Israel Potter
Resumen del libro: "Israel Potter" de Herman Melville
Herman Melville desciende de reconocidos héroes que libraron la Guerra de la Independencia contra Inglaterra, que es precisamente el asunto de «Israel Potter». Su abuelo materno fue un general que destacó por su valentía en el combate, y el paterno, un veterano de la revolución muy respetado en Boston. En su novela se adivina la gran admiración de Melville por aquellos antepasados que, como Israel Potter, hicieron posible la independencia de la nación sin haber recibido ninguna compensación por ello. Acuciado por sus constantes problemas económicos, Melville escribió «Israel Potter» con fines comerciales, por lo que buscó crear un auténtico «best-seller» que reuniera los ingredientes necesarios para asegurarse el éxito. Para ello combinó una serie de géneros muy del gusto popular y puso en juego algunos de los arquetipos mismos de la naciente civilización americana. «Israel Potter» es un texto sobre textos, y no sobre realidades, aunque su fin último sea un cáustico análisis de la América de su tiempo. Una novela de lectura política y vanguardista que representa la rotunda negación de una serie de preceptos esenciales de una nación nacida con una clara “esquizofrenia” entre sus ideales y sus realidades.
Capítulo 1
El lugar de nacimiento
Un viajero que hoy día se contente con viajar a la vieja y eficaz usanza oriental, sin que lo lleve en volandas una locomotora o lo arrastre penosamente una diligencia; que esté más predispuesto a gozar de la hospitalidad de alguna granja solitaria que a pagar la factura de una posada; que no se asuste de la soledad, por grande que sea, ni se desanime ante los caminos más escabrosos y las colinas más empinadas: ese viajero, en su marcha por la región más al este de Berkshire, Massachusetts, hallará abundante materia para la reflexión poética en el singular paisaje de una comarca que, debido a lo escarpado del terreno y al hecho de encontrarse fuera del itinerario de cualquier medio de transporte público, sigue siendo —para el turista convencional— tan desconocida como el interior de Bohemia.
Partiendo hacia el norte desde el municipio de Otis, el camino conduce durante veinte o treinta millas hacia Windsor, siguiendo esa prolongada y desigual estribación que las Verdes Montañas de Vermont introducen en Massachusetts. Durante la casi totalidad de dicho trayecto uno tiene permanentemente la sensación de encontrarse en territorio lunar. En ningún momento se es consciente de la llanura o el valle; apenas si de la tierra misma. A menos que el camino se precipite de golpe y el viajero se encuentre súbitamente hundido en una garganta, continuará y continuará avanzando por las crestas o las laderas de las bucólicas montañas, mientras muy por debajo suyo se extiende interminablemente la belleza del valle del Housatonic. Cuando, tras alcanzar un elevado trecho horizontal —plano como una mesa— el caballo trota alegremente por el húmedo camino prácticamente desierto y la mirada del jinete recorre extasiada el amplio panorama que tiene a sus pies, el viajero es como un Bootes que se desplaza por el firmamento. Aparte de algún ocasional sembrado de patatas, la comarca está enteramente ocupada por pastizales y monte. Caballos, vacas y ovejas son los principales habitantes de estas montañas. Pero durante todo el año las perezosas columnas de humo que se alzan de la espesura del bosque proclaman la presencia de ese semiproscripto, el carbonero; así como a comienzos de cada primavera unas espirales de vapor adicionales ponen de manifiesto la actividad del fabricante de azúcar de arce. Pero del cultivo del suelo como vocación regular no existen demasiados indicios… En cualquier caso, nadie va a acumular una fortuna a partir de este terreno debilitado y pedregoso, cuyas zonas arables están todas prácticamente agotadas desde hace mucho tiempo.
Sin embargo, no era esta una región improductiva cuando la primera colonización del territorio. Aquí fue donde vinieron los primeros colonos, obrando según el consabido principio que ha gobernado siempre su elección de emplazamiento, es decir, la preferencia por las tierras altas sobre las bajas, por menos expuestas a las miasmas insalubres que generaba su propia irrupción en los ricos valles y terrenos aluviales de las regiones vírgenes. Gradualmente, empero, fueron abandonando la seguridad de esas alturas estériles y afrontando los riesgos de las tierras más bajas pero más productivas. De manera tal que actualmente algunos de aquellos municipios montañeros ofrecen una curiosa apariencia de abandono. Aunque nunca han sido más que regiones apacibles y saludables poseen —al menos en cierto modo— un aspecto de comarcas despobladas por las plagas y la guerra. Cada una o dos millas se pasa por una casa deshabitada. La robustez estructural de esas viejas construcciones ha sufrido el ataque de la putrefacción. Manchada de gris y verde por la acción del tiempo, la madera parece haberse reintegrado al bosque originario y formar parte ahora del pintoresco escenario natural circundante. Las casas son extraordinariamente grandes en comparación con las de las granjas modernas. Un elemento distintivo es su inmensa chimenea, de una piedra de color gris pálido, emergiendo como una torre en medio del techo.
Por todos lados se aprecian señales de una remota actividad. Como la piedra es abundante en esas montañas, este material resultaba, para levantar cercados, tan accesible como la madera, amén de ser mucho más durable. En consecuencia, el paisaje se halla cortado en todas direcciones por muros de una pulcritud y solidez inusuales.
La cantidad y extensión de estos muros no es más sorprendente que el tamaño de algunos de los bloques que los forman. Es como si unos titanes hubiesen tornado parte en la tarea. Que un número tan reducido de individuos como ha de haber sido el de los primeros pobladores haya realizado un esfuerzo así de portentoso para cercar un suelo tan ingrato y que hayan llevado a cabo tan hercúlea tarea con tan escueta perspectiva de recompensa: he ahí una reflexión que brinda un significativo indicio acerca del temperamento de los hombres de la era revolucionaria.
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Herman Melville. Fue un escritor, novelista, poeta y ensayista estadounidense, nacido en Nueva York el 1 de agosto de 1819 y fallecido en la misma ciudad el 28 de septiembre de 1891. Es considerado uno de los grandes representantes del Renacimiento estadounidense, un movimiento literario que buscaba crear una identidad nacional a través de la expresión artística. Su obra más famosa es Moby Dick, una novela que narra la obsesiva persecución de una ballena blanca por parte del capitán Ahab, y que contiene una profunda reflexión sobre el sentido de la vida, el bien y el mal, y la relación del hombre con la naturaleza.
Melville provenía de una familia acomodada, pero sufrió las consecuencias de la quiebra de su padre, Allan Melville, cuando tenía doce años. Tuvo que abandonar sus estudios y trabajar en diversos oficios, como empleado bancario, maestro y granjero. A los veinte años se embarcó en un ballenero, iniciando así una vida de aventuras que le llevaría a conocer distintas partes del mundo, como la Polinesia, el Pacífico Sur, Europa y Oriente Medio. Estas experiencias le servirían de inspiración para sus primeras obras, que fueron recibidas con éxito por el público y la crítica. Entre ellas se encuentran Taipi (1846), basada en su estancia entre los nativos de las islas Marquesas; Omoo (1847), que relata sus viajes por Tahití y otras islas; Mardi (1849), una novela alegórica y fantástica; Redburn (1849), que cuenta su primer viaje en barco a Liverpool; y La guerrera blanca (1850), que denuncia las injusticias de la marina estadounidense.
En 1847 se casó con Elizabeth Knapp Shaw, con quien tuvo cuatro hijos. Se estableció en Massachusetts, donde entabló amistad con el escritor Nathaniel Hawthorne, quien le influiría en su evolución hacia un estilo más simbólico y profundo. En 1850 publicó Moby Dick, su obra maestra, que fue ignorada o rechazada por la mayoría de los lectores y críticos de su época, que no supieron apreciar su complejidad y originalidad. Melville se sintió frustrado y decepcionado, y su obra posterior reflejó un tono más sombrío y pesimista. Entre sus obras de esta etapa se encuentran Pierre (1852), una novela gótica sobre el incesto; Cuentos del mirador (1856), una colección de relatos entre los que destaca Bartleby, el escribiente, una obra maestra del absurdo; Israel Potter (1855), una novela histórica sobre la guerra de independencia; y El confidente (1857), una sátira sobre la sociedad estadounidense.
En 1863 se trasladó a Nueva York, donde trabajó como inspector de aduanas durante casi veinte años. Abandonó la prosa y se dedicó a escribir poesía, aunque sin mucho éxito. Su producción poética incluye Battle-Pieces and Aspects of the War (1866), un conjunto de poemas sobre la guerra civil; Clarel (1876), un extenso poema épico sobre un peregrinaje a Tierra Santa; John Marr and Other Sailors (1888), una colección de poemas marinos; y Timoleon (1891), su último libro publicado en vida. También escribió una novela corta titulada Billy Budd, marinero, que dejó inconclusa y que fue publicada póstumamente en 1924. Esta obra narra el conflicto entre un joven marinero inocente y un oficial malvado, y plantea cuestiones morales sobre el deber, la justicia y la violencia.
Melville murió olvidado y pobre el 28 de septiembre de 1891. Su obra fue redescubierta y revalorizada por las generaciones posteriores, que reconocieron su genialidad y su influencia en la literatura moderna. Hoy en día se le considera uno de los grandes escritores de la historia, y su legado sigue vigente y fascinante.