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¡Jettatore!

Resumen del libro:

¡Jettatore! es una obra teatral de comedia escrita por el dramaturgo argentino Gregorio de Laferrère y estrenada en 1904 en Buenos Aires. La obra se inscribe en la llamada “época de oro” del teatro nacional y es considerada una de las mejores comedias de la literatura argentina.

La trama gira en torno a la superstición de la mala suerte que se atribuye a ciertas personas llamadas “jettatores” o “yetas”. Estas personas son capaces de provocar desgracias a los demás con solo mirarlos o hablarles. El protagonista, don Lucas, es un hombre rico y bondadoso que quiere casarse con Lucía, una joven prima de Carlos. Pero Carlos, que está enamorado de Lucía, le inventa a don Lucas la fama de yeta para alejarlo de ella y hacerle la vida imposible.

La obra es una sátira de la sociedad porteña de principios del siglo XX y de sus creencias irracionales. El autor crea un personaje entrañable, don Lucas, que es víctima de esta creencia y que sufre las consecuencias de las mentiras y las trampas de su rival amoroso, Carlos. La obra está llena de situaciones cómicas, diálogos ingeniosos y personajes pintorescos que reflejan la vida y el habla de la época. El humor se basa en el contraste entre la inocencia de don Lucas y la malicia de Carlos, así como en las reacciones exageradas y temerosas de los demás personajes ante la presencia del supuesto yeta.

¡Jettatore! es una obra clásica del teatro argentino que no pierde vigencia ni humor. Es una comedia que invita a reflexionar sobre el poder de las palabras y las ideas, así como sobre la importancia de la honestidad y el respeto en las relaciones humanas.

PERSONAJES

Doña Camila (madre de Lucía).
Leonor (amiga de la familia).
Lucía (hija de Don Juan y Doña Camila).
Elvira (hermana de Lucía).
Don Lucas (pretendiente de Lucía – Jettatore).
Don Rufo (amigo de la familia).
Carlos (primo de Lucía).
Enrique (amigo de Carlos – Médico falso).
Don Juan (padre de Lucía).
Pepito (pretendiente de Elvira).
Luis (hermano de Leonor).
Benito (sirviente de la familia).
Ángela (sirvienta de la familia).

ACTO PRIMERO

Sala elegante. Una mesa al centro con revistas y diarios. Una chimenea o piano sobre el foro izquierda. Un sofá sobre el foro derecha. Araña encendida.

Escena 1

Carlos y Lucía.

CARLOS.— Vamos Lucía… de una vez. ¿Sí o no?

LUCÍA.— Es que no me resuelvo, Carlos. ¿Y si se me conoce?

CARLOS.— No seas tonta… ¿En qué se te puede conocer? Todo es cuestión de un momento.

LUCÍA.— ¡Si llegaran a descubrirnos!

CARLOS.— ¡Pero no pienses en eso!… No es posible. Yo te aseguro que no nos van a descubrir. ¿Por qué imaginarte siempre lo peor? Tengo todo preparado. Enrique está esperando en la esquina…

LUCÍA.— No me animo, Carlos… Tengo miedo.

CARLOS.— Bueno, lo que veo es que no te importa nada de mí.

LUCÍA.— No digas eso. Bien sabes que no es cierto.

CARLOS.— Sin embargo, ahí está la prueba.

LUCÍA.— Si no puedo querer a nadie que no seas tú. ¡Como si no lo supieras!

CARLOS.— Y entonces, mujer, ¿a qué vienen esas vacilaciones? Resuélvete, rubia… Con un poco de valor estamos del otro lado. ¿No ves que esto no puede seguir así?

LUCÍA.— Siquiera se encontrase presente Leonor…

CARLOS.— Es que no hay tiempo que perder. A tía ya la he estado preparando toda la tarde. Y ahora le daré el último toque, mientras llega don Lucas…

LUCÍA.— ¡Esa otra! Y ¿si no viene don Lucas?

CARLOS.— Pero ¡qué cosas tienes! ¿Acaso falta alguna noche?

LUCÍA.— Pero, pudiera ser que hoy…

CARLOS.— Vamos, Lucía, no seas niña. Estás buscando pretextos para engañarte a ti misma. ¡Parece mentira, mujer! (Se sienten pasos).

LUCÍA.— Ahí viene mamá. (Vase corriendo primera izquierda).

Escena 2

Carlos y Doña Camila.

DOÑA CAMILA.— ¿Por qué te has levantado de la mesa sin tomar el café? ¿Quieres que te lo haga servir aquí?

CARLOS.— No, tía, no. Me quita el sueño…

DOÑA CAMILA.— (Se sienta). De un tiempo a esta parte te encuentro algo raro. ¿Qué tienes? ¿Estás enfermo? Tú debías venirte a dormir aquí. Estarías mejor cuidado…

CARLOS.— No es para tanto. Me siento un poco nervioso y nada más. Es que tengo una gran preocupación…

DOÑA CAMILA.— ¿Preocupaciones tú? Y ¿por qué?

CARLOS.— ¡Vaya una pregunta! ¿Lo que le dije esta tarde le parece poco?

DOÑA CAMILA.— ¡Cómo! Pero… ¿hablas en serio, muchacho?

CARLOS.— ¡Ya lo creo!

DOÑA CAMILA.— Mira que voy a creer que has perdido el juicio…

CARLOS.— ¡Si lo que le digo es verdad! Don Lucas es «jettatore»…

DOÑA CAMILA.— Pero… ¿qué es eso de «jettatore»? Porque hasta ahora a todo lo que me has venido diciendo no le encuentro pies ni cabeza…

CARLOS.— ¡Y, sin embargo, es muy sencillo! Los «jettatores» son hombres como los demás, en apariencia; pero que hacen daño a la gente que anda cerca de ellos… ¡Y no tiene vuelta! Si, por casualidad, conversa usted con un «jettatore», al ratito nomás le sucede una desgracia. ¿Recuerda usted cuando la sirvienta se rompió una pierna, bajando la escalera del fondo? ¿Sabe usted por qué fue? ¡Acababa de servir un vaso de agua a don Lucas!

DOÑA CAMILA.— ¡Vaya, tú te has propuesto divertirte conmigo! ¿Cómo vas a hacerme creer en una barbaridad semejante?

CARLOS.— ¿Barbaridad? ¡Cómo se conoce que usted no sospecha siquiera hasta dónde llega el poder de esos hombres!… Vea… ahí andaba en las cajas de fósforos el retrato de un italiano que dicen que es «jettatore»… Pues a todo el que se metía una caja en el bolsillo… ¡con seguridad lo atropellaba un tranvía o se lo llevaba un coche por delante! ¡Y eso que no era más que el retrato! ¡Figúrese usted lo que será cuando se trate del individuo en persona!

DOÑA CAMILA.— ¡Estás loco, loco de atar!

CARLOS.— ¡Pero si todo el mundo lo sabe! ¿O usted cree que es una novedad? Pregúnteselo a quien quiera. Y le advierto que por el estilo los tiene usted a montones… Hay otro, un maestro de música, ¡que es una cosa bárbara! ¡Ese… con sólo mirar una vez, es capaz de cortar el dulce de leche! ¡Había de ver cómo le dispara la gente! Los que lo conocen, desde lejos nomás ya empiezan a cuerpearle, y si lo encuentran de golpe y no tienen otra salida, se bajan de la vereda como si pasara el presidente de la República… Vea… este mismo don Lucas (cuernos) sin ir más lejos…

DOÑA CAMILA.— ¿Por qué haces así con los dedos? ¿Qué nueva ridiculez es ésa?

CARLOS.— Cuando se habla de «jettatores», tía, hay que hacer así. Es la forma de contrarrestar el mal, de impedir que la «jettatura» prenda. Eso, tocar fierro y decir «cus cus», es lo único eficaz inventado hasta el presente…

DOÑA CAMILA.— ¡Basta de majaderías! ¡Ya es demasiado!

CARLOS.— Bueno, tía, yo no le digo más… Ya verá cómo con el tiempo se convence. Mientras tanto vaya observando… Esos dolores de cabeza que siente usted a cada rato, ¿a qué cree que se deben? ¡A las visitas de don Lucas, pues! Viene, la mira, y, ¡zás!, ¡dolor de cabeza a la fija! (Doña Camila se ríe). ¡No se ría! ¿No ha notado que el dolor se le produce siempre después de haber hablado con él? ¡Fíjese y verá!

DOÑA CAMILA.— Lo que yo puedo decirte es que nunca me convencerás de que por puro gusto va a causar daño don Lucas, ¡tan bueno como es él!…

CARLOS.— ¡Si es así, precisamente, donde está su confusión! Si no es por gusto que hacen daño los «jettatores»… Y la mayor parte de las veces, ni siquiera se dan cuenta de lo que son; lo hacen porque sí, porque para eso nacieron y no lo pueden remediar… Un escritor francés cuenta la historia de uno muy famoso que tuvo que arrancarse los ojos porque estaba matando a la novia a fuerza de mirarla. ¡Qué quiere, tía! Son desgracias que manda Dios, y contra lo que Dios manda nada se puede hacer…

DOÑA CAMILA.— ¡No seas borrico! Es una herejía lo que estás diciendo, ¡y Dios te puede castigar!

CARLOS.— ¡Pero si es más conocido que la ruda! Y lo único que hay aquí de extraño es que todavía no nos haya alcanzado a todos la influencia dañina de ese hombre…

¡Jettatore!: Gregorio de Laferrère

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