Kokoro
Resumen del libro: "Kokoro" de Natsume Sōseki
Kokoro es la recreación penetrante y desgarradora de la complejidad moral existente en las relaciones humanas donde hay tanto que queda sin decirse, incluso en los ámbitos más íntimos. En este sentido, los silencios de la obra, más elocuentes que las palabras, y las alusiones indirectas, sirven de puente al corazón de las cosas y de las personas. Un corazón observado tanto desde la especial perspectiva de la cultura japonesa, como desde la condición humana en general. Kokoro, que quiere decir precisamente corazón, es una lectura sobre el amor y la vida que se hace inolvidable por su sobria, poética intensidad.
Primera parte – sensei y yo
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Siempre lo llamé Sensei. Así lo haré en estas páginas en lugar de revelar su nombre. No es que quiera mantenerlo en secreto, simplemente me resulta más natural. La palabra «sensei» se me viene a los labios cada vez que lo recuerdo.Ahora que escribo sobre él, lo hago con la misma reverencia y respeto que siempre sentí. No me parece adecuado usar sus iniciales para referirme a él. De ese modo sentiría como si hubiera una gran distancia muda entre nosotros.
Lo conocí en Kamakura, cuando yo aún era estudiante. Un amigo mío fue allí a pasar las vacaciones de verano, y a disfrutar del mar. Me escribió para que lo acompañara, así que me las arreglé para juntar el dinero necesario para el viaje, algo que me llevó dos o tres días. Sin embargo, apenas media semana después de mi llegada, mi amigo recibió un inesperado telegrama de su casa en el que le pedían que regresara. Al parecer su madre había caído enferma. Él no terminaba de creérselo. Sus padres intentaban desde hacía tiempo obligarlo a aceptar un matrimonio que él no deseaba. Según las costumbres de la época era demasiado joven para casarse y, además, la chica en cuestión no le gustaba. Precisamente por eso decidió no regresar a su casa durante las vacaciones, como hubiera sido lo normal, sino que prefirió irse a la costa a disfrutar de unos cuantos días de asueto. Me enseñó el telegrama y me pidió mi opinión. ¿Qué debía hacer? Mi amigo se debatía entre las dudas. Yo no sabía qué aconsejarle, pero en el caso de que su madre estuviera realmente enferma, le dije que debía volver, sin dudarlo. Al final se marchó. Después de todos los esfuerzos que hice para pasar unos días con él en Kamakura, al final me quedé allí solo y sin nada que hacer.
Podía quedarme o bien volver a casa, pero aún quedaba tiempo hasta que empezasen las clases, así que al final decidí permanecer donde estaba. Mi amigo pertenecía a una familia acomodada de la región de Chugoku y no le faltaba el dinero. Sin embargo, era joven y se las arreglaba más o menos como yo. Así que, después de su marcha, me vi obligado a buscar un hostal menos costoso del que habíamos elegido en un primer momento.
El lugar que había elegido estaba en las afueras del pueblo. Para llegar a los sitios de moda, los billares, las heladerías, tenía que caminar un buen rato atravesando inmensos arrozales. Ir en rickshaw me habría costado por lo menos veinte sen. A pesar de todo, por los alrededores se veían muchas casas nuevas de veraneo, la playa quedaba cerca y era la mejor opción para ir a bañarse.
Todos los días bajaba al mar. Dejaba atrás las viejas casas de campo con sus tejados de paja ennegrecidos por el humo y llegaba a la playa, repleta de gente de Tokio que huía del calor del verano en la ciudad. Algunos días, la playa me parecía un grandísimo baño público repleto de oscuras cabezas flotantes. No conocía a nadie, pero disfrutaba enormemente cuando me embebía en aquella alegre visión de cuerpos tomando el sol, cuando me tumbaba en la arena o me metía en el agua hasta las rodillas para que las olas las golpeasen.
Fue en medio de esa multitud donde por primera vez vi a Sensei. Por aquel entonces, cerca de la orilla había un par de puestos de bebidas que, además, tenían casetas de baño para cambiarse. Sin ninguna razón en particular, di en frecuentar uno de ellos. Al contrario de los propietarios de las grandes casas de veraneo de la zona de Hasé, los bañistas de aquella playa no teníamos casetas de baño privadas, sino que nos veíamos obligados a usar las comunitarias. En ellas la gente aprovechaba para relajarse, para tomarse un té, dejar sus sombreros y sombrillas en un lugar seguro, a salvo de los ladrones, y quitarse la sal con una buena ducha mientras los empleados se encargaban de enjuagar sus trajes de baño. Yo no tenía un bañador propiamente dicho y por tanto no necesitaba ir a cambiarme. Sin embargo, solía dejar mis cosas en la caseta cada vez que me metía en el mar para evitar que alguien me las robara.
…
Natsume Sōseki. Seudónimo literario de Natsume Kinnosuke, fue mucho más que un escritor. Nacido en 1867 en el seno de una familia samurái en decadencia, su infancia marcada por la adopción y la soledad prenunciaba un alma atormentada y profunda. A pesar de estudiar inicialmente Arquitectura, su corazón latía por la literatura inglesa, una pasión que lo llevó a adoptar el seudónimo "Sōseki", que significa "terco".
Sōseki, maestro en el arte de la composición de haikus, comenzó su carrera como profesor de inglés en la lejana Matsuyama. Allí, lejos del bullicio de la civilización, halló la inspiración para sus primeras obras, como la aclamada "Soy un gato", donde un felino observa satíricamente la sociedad burguesa Meiji.
Sus años en Londres, becado para estudiar inglés, fueron una experiencia de soledad y penuria económica, pero también de enriquecimiento intelectual. De regreso en Tokio, enseñó literatura inglesa, una labor que le resultaba odiosa, y se entregó por completo a la escritura.
Su pluma incisiva y sarcástica dio vida a obras como "Botchan", "Sanshiro" y "Kokoro", donde exploró las contradicciones de una sociedad en transformación y la lucha interior de sus personajes entre la tradición y la modernidad.
El fallecimiento prematuro de Sōseki en 1916, a la edad de 49 años, dejó un legado literario inigualable. Sus obras, consideradas joyas de la literatura japonesa, continúan resonando en la mente y el corazón de los lectores, explorando las complejidades del alma humana con una maestría incomparable. Natsume Sōseki, un caminante solitario en el paisaje literario, es una figura venerada en Japón y en el mundo, cuyo retrato adorna los billetes de 1000 yenes como testimonio de su inmortalidad en la historia cultural de su país.