La casa de Kyoko
Resumen del libro: "La casa de Kyoko" de Yukio Mishima
Yukio Mishima, uno de los escritores más influyentes de la literatura japonesa del siglo XX, nos sumerge en un viaje introspectivo y profundo a través de su obra “La casa de Kyoko”. Publicada en 1959, esta novela nos introduce en un peculiar universo donde los invitados son recibidos sin distinción de hora, en una casa regida por la libertad y la negación del sufrimiento. En este espacio se congregan cuatro jóvenes, cada uno representando una faceta distintiva de la personalidad del autor: lo artístico, lo atlético, lo nihilista y lo narcisista.
Los personajes, en apariencia dispares por sus profesiones y temperamentos, comparten una conciencia estoica que los lleva a negar sus propios sufrimientos y a ocultar sus sentimientos tras una máscara de indiferencia. En la casa de Kyoko, las convenciones sociales, los prejuicios y los tabúes carecen de relevancia. Es un refugio donde no existen temas prohibidos y donde la libertad reina en cada conversación.
A través de las historias interconectadas de estos cuatro hombres, Mishima explora las complejidades del alma humana y las contradicciones inherentes a la condición humana. El pintor representa lo artístico y lo sensible, el boxeador encarna lo atlético y lo visceral, el hombre de negocios personifica el nihilismo y la búsqueda de poder, mientras que el actor exhibe el narcisismo y la obsesión por la imagen.
“La casa de Kyoko” no solo es un retrato detallado de la sociedad japonesa de la época, sino también una reflexión universal sobre la búsqueda de la identidad y el significado en un mundo marcado por la apariencia y la negación del sufrimiento. A través de una prosa lírica y evocadora, Mishima nos invita a adentrarnos en un mundo donde la libertad y la autenticidad son los pilares fundamentales, desafiando las convenciones sociales y explorando las profundidades del alma humana.
Primera parte
Capítulo 1
Todos bostezaban.
—¿A dónde vamos? —dijo Shunkichi.
—¿Dónde vamos a ir a estas horas del mediodía?
—Nosotras bajamos aquí, iremos a la peluquería —dijeron Mitsuko y Tamiko, por lo visto aún de bastante buen ánimo.
Shunkichi y Osamu no objetaron nada. La única mujer que se quedó en el coche era Kyoko. A Mitsuko y Tamiko les pareció bien. Shunkichi y Osamu, cada uno a su manera, se despidieron de ellas como si nada. Ellas, en cambio, esperaban una despedida más atenta por parte de Natsuo, debido a su buen carácter y a que su relación nunca había ido más allá de la amistad. Natsuo, tal como se esperaba, cumplió las expectativas.
Eran cerca de las tres de una tarde a principios de abril de 1954. El coche de Natsuo, conducido por Shunkichi, giró por una calle de sentido único. ¿Dónde podríamos ir? Algún lugar poco concurrido sería ideal… Demasiada gente los dos días que pasaron junto al lago de Ashinoko. Y hoy, a su vuelta por el céntrico barrio de Ginza, otro tanto de lo mismo.
En momentos así convenía tener en cuenta la opinión de Natsuo:
—Hace tiempo fui a Tsukishima a pintar unos bocetos, ¿qué os parecen los terrenos ganados al mar de la bahía de Tokio?
Aceptada por todos la sugerencia, el coche se puso en marcha hacia aquella dirección.
***
Aunque aún lejos, en torno al puente de Kachidoki se divisaban muchos coches en un atasco de tráfico.
«¿Qué habrá pasado?, ¿un accidente?», dijo Osamu. Al fijarse mejor, se daba uno cuenta de que era el momento en que el puente levadizo se alzaba. Shunkichi chasqueó la lengua. «Es desesperante, olvidémonos de ir a la bahía», dijo. Sin embargo, Natsuo y Kyoko no querían perderse la impresionante apertura del puente, que jamás habían presenciado; aparcaron el coche y, uno a uno, fueron cruzando por la pasarela metálica del puente. Shunkichi y Osamu parecían no tener el mínimo interés.
La parte central del puente era de acero. Esa era la parte móvil del puente que se levantaba para dar paso al tráfico marítimo y se bajaba para reanudar la circulación terrestre. En ambos extremos los operarios ondeaban unas banderas rojas de señalización ante la fila de coches parados. En la pasarela lateral para peatones una cadena impedía el paso. Había mucha gente curiosa ante el espectáculo. Otros, como los repartidores de mercancía, se alegraban de la interrupción del tráfico que les proporcionaba un descanso en medio de su labor apresurada.
Las placas metálicas para las vías del tren en el carril central despedían un negro resplandor. En ambos extremos del puente, atasco de vehículos y aglomeración de mirones en silencio.
Chirriaron las láminas metálicas y la estructura alzó sus extremidades, la armadura al levantarse fue dejando una brecha de espacio abierto. Al mismo tiempo se levantó la barandilla lateral de hierro con la arcada protectora, apuntando hacia lo alto con sus bombillas levemente iluminadas. La gigantesca estructura articuló al unísono sus piezas. A Natsuo le emocionaba la belleza del tinglado mecánico en movimiento.
Cuando las partes metálicas del puente estaban a punto de alcanzar la verticalidad, desde los flancos del puente y la cavidad de las vías del tren un remolino de polvo se levantó formando una fina nube que luego iba lloviendo polvareda sobre el canal. La figura diminuta que dibujaban los numerosos remaches laterales a lo largo del puente iba, poco a poco, reduciéndose, a la vez que disminuía y desplazaba su ángulo la sombra proyectada por las barandas laterales. Finalmente, al alcanzar la posición casi vertical las placas de metal, la sombra se detuvo de nuevo. Natsuo alzó la vista extasiado ante el arco del puente, cuyos pilares ya se plegaron horizontalmente; en ese momento cruzó por encima una gaviota en vuelo rasante.
Así fue como un gran muro metálico bloqueó inesperadamente el camino ante los cuatro jóvenes.
…
Yukio Mishima. Nacido como Kimitake Hiraoka en Tokio el 14 de enero de 1925, es una de las figuras más deslumbrantes y controvertidas de la literatura japonesa del siglo XX. Su obra, marcada por la fusión de la tradición japonesa y las tensiones de la modernidad, lo consagró como un estilista exquisito y un narrador profundo de los dilemas de su tiempo. Escritor prolífico, Mishima dejó un legado de cuarenta novelas, dieciocho obras de teatro, veinte libros de relatos y una vasta producción ensayística que sigue cautivando y desafiando a lectores de todo el mundo.
La narrativa de Mishima combina una belleza lírica inigualable con una exploración feroz de temas como la muerte, la sexualidad, la identidad y el nacionalismo. Obras como Confesiones de una máscara, El pabellón de oro y El marino que perdió la gracia del mar destacan por su capacidad para revelar los abismos más oscuros del alma humana, mientras que su tetralogía El mar de la fertilidad, culminada con La corrupción de un ángel, es un monumento literario que examina el ciclo de la vida, la espiritualidad y la decadencia.
Candidato al Premio Nobel de Literatura en 1968, honor que recayó en su mentor Yasunari Kawabata, Mishima no solo dejó una marca indeleble en las letras japonesas, sino que también se convirtió en un símbolo de las contradicciones culturales de Japón en la posguerra. Su rechazo a la occidentalización y su defensa de los valores tradicionales sintoístas lo llevaron a fundar el Tatenokai, una milicia privada dedicada a la restauración del espíritu japonés. Este fervor culminó en su dramática muerte por seppuku el 25 de noviembre de 1970, tras un fallido intento de incitar un golpe militar para reinstaurar el poder imperial.
Mishima fue mucho más que un escritor; fue un artista obsesionado con la belleza, un hombre que vivió entre la palabra y la espada, y un espíritu indomable que buscó darle un significado trascendental a cada acto de su vida. Hoy, su obra resuena como un canto trágico y sublime que nos invita a reflexionar sobre el choque entre tradición y modernidad, entre el deseo y la disciplina, entre la vida y la muerte.