un diario en ese estilo y un poco inconscientemente ataviaba mis pensamientos cotidianos y experiencias normales con el hábito del caballero o los divinos carolinos. Así, cuando en 1884 me encargaron traducir el Heptamerón, me vino muy natural escribir en el lenguaje de mi periodo favorito y, como declaran algunos críticos, hice una versión en inglés un poco más anticuada y tiesa que el original. También La anatomía del tabaco fue un ejercicio en torno a la Antigüedad, pero de otro tipo; y La crónica de Clemendy fue un volumen de relatos que intentaban con todas sus ganas ser medievales; y la traducción de Le Moyen de parvenir seguía siendo una cosa en modalidad antigua.
Parecía, in fine, decidido que en literatura yo sería un aferrado a las eras pasadas; y no sé bien cómo logré separarme de ellas. Acababa de traducir Casanova —más moderna, pero aún no completamente al día— y no tenía nada especial en puerta, y de uno u otro modo se me ocurrió que podría tratar de escribir un poco para los periódicos. Empecé con un turnover, como se llamaban, para el viejo y desaparecido Globe, un articulito inofensivo sobre viejos proverbios ingleses; y nunca olvidaré el orgullo y el deleite que sentí cuando un día, estando en Dover, con un fresco viento otoñal que llegaba del mar, compré el periódico por casualidad y vi mi ensayo en primera plana. Como es natural, eso me animó a perseverar, y escribí más turnovers para el Globe y luego probé en la St. James’s Gazette y descubrí que ellos pagaban dos libras en vez de la guinea que daban en el Globe, así que de nueva cuenta, como era natural, dediqué la mayor parte de mi atención a la St. James’s Gazette. A partir del ensayo o artículo literario de algún modo me hice el hábito de escribir cuentos, y escribí bastantes, aún para la St. James’s, hasta que en otoño de 1890 escribí un relato titulado The Double Return. Bueno, Oscar Wilde me preguntó:
—¿Usted es el autor de ese cuento que alborotó el gallinero? Me pareció muy bueno.
Sí alborotó el gallinero y la St. James’s Gazette y yo terminamos. No obstante, seguí escribiendo cuentos, ahora sobre todo para lo que llamaban periódicos «de sociedad», que ya no existen. Y uno de esos cuentos apareció en un periódico cuyo nombre hace mucho que olvidé. Yo había llamado al relato «Resurrectio Mortuorum», y el editor, con mucha sensatez, le cambió el título a «La resurrección de los muertos».
No recuerdo con claridad cómo empezaba el cuento. Me inclino a pensar que era algo más o menos así:
El viejo señor Llewellyn, el anticuario galés, arrojó al suelo su ejemplar del periódico de la mañana y golpeó la mesa del desayuno, exclamando:
—¡Por Dios! Al último de los Caradoc del Garth lo ha casado un pastor disidente en una capilla bautista; en algún lugar de Peckham.
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