Resumen del libro:
Agatha Christie, la renombrada maestra del misterio, nos cautiva una vez más con “Intriga en Bagdad”. En esta vibrante obra, conocemos a Victoria Jones, una joven mecanógrafa cuya vida da un giro inesperado tras perder su empleo. Conoce a Edward, un encantador joven destinado a Bagdad, y decide seguirlo como señorita de compañía de una anciana, bajo la farsa de ser la sobrina de un afamado arqueólogo.
Lo que comienza como una historia de amor pronto se ve envuelto en un torbellino de aventuras en la exótica Bagdad. Victoria, lejos de ser solo una heroína romántica, se encuentra en medio de una intriga internacional donde nada es lo que parece. Misterios, giros inesperados y peligros acechan en cada rincón de esta fascinante trama.
Con su característica habilidad para tejer narrativas intrigantes, Christie nos sumerge en un mundo de suspense y suspense, donde cada página nos acerca más al desenlace. “Intriga en Bagdad” es una obra que desafía las expectativas y nos mantiene en vilo hasta la última palabra, demostrando una vez más por qué Agatha Christie es considerada una de las grandes de la literatura de misterio.
Con un elenco de personajes vívidos y una ambientación exquisitamente detallada, Christie nos transporta a la bulliciosa Bagdad y nos sumerge en una emocionante historia de amor, traición y aventura. Una lectura imprescindible para los amantes del suspense y la intriga, que deja una impresión duradera en el corazón y la mente del lector.
A todos mis amigos en Bagdad
Guía del Lector
En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:
BAKER (Richard): Joven y sabio arqueólogo.
BOLFORD: Uno de los principales sastres londinenses.
CARDEW TRENCH: Dama muy fisgona, huésped del Hotel Tio.
CARMICHAEL (Henry): Valeroso agente británico.
CARTIER’S: Importante joyero de Londres.
CLAYTON (Gerald): Cónsul inglés de Basrah.
CROFTON LEE (Rupert): Gran viajero y novelista célebre.
CROSBIE: Capitán del ejército y a la vez agente al servicio del Gobierno inglés.
DAKIN: Miembro del cuerpo diplomático de Inglaterra en Oriente.
GORING (Edward): Secretario del doctor Rathbone.
GREENHOLTZ: Gerente de la casa en que está empleada Victoria Jones.
HAMILTON CLIPP: Dama que utiliza los servicios de Victoria en su viaje a Bagdad.
HUSSEIN EL ZIRAYA: Jeque de Kerbela.
JONES (Victoria): Joven, hermosa, esbelta y valiente mecanógrafa, protagonista de esta novela.
MORGANTHAL (Otto): Gerente de la firma Morganthal Brown y Shipperke, banqueros de Nueva York.
PAUNCEFOOT JONES: Viejo distraído y eminente arqueólogo.
RATHBONE: Director de la sociedad «El Ramo de Olivo».
SANDERS DEL RÍO: Individuo al servicio de un organismo de espionaje.
SCHEELE (Anna): Secretaria del banquero Morganthal. Mujer sin atractivos, pero muy inteligente y dinámica.
SHRIVENHAM: Agregado a la Embajada británica en Bagdad.
SPENCER: Encargada de la agencia de colocaciones de Saint Guildric.
TIO (Marcus): Propietario del hotel de su nombre.
CAPÍTULO I
1
El capitán Crosbie salía del Banco con el aire complacido de quien acaba de hacer efectivo un cheque, y descubre que tiene en su cuenta más de lo supuesto.
El capitán Crosbie sentíase a menudo satisfecho de sí mismo. Era así, y físicamente de corta estatura, más bien grueso, de rostro enrojecido y bigote recortado y marcial. Al andar se contoneaba un tanto. Sus trajes eran tal vez un poco llamativos, pero gozaba de buena reputación. Era querido entre sus amigos.
Un hombre alegre, sencillo, pero amable, y soltero. No tenía nada de extraordinario. Hay montones de Crosbie en Oriente.
La calle que recorría se llamaba Bank Street, por la sencilla razón de que la mayoría de los Bancos de la ciudad estaban en ella. En el interior del Banco predominaba el ruido producido por varias máquinas de escribir, y era oscuro, frío y bastante húmedo.
En Bank Street brillaban el sol y el polvo, y los ruidos eran múltiples y variados: el persistente sonar de los claxons… los gritos de los vendedores de varias mercancías… Veíanse discutir acaloradamente a varios grupos de personas al parecer dispuestas a matarse unas a otras, pero que en realidad eran grandes amigos; hombres, mujeres y niños vendían toda clase de dulces, naranjas, plátanos, toallas, peines, navajas de afeitar y otras muchas cosas que transportaban rápidamente por las calles en unas bandejas. Y también el perpetuo y siempre renovado rumor de toses y sobre todo ello la suave melancolía de las quejas de los hombres que conducían mulos y caballos entre automóviles y peatones gritando: ¡Balek…, balek!
Eran las once de la mañana en la ciudad de Bagdad.
El capitán Crosbie detuvo a un chiquillo que llevaba un montón de periódicos bajo el brazo, y le compró uno. Dobló la esquina de Bank Street y llegó a Rashid Street, que es la calle principal de Bagdad y que corre casi cuatro millas paralela al río Tigris.
El capitán Crosbie echó una ojeada a los titulares del periódico, lo puso bajo su brazo, anduvo unas doscientas yardas y luego, tomando una callejuela, llegó a una gran posada u hotel. Al lado mismo había una puerta con una placa de metal que empujó, y entró en una oficina.
Un joven empleado abandonó la máquina de escribir y adelantóse sonriente a darle la bienvenida.
—Buenos días, capitán Crosbie. ¿En qué puedo servirle? —¿Está el señor Drake? Bien, iré a verle.
Atravesó la puerta, subió varios escalones, y en la última puerta de un sucio pasillo llamó con los nudillos. Una voz dijo:
—Adelante.
La habitación era amplia y bastante destartalada. Había una estufa de petróleo, con un cacharro lleno de agua encima, un diván muy bajo y largo con una mesita enfrente, y un viejo escritorio. La luz eléctrica estaba encendida como desdeñando la del día. Tras el escritorio se hallaba un hombre de rostro cansado e indeciso… el rostro de quien ya no vive en el mundo, lo sabe, y no le importa. Los dos hombres, el alegre y seguro de sí, Crosbie, y el melancólico y cansado Dakin, se miraron.
—Hola, Crosbie —dijo Dakin—. ¿Acaba de llegar de Kirkuk?
El otro asintió con la cabeza, al mismo tiempo que cerraba la puerta tras sí.
Era una puerta gastada, muy mal pintada, pero con una rara cualidad: ajustaba perfectamente, sin dejar rendija ni resquicio alguno.
Era, en resumen, una puerta a prueba de ruidos.
Al cerrarse ésta, las personalidades de los dos hombres cambiaron ligeramente.
El capitán Crosbie pareció menos agresivo y seguro de sí, y Dakin enderezó sus hombros y sus ademanes fueron menos inseguros. Si alguien hubiese estado escuchando en aquella estancia, se hubiera sorprendido al ver que Dakin era el más autoritario.
—¿Alguna noticia, señor? —preguntó Crosbie.
—Sí —suspiró Dakin. Tenía ante él un papel que había estado descifrando.
…