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La araña

Resumen del libro:

Clarice Lispector, una de las autoras más influyentes de la literatura brasileña del siglo XX, despliega en “La araña” una narrativa envolvente. Publicada en 1946, esta obra muestra la historia de Virgínia, desde su vida en la Granja Quieta hasta su transformación en la ciudad. La relación con sus padres, su hermana Esmeralda y, sobre todo, con su hermano Daniel, revela un juego de poder y sumisión que marcará su camino.

El traslado de la Granja a la ciudad, el descubrimiento del amor y la sexualidad, y el vacío existencial que la aqueja, dan forma a la trama. Lispector narra desde una perspectiva exterior a Virgínia, pero tan íntima y concentrada en sus sensaciones que se asemeja a una primera persona extremadamente lograda.

“La araña” se erige como un libro triste, pero que le proporcionó un placer inmenso a su autora durante su escritura. Esta novela, considerada su segunda obra maestra tras “Cerca del corazón salvaje”, confirma el talento excepcional de Lispector como narradora. La profundidad de la prosa y la capacidad de explorar la psicología de sus personajes hacen de “La araña” una lectura imprescindible en la literatura contemporánea.

PRÓLOGO

Si Kafka fuera mujer. Si Rilke fuera una brasileña judía nacida en Ucrania. Si Rimbaud hubiera sido madre y hubiera llegado a cincuentona. Si Heidegger hubiera podido dejar de ser alemán, si hubiera escrito la Novela de la Tierra. ¿Por qué cito todos estos nombres? Para intentar perfilar el terreno. Por ahí escribe Clarice Lispector. Ahí donde respiran las obras más exigentes, ella avanza. Pero, luego, donde el filósofo pierde aliento, ella continúa, va aún más lejos, más lejos que cualquier clase de saber. Después de la comprensión, paso a paso, se adentra estremeciéndose en el incomprensible espesor tembloroso del mundo, con el oído finísimo, alerta para captar incluso el ruido de las estrellas, incluso el mínimo roce de los átomos, incluso el silencio entre dos latidos del corazón. Vigía del mundo. No sabe nada. No ha leído a los filósofos. Y sin embargo, a veces juraríamos oírles susurrar entre sus bosques. Lo descubre todo.

Todos los movimientos paradójicos de las pasiones humanas, los dolorosos maridajes de los contrarios, que constituyen la mismísima vida, miedo y valentía (el miedo es también valentía), locura y sabiduría (la una es la otra como la bella es la bestia) carencia y satisfacción, la sed es agua… Nos descubre todos los secretos, y, una a una, nos brinda las mil claves del mundo. Y también es experiencia suprema, sobre todo hoy en día, consistente en ser pobre a fuerza de pobreza, o a fuerza de riqueza.

Hélène Cixous, La risa de la medusa

Hay una carta en que Clarice Lispector le confiesa a su amigo, el escritor Lúcio Cardoso, la pesadumbre de no haberle gustado el título de su segunda novela, La araña. Pero la carta dice más.

Exactamente por lo que no te gustó, por su pobreza, es que me gusta a mí. Nunca pude convencerte realmente de que soy pobre…; infelizmente cuanto más pobre, con más adornos me adorno. El día que consiga una forma tan pobre como yo lo soy por dentro, en vez de carta, creo que ya te dije, vas a recibir una cajita llena de polvo de Clarice. Tal vez el título te parezca mansfieldeano porque sabes que últimamente he leído las cartas de Katherine. Pero creo que no. A las mismas palabras, les damos este o aquel color. Entonces, si estuviera leyendo a Proust, alguien pensaría en una araña proustiana (¡por dios, iba a escribir proustituta!), en una de esas cosas nimias a las que él da tanto sentido sin darle ningún valor sobrenatural. Si estuviera oyendo a Chopin, pensaría que mi araña es una de esas de gran salón con caireles delicados y transparentes, sacudidos por los pasos de muchachas enfermizas y tristes, bailando. La maldición es que naturalmente yo llego al final, de modo que siempre estoy en lo que ya fue hecho. Eso a veces me fastidia un poco. De modo que estaba leyendo Poussière y encontré algo casi igual a lo que había escrito. Y ahora que estoy leyendo a Proust, me asusté al ver en él una de esas expresiones que había usado en La araña, en el mismo sentido, con las mismas palabras. La expresión no es gran cosa pero ni siendo mediocre se llega a no caer en los demás [sic].

Como en Proust, Clarice Lispector hace pasar su proceso de busca por dos momentos complementarios, la decepción que produce un intento de interpretación objetiva (la pobreza del título, según Lúcio Cardoso, mero símil de Mansfield o Proust) y luego un intento de remediar la decepción mediante una interpretación subjetiva en que se reconstruyen conjuntos asociativos.

Clarice dice que lee a Proust pero no dice que esté leyendo la Prisonnière sino la Poussière, el polvo. Clarice lee a Proust como quien lee el polvo, la pobreza, lo otro de sí, «una forma tan pobre como yo lo soy por dentro, (…) una cajita llena de polvo de Clarice». La escritora, como detecta Cixous, es pobre a fuerza de pobreza, o a fuerza de riqueza porque sólo le interesa el ser desheredado, ser-sin-herencia, ser-sin-memoria (aunque no amnésico), «ser tan pobre que la pobreza esté en todas partes en el ser: la sangre es pobre, la lengua es pobre, y la memoria es pobre; pero nacer y ser pobre no es reductor, es como si uno perteneciera a otro planeta; y en aquel planeta no dispusiera de un medio de transporte para venir al planeta de la cultura, de la alimentación y de la satisfacción».

“La araña” de Clarice Lispector

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