Jude el oscuro

Resumen del libro: "Jude el oscuro" de

Jude el oscuro, de Thomas Hardy, es una novela que narra la vida trágica de Jude Fawley, un joven que aspira a ser académico pero que se ve frustrado por las circunstancias sociales y personales. La obra explora temas como el matrimonio, la religión, la educación y el destino, con un estilo realista y crítico.

El primer párrafo introduce al protagonista y su situación inicial. Jude es un huérfano que vive con su tía en una aldea rural de Inglaterra. Su sueño es estudiar en la universidad de Christminster, pero su tía le desanima y le dice que se conforme con ser albañil. Jude se enamora de una chica llamada Arabella, que le seduce y le engaña para que se case con ella. Pronto se da cuenta de que ha cometido un error y que su matrimonio es infeliz.

El segundo párrafo describe el desarrollo de la trama. Jude se separa de Arabella y se muda a Christminster, donde conoce a su prima Sue Bridehead, una mujer inteligente y rebelde que cuestiona las convenciones sociales. Jude se siente atraído por ella, pero ella se casa con un maestro llamado Phillotson, que le ofrece una oportunidad de estudiar. Jude y Sue mantienen una relación platónica, pero cada vez más íntima, que escandaliza a la sociedad. Finalmente, Sue deja a Phillotson y se une a Jude, con quien tiene tres hijos.

El tercer párrafo resume el desenlace de la novela. Jude y Sue sufren la pobreza, el rechazo y la hostilidad de la gente por su situación irregular. Su hijo mayor, apodado “Pequeño Padre Tiempo”, es un niño sombrío y pesimista que cree que son una carga para el mundo. Un día, en un acto de desesperación, mata a sus hermanos y se suicida, dejando una nota que dice: “He hecho lo que he podido para corregir demasiada gente”. Este hecho destroza a Jude y Sue, que se separan y vuelven con sus antiguos cónyuges. Jude enferma gravemente y muere solo y olvidado.

El último párrafo ofrece una valoración crítica de la novela. Jude el oscuro es una obra maestra de la literatura inglesa, que retrata con crudeza y sensibilidad la lucha de un individuo contra una sociedad opresiva e hipócrita. Hardy crea unos personajes complejos y humanos, que sufren las consecuencias de sus decisiones y de su destino. La novela plantea cuestiones morales y filosóficas que siguen vigentes hoy en día, como el papel de la mujer, la libertad de elección y el sentido de la vida.

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PRIMERA PARTE

En Marygreen

Sí, son muchos los que se han descarriado por
las mujeres y se han convertido en siervos
por ellas. Y son muchos también los que
han perecido, los que se han extraviado y los
que han pecado por las mujeres… ¡Ah,
hombres!, ¿cómo no van a ser fuertes las
mujeres viendo lo que son capaces de hacer?

ESDRAS

I. 1.

El maestro se marchaba del pueblo y todo el mundo parecía sentirlo. El molinero de Cresscombe le había prestado su pequeño carro blanco y entoldado y el caballo para transportar sus enseres a su ciudad de destino, a unos treinta y dos kilómetros de distancia, ya que el vehículo en cuestión ofrecía sobrada capacidad para ese traslado. La vivienda de la escuela había sido equipada por la administración, y el único trasto engorroso que el maestro poseía, además del cajón de libros, era un piano vertical que había comprado en una subasta el año en que pensó aprender música instrumental. Aunque, pasado el primer entusiasmo, jamás adquirió soltura alguna para tocar, y la dichosa compra se había convertido en una constante molestia cada vez que cambiaba de casa.

El párroco, a quien no le gustaba el espectáculo de las mudanzas, se había ausentado durante todo el día. No tenía intención de regresar hasta el atardecer, cuando el nuevo maestro hubiera llegado, estuviera instalado y todo discurriera normalmente otra vez.

El herrero, el alguacil y el propio maestro estaban de pie en el salón, en actitud perpleja frente al instrumento. El maestro había observado que, aun cuando consiguieran meterlo en el carro, no sabría qué hacer con él a su llegada a Christminster, ciudad a la que iba destinado, puesto que de momento se quedaría solamente en un alojamiento provisional.

Un niño de once años, que había asistido atentamente al embalaje, se unió al grupo de hombres; y al ver que se frotaban la barbilla pensativos comentó, ruborizándose al sonido de su propia voz:

—Tía tiene una leñera grande; podría dejarlo allí hasta que le encuentre sitio, señor.

—Buena idea —dijo el herrero.

Decidieron mandar una comisión a la tía del niño —una vieja solterona de la vecindad— y preguntarle si no le importaba guardar el piano hasta que el señor Phillotson enviara por él. El herrero y el alguacil fueron a tantear la posibilidad de esta sugerencia, y dejaron solos al chico y al maestro.

—¿Sientes que me vaya, Jude? —preguntó este cariñosamente.

Las lágrimas brotaron de los ojos del niño; no era uno de los alumnos de la clase diurna, de esos que entran prosaicamente en la vida del maestro, sino que había asistido a la clase nocturna solo desde que el maestro se encargaba de la escuela. Los escolares corrientes, a decir verdad, se hallaban muy lejos en ese momento, como ciertos discípulos que cuenta la Historia, poco dispuestos a cualquier clase de ofrecimiento entusiasta de ayuda.

El muchacho abrió con embarazo el libro que el señor Phillotson le había dado como regalo de despedida y reconoció que lo sentía.

—Yo también —dijo el señor Phillotson.

—¿Por qué se va, señor? —preguntó el niño.

—¡Ah!… sería largo de contar. No comprenderías mis razones, Jude. Quizá llegues a entenderlo cuando seas mayor.

—Creo que también podría entenderlo ahora, señor.

—Bien…, pero no lo digas por ahí. ¿Sabes lo que es una universidad y un título universitario? Es el sello que necesita todo hombre que quiera hacer algo en la enseñanza. Mi proyecto, o mi ilusión, es graduarme en la Universidad, y luego ordenarme. Yéndome a vivir a Christminster o cerca de allí, estaré en el mismísimo centro del saber como quien dice; y si mi proyecto es factible, creo que viviendo allí encontraré más ocasiones de llevarlo a cabo que en cualquier otro sitio.

El herrero y su compañero regresaron. La leñera de la vieja señorita Fawley carecía de humedades y tenía fácil acceso; y al parecer, ella consentía en que instalasen el piano allí. Así que lo dejaron en la escuela hasta el atardecer, ya que entonces habría más manos disponibles para trasladarlo. Y el maestro echó una ojeada final a su alrededor.

Jude, el niño, asistió a la carga de unos cuantos bultos pequeños y, a las nueve en punto, el señor Phillotson subió junto a su cajón de libros y demás impedimenta, y se despidió de sus amigos.

—No te olvidaré, Jude —dijo sonriendo, mientras el carro se alejaba—. Pórtate bien, recuerda; y sé bueno con los animales y los pájaros; estudia mucho. Y si alguna vez vienes a Christminster, no dejes de pasar a verme, por nuestra vieja amistad.

El carruaje chirrió por el césped y desapareció luego tras una esquina de la rectoría. El niño regresó junto al pozo que había en un extremo de la explanada del prado, donde había dejado los cubos para ir a ayudar en la mudanza a su protector y maestro. Había ahora un temblor en sus labios y, después de quitar la tapa del pozo para bajar el cubo, apoyó la frente y los brazos en el marco, con una fijeza en el semblante propia del niño reflexivo que ha sufrido prematuramente los sinsabores de la vida. El pozo al que estaba asomado era tan antiguo como el mismo pueblo, y mirando desde esa posición, parecía como una perspectiva circular, terminada en un disco brillante de agua temblorosa a unos treinta metros de profundidad. Una felpa de musgo verde tapizaba su interior cerca del borde del agua, y más arriba tenía una orla de helechos y lengua cervina.

Jude se dijo, con melodramático tono de muchacho soñador, que el maestro había sacado agua de este pozo montones de veces en mañanas como esta, pero que nunca más vendría a sacarla. «Le he visto contemplando el fondo cuando se cansaba de tirar, como yo ahora, y cuando descansaba un momento, antes de cargar con los cubos para casa. ¡Pero era demasiado inteligente para aguantar aquí más tiempo… en un lugar tan dormido como este!».

Una lágrima saltó de sus ojos a las profundidades del pozo. La mañana era un tanto brumosa, y el aliento del niño se desparramaba como una niebla aún más espesa en el aire quieto y pesado. Una voz repentina interrumpió sus pensamientos:

—¡A ver si traes ya el agua, haragán!

Era una vieja que había salido hasta la entrada del jardín de una casa de techumbre de paja, no lejos de allí. El niño asintió con presteza, subió el agua con lo que representaba un gran esfuerzo para su tamaño, sacó y vació el enorme cubo en los dos que él había traído y, después de pararse un instante a tomar aliento, cargó con ellos y echó a andar por el húmedo césped que rodeaba el pozo, casi en el centro del pueblecito, o más bien aldea, de Marygreen.

Era este pueblo tan vetusto como pequeño, y descansaba en la falda de una altiplanicie ondulada vecina a las estribaciones del norte de Wessex. A pesar de su antigüedad, el pozo era probablemente el único vestigio de la historia local que se conservaba absolutamente intacto. Muchas de las casas de techumbre de paja y sólidas vigas habían sido derribadas de un tiempo a esta parte, y muchos árboles habían besado el suelo. Sobre todo, la antigua iglesia encorvada, con sus torres de madera y su pintoresca cubierta de cuatro vertientes, había sido echada abajo, y venido a parar o bien en montones de piedra para el camino, o bien en tabiques de pocilgas, bancos de jardín, postes de cercados y rocallas en los macizos de flores de la vecindad. En sustitución, cierto devastador de testimonios históricos —que había venido de Londres y se había marchado el mismo día— había erigido un moderno edificio de estilo gótico, extraño a los ojos ingleses, en un nuevo pedazo de terreno. El solar que durante tanto tiempo había ocupado el antiguo templo de las divinidades cristianas ni siquiera se perfilaba sobre el ras de la hierba del prado, que había sido cementerio desde tiempo inmemorial; y sus tumbas olvidadas no tenían otra señal que unas cruces de hierro de dieciocho peniques y cinco años de garantía.

Jude el oscuro: Thomas Hardy

Thomas Hardy. Nacido el 2 de junio de 1840 en Higher Bockhampton, cerca de Dorchester, y fallecido en Max Gate en 1928, es una figura central en la literatura inglesa, un autor cuyo legado ha resistido el paso del tiempo. Con un estilo que combina el realismo victoriano con la sensibilidad del romanticismo, Hardy es a la vez un crítico agudo de su época y un poeta del alma humana. Profundamente influenciado por la poesía de William Wordsworth, Hardy observó con melancolía el declive del campo inglés, especialmente en el sudoeste de Inglaterra, región de la que él mismo provenía.

Si bien se consideraba a sí mismo ante todo un poeta, el reconocimiento le llegó inicialmente por sus novelas, obras que han dejado una huella indeleble en la narrativa universal. Lejos del mundanal ruido (1874), The Mayor of Casterbridge (1886), Tess, la de los d'Urberville (1891) y Jude el Oscuro (1895) son ejemplos sublimes de cómo el autor captura el drama de personajes atrapados entre sus deseos más profundos y una sociedad implacable. Estas novelas se desarrollan en su Wessex ficticio, un paisaje de campos y aldeas que se convierte en un personaje más, testigo y juez de las tragedias humanas.

El mundo de Hardy está lleno de figuras trágicas, personas que luchan contra sus pasiones y circunstancias adversas. La crítica mordaz a la sociedad victoriana es evidente en cada uno de sus textos, donde la belleza rural contrasta con la implacable injusticia social. No obstante, su poesía, publicada por primera vez en 1898, es la esencia de su visión literaria, con versos que capturan lo fugaz de la existencia y la inevitable marcha del tiempo. Aunque fue aclamado en vida por poetas jóvenes como los jorgianos, su verdadera influencia poética emergió tras su muerte, siendo elogiado por voces modernas como Ezra Pound, W. H. Auden y Philip Larkin.

Thomas Hardy es, en definitiva, un escritor que supo dar voz a las tensiones entre el hombre y su entorno, entre el deseo y la realidad, y lo hizo con una prosa magistral y una poesía que continúa resonando. A través de sus letras, el pasado rural de Inglaterra queda inmortalizado, al igual que la lucha eterna entre el destino y la libertad humana.