Kusamakura
Resumen del libro: "Kusamakura" de Natsume Sōseki
Un paseante se detiene en medio del campo, reclina su cabeza sobre la hierba y contempla el paisaje en su imperceptible movimiento. Infinidad de reflexiones acuden a su mente. A medio camino entre la novela y el ensayo, el escritor japonés Natsume Soseki ofrece al lector una visión, no exenta de humor, sobre el sentido de la vida y la belleza que no se deja apresar. Paisaje, arte y contemplación se aúnan en el interior del protagonista, un pintor poeta que se demora en la tarea singular de desvelar la realidad.
Invitación a la lectura
Emilio Masiá y Moe Kuwano
El escritor Natsume Soseki (Tokio, 1867-1916) saltó a la fama en 1905 con la obra, entre irónica y costumbrista, Yo soy un gato. Un año después publica Kusamakura —literalmente, «almohada de hierba»—, donde se evoca el alto en el camino hecho por el protagonista en el balneario de Nakoi: momento efímero que poéticamente se expresa bajo la imagen de un hombre que se reclina en el campo para contemplar el paisaje.
Difícil de clasificar, esta obra aúna lo introspectivo y lo poético con pasajes humorísticos y apuntes de estética. El protagonista refleja al autor, al ahondar en las raíces clásicas de su identidad japonesa, en la época crítica de apertura de Japón a lo occidental tras la Restauración de Meiji (1868). La vivencia del paisaje eleva a sintonizar con la cultura tradicional: la poesía, el templo budista, la casa de té, el baño termal (onsen), el jardín, la luz tamizada a través del empapelado translúcido… La bella Nami, envuelta en los vapores de la sala de baños, sugiere una representación de teatro kabuki. Se entrelazan en la mente del escritor la pintura oriental, los poemas haiku y la estética de Zeami.
El pintor de cuyo diario brota la novela es un poeta que necesita alejarse del ruido diario. «Solo cuando me olvido de mi existencia material y me veo a mí mismo como quien me contemplase desde fuera, puedo diluirme como en un cuadro en la belleza armónica de la naturaleza que me rodea». Viaja a Nakoi, balneario entre el monte y el mar, en busca de una experiencia estética y de un distanciamiento de la vulgaridad, para percibir la belleza profunda del instante fugaz. «Una vez que entro en esa esfera, siento que la belleza del universo forma parte de mí. De hecho, sin tan siquiera dar una pincelada, me convierto en artista». El enigmático atractivo de Nami, lo bello insinuado en lo cotidiano, sugiere el encanto etéreo del «ki (ánimo) flotante»: una belleza no consciente de sí misma —«no involucrada», dirá el protagonista—, como en la actitud del zen: ser uno mismo, tal cual, sin más.
A partir de la vivencia de «iluminación», que percibe la realidad «tal cual es», se comprende la noción clave de esta obra: el hi-ninjô, el distanciamiento de las emociones humanas. Con este término se apunta a una vivencia más allá de los extremos de la sensiblería y la insensibilidad. Hi-ninjô, como «lo no emotivamente humano», nunca ha de confundirse con lo «inhumano» o «deshumanizado». Soseki, al igual que el protagonista, aspira a ir más allá de lo excesivamente sentimental sin caer en lo insensible. Esta «sensibilidad no sensiblera» ha sido interpretada por traductores y comentaristas como «objetividad». Dicho de otra manera y con más precisión, se trata de la receptividad de quien percibe la realidad tal cual, sin involucrarse en ella ni desfigurarla.
Soseki decía de Kusamakura lo mismo que Miguel de Unamuno de San Manuel Bueno, mártir, que su novela era un poema en prosa. Esta intención del autor invita a su lectura en el marco de sus paisajes.
«La brisa primaveral, indiferente a quienes la acogían o la rechazaban, se colaba por los espacios vacíos de la estancia. Iba y venía, sin más, espontáneamente, como conviene a la imparcialidad que reina en la naturaleza. Apoyando el mentón sobre mis palmas, me dije pensativo: “Si mi corazón estuviese abierto al aire libre como esta sala, dejaría circular por él sin trabas esta brisa de primavera”».
Natsume Sōseki. Seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, fue mucho más que un escritor. Nacido en 1867 en el seno de una familia samurái en decadencia, su infancia marcada por la adopción y la soledad prenunciaba un alma atormentada y profunda. A pesar de estudiar inicialmente Arquitectura, su corazón latía por la literatura inglesa, una pasión que lo llevó a adoptar el seudónimo "Sōseki", que significa "terco".
Sōseki, maestro en el arte de la composición de haikus, comenzó su carrera como profesor de inglés en la lejana Matsuyama. Allí, lejos del bullicio de la civilización, halló la inspiración para sus primeras obras, como la aclamada "Soy un gato", donde un felino observa satíricamente la sociedad burguesa Meiji.
Sus años en Londres, becado para estudiar inglés, fueron una experiencia de soledad y penuria económica, pero también de enriquecimiento intelectual. De regreso en Tokio, enseñó literatura inglesa, una labor que le resultaba odiosa, y se entregó por completo a la escritura.
Su pluma incisiva y sarcástica dio vida a obras como "Botchan", "Sanshiro" y "Kokoro", donde exploró las contradicciones de una sociedad en transformación y la lucha interior de sus personajes entre la tradición y la modernidad.
El fallecimiento prematuro de Sōseki en 1916, a la edad de 49 años, dejó un legado literario inigualable. Sus obras, consideradas joyas de la literatura japonesa, continúan resonando en la mente y el corazón de los lectores, explorando las complejidades del alma humana con una maestría incomparable. Natsume Sōseki, un caminante solitario en el paisaje literario, es una figura venerada en Japón y en el mundo, cuyo retrato adorna los billetes de 1000 yenes como testimonio de su inmortalidad en la historia cultural de su país.