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Kim

Portada del libro: Kim

Resumen del libro:

Hacia 1885, Kim vagabundea por los aledaños del Museo de Lahore. Parece uno más entre las bandadas de niños indios que pelean por encaramarse al viejo cañón Zam-Zammah, pero Kimball O’Hara es en realidad un niño inglés al que el destino depara una aventura de amistad, lealtad, honor y heroísmo. «…a mi modo de ver, que “Kim” sea una novela de espionaje es un asunto lateral del mismo modo que lo es que se trate de una novela picaresca, una obra costumbrista, una novela de viajes, una novela de arquetipos o una novela iniciática, ya que como toda gran obra de arte permite numerosas lecturas e interpretaciones diversas. Lo que la acredita para mí como tal obra de arte no es sólo la belleza de su historia, sino su brillantísima escritura, aguda, llena de hallazgos, de frases perfectas, certeras, jugosas, fuertes, plenas de color y de vigor, capaces de dotar de una vida incuestionable no sólo a los maravillosos personajes sino los lugares y el paisaje de la India». Del prólogo de Blanca Andreu.

Prólogo

EL AMIGO DE LAS ESTRELLAS

En cierta ocasión, Juan Benet encontró en un libro sobre la Segunda Guerra Mundial una anécdota sobre Kipling, que me mostró. En ella se contaba que un soldado francés salvó su vida por llevar un ejemplar de Kim en el bolsillo superior izquierdo de su uniforme. El volumen, pequeño y grueso, que supongo de tapa dura, detuvo la bala a la altura del corazón.

No sé por qué, me figuro que si en vez de Kim se hubiera tratado de Los cantos de Maldoror o la Justine de Sade, el proyectil habría atravesado el papel y habría llegado al órgano a donde se dirigía. Tal vez lo considero así porque creo que el espíritu que un día inspiró el nacimiento de un libro continúa animándolo siempre. A mi modo de ver, en el caso de Kim se trata de un espíritu similar al de la Sabiduría según Salomón: inteligente, sutil, inmaculado, amante del bien, amigo del hombre, bienhechor.

El espíritu de Kim acaso vengó de ese modo lo que la Primera Guerra Mundial le había hecho a su autor a finales de 1915: devorar a su hijo, John Kipling, en la batalla de Loos.

La idea que dio vida a la novela apareció por primera vez en la mente del escritor en Nueva Inglaterra. Lo hizo en la vivienda de una pequeña granja llamada «Bliss Cotage», una cabaña de madera pintada de blanco que medía apenas cinco metros de ancho y que le costaba al arruinado matrimonio Kipling diez dólares al mes.

«La amueblamos —dice Kipling en sus memorias— con una simplicidad precursora del sistema de ventas a plazos».

Compraron una vieja estufa «de segunda o tercera mano» y el propio Kipling cortó las ramas que formaron el parapeto del umbral frente al «universo blanco» del invierno en las tierras de Vermont. En esa soledad, sólo rota por el sonido de los cascabeles de los trineos, la semilla de Kim surgió de una forma vaga al tiempo que llegaba al mundo su hija Josephine, la primogénita, que moriría seis años más tarde.

Según se desprende de la lectura de su último libro, Algo de mí mismo, la época en que tuvo la idea de un relato sobre un niño criado en la India, huérfano de un soldado irlandés, a quien bautizaría en un principio con el nombre de Kim del Rishti, fue un momento de gran felicidad doméstica. Esa satisfacción era compartida con su esposa, Caroline Balestier, Carrie, casi en solitario, pues a menudo la criada se espantaba de aquella soledad y los abandonaba.

«No nos preocupábamos —dice—, los platos no tiene más que dos lados y limpiar sartenes y cacerolas tiene tan poco misterio como hacer muy bien las camas».

Sin embargo, esa bienaventuranza doméstica tenía su contrapartida en la agresividad social que les rodeaba. Un matrimonio bien avenido, autosuficiente y feliz hasta en la escasez, es normal que despierte la envidia de los vecinos. A su vecindario le envenenaba que aquel extranjero se hubiera casado con «una Balestier», que «hablaran de él los periódicos» y que a pesar de su ruina «pudiera sacar más de cien dólares de un tintero de diez centavos». Sin embargo, aún le encocoraba más el imperdonable delito de que, además de extranjero, fuera inglés. En ese momento el gobierno americano fomentaba la política antibritánica hasta tal punto que el propio embajador de Estados Unidos en Inglaterra, el señor John Hays, le dijo sincerándose en una ocasión:

—El odio de América contra Inglaterra es el cerco que mantiene juntas las cuarenta y cuatro duelas de la Unión.

Tal vez por la animadversión que circundaba al escritor, la historia de Kim no siguió creciendo. La novela sería escrita años más tarde, cuando sus padres regresaran a Inglaterra desde la India y se instalaran a unas horas de tren de «The Elms», la casa de Kipling en Rootingdean, Susex, donde nacerá su hijo John.

Su madre, Alice Mac Donald, hija de un pastor «wesleyano», procedía de una antigua familia de origen escocés y afincada en Londres, aficionada a la literatura y a las artes. Era la mayor de cuatro hermanas muy inteligentes y hermosas.

De sus tres tías, la que tendría una mayor relación con Kipling, Georgine, «tía Georgy», se casó con Sir Edward Burne-Jones, artista y propietario de The Grange. Hablando de esa maravillosa casa, donde pasaba en su infancia el mes de vacaciones, cuenta Kipling:

«Había cuadros terminados o a medio terminar, de colores preciosos, y, en los cuartos, sillas y aparadores únicos en el mundo, porque William Morris —nuestro “Tío Topsy” adoptivo— empezaba a fabricarlos por aquel entonces. (…) Siempre estaban todos dispuestos a jugar con nosotros excepto un anciano llamado Browning».

La tercera hermana Balestier se casó con otro pintor, Poynter. Y la cuarta fue madre de Stanley Baldwin, que llegaría a ser Primer Ministro de Inglaterra.

El padre de Rudyard Kipling, John Lockwood Kipling, fue, además de artista, fundador y director de la Escuela de Artes y Oficios de Lahore y conservador del Museo de Lahore. Cuando nació Joseph Rudyard, la familia acababa de emigrar a la India, John Lockwood Kipling tenía veintiocho años y enseñaba escultura arquitectónica en la Escuela de Artes de Bombay.

«Mi padre —escribe en Algo de mí mismo— con la actitud sagaz y sabia de los de Yorkshire y mi madre, celta por los cuatro costados y llena de pasión. Ambos, tan inmensamente comprensivos que, salvo cuando se trataba de asuntos menores, apenas sí necesitábamos palabras».

Después añade que, a su regreso a la India tras los años de escolarización en Inglaterra, su madre «demostró ser más encantadora de lo que hubiera podido imaginar o recordar» y su padre «no sólo era una mina de sabiduría y valiosa ayuda, sino también un compañero experto, tolerante y lleno de buen humor».

Extraña, por tanto, la ligereza de Javier Marías, en sus Vidas escritas, al hablar de los padres de Rudyard Kipling, en relación con los tan controvertidos malos tratos que sufrió este a partir de los seis años, cuando fue enviado a Inglaterra desde su Bombay natal y cayó en la que posteriormente llamaría la «Casa de la Desolación».

Dice Marías:

«No se sabe bien por qué los padres de Kipling confiaron sus vástagos a tan dañina institución pero cabe recordar (aunque eso no los exculpe) que en un cuento Kipling afirmó de un niño de seis años muy parecido a él: “No le entraba en la cabeza que ningún ser humano vivo pudiera desobedecer sus órdenes”; y una de sus tías señaló que era un crío destemplado y dado a chillar incontinentemente cuando estaba enfadado».

En realidad, los padres del «pequeño Ruddy» nada sabían de los malos tratos que se producían a miles de kilómetros de ellos.

Kim – Rudyard Kipling – Novela de Aventuras

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