Inferno
Resumen del libro: "Inferno" de Reinaldo Arenas
Inferno recoge la obra poética completa del gran escritor cubano Reinaldo Arenas. En el prólogo, Juan Abreu, amigo del poeta, nos define su poética en los siguientes términos: «Su poesía es parte relevante de un todo de único y original aliento; parte que contribuye a ilustrar, de forma concisa y descarnada, las obsesiones fundamentales del autor: la patria (como territorio al que estamos condenados, que nos reconoce para reclamar el derecho a aniquilarnos), la nostalgia, el misterio de la madre, el esplendor y deterioro de la carne, la maldición asumida por el creador de un mundo hipócrita y mediocre incapaz de grandeza alguna, el desprecio por todo tipo de poder, su amor a la libertad. Su poesía posee un carácter furioso, lúdico, mordaz, macabro e hiriente que nos remite al barroco quevediano, a Arthur Rimbaud y a François Villon, a Baudelaire y al Conde de Lautréamont. La poesía de Reinaldo Arenas confirma y enriquece los vectores fundamentales de su obra: la negación de cualquier tipo de autoridad, la furia ante la calamitosa condición humana, el reclamo de libertad absoluta a cualquier precio».
PRÓLOGO
«Todo trabajaba en su destino: los árboles, los planetas, los escualos»
1. VOZ MANCHADA DE TIERRA
Reinaldo Arenas pensaba que el mundo era un sitio inhabitable, infernal, me lo dijo muchas veces; así que es lógico, coherente con la visión que tuvo del mundo, que su poesía reunida se titule INFERNO. Es una poesía de este mundo, del mundo que le tocó vivir. También solía afirmar que Dios nos había hecho trampa, que el planeta Tierra era el Infierno y que (en este punto siempre esbozaba una sonrisa entre siniestra y esperanzada), no teníamos de qué preocuparnos pues al morir el único sitio que quedaba disponible era el Cielo. Muchos de los poemas que integran este libro los escuché de boca del autor. Leídos a la intemperie (física y espiritual) de la Cuba de los años setenta: a la sombra de los árboles, o protegidos por un matorral, durante nuestras tertulias en el Parque Lenin. También a la orilla del mar o durante una excursión para alejarnos del fárrago ideológico de La Habana inmersa en alguna gigantesca movilización. Siempre oteando el horizonte, siempre atentos a presencias indeseadas y a las fiebres del cielo.
Escuchar a Reinaldo constituía un acontecimiento. Poseía una voz ondulada, como manchada de tierra, de lluvia, como embarrada de jugo de hierbas, voz machacada contra las hojas, voz arrastrada por los potreros, sudada de pedregales, untada de lombrices y semen. Hablaba tal y como escribía, él y su lenguaje literario formando un todo cadencioso, un magma primitivo y exquisito, aristado y melódico. Voz afilada como punzón de preso, impregnada de una desamparada dulzura animal. Lenguaje mestizo y promiscuo, catártico y desmesurado, lírico y ceremonial. Voz de campesino iluminado.
He conocido dos seres humanos en cuya presencia siempre tuve la oscura sensación, sensación visceral, nunca intelectual, de que me distinguían con el simple hecho de admitirme en sus cercanías: uno de ellos fue Reinaldo, el otro la escritora cubana Lydia Cabrera. Ambos trasmitían una otredad, una ajenidad a nuestra estricta humana condición, que yo sentía y que me provocaba un respeto no a la persona en sí (ambas asequibles y terrenales), sino a lo que parecía acompañarlos, escoltados: algo innombrable. Desde el día en que los conocí identifiqué ese algo con la poesía.
Curiosamente, tanto Cabrera como Arenas no eran poetas, en el sentido formal, canónico del término. Es mucho más exacto considerarlos prosistas. Uno novelista, fundamentalmente, la otra cuentista y autora de estudios e investigaciones de carácter antropológico. Pero sus textos están atravesados por un poderoso caudal poético que no se halla con frecuencia en muchos autores dedicados a los versos. Lo que me lleva a lo que todos sabemos: poeta no es aquel que escribe versos sino quien está poseído por ese misterio indescriptible que llamamos poesía. Arenas era uno de esos poseídos.
La poesía de Reinaldo Arenas no ocupa, desde el punto de vista cuantitativo, un lugar prominente en el cuerpo de su obra, Su producción poética es relativamente pequeña si tenemos en cuenta que en sus cuarenta y siete años de vida escribió ocho novelas, numerosos relatos largos, un considerable número de cuentos, un volumen de ensayos, su autobiografía; y sólo tres extensos poemas agrupados bajo el titulo de Leprosorio y otro puñado de poemas ocasionales a lo largo de los últimos veinte años de su vida. Esto no hace su poesía menos importante, al contrario. Es parte relevante de un todo de único y original aliento; parte que contribuye a ilustrar, de forma concisa y descarnada, las obsesiones fundamentales del autor: la patria (como territorio al que estamos condenados, que nos reconoce para reclamar el derecho a aniquilarnos), la nostalgia, el misterio de la madre, el esplendor y deterioro de la carne, la maldición asumida por el creador en un mundo hipócrita y mediocre incapaz de grandeza alguna, el desprecio por todo tipo de poder, su amor a la libertad.
Su poesía es una suerte de marea que invade la prosa y que es invadida a su vez por aquella.
También sus poemas nos sirven para profundizar en un Arenas inmediato, zumbón, irredento, restallante como un bofetón propinado en respuesta a una ofensa que merece réplica inmediata. Respuesta que exige la brevedad del poema, que adquiere en ocasiones resonancias de poesía de barricada dedicada a ultrajar e insultar al enemigo. Baste recordar aquí el poema dedicado a un profesor de la universidad norteamericana de Tulane (a quien consideraba uno de esos apologistas de la dictadura de Castro), al que llama Blanco Mojoncito. Su poesía posee un carácter furioso, lúdico, mordaz macabro e hiriente que nos remite al barroco quevediano, a Arthur Rimbaud y a François ViIlon, a Baudelaire y al Conde de Lautréamont.
La poesía de Reinaldo Arenas confirma y enriquece los vectores fundamentales de su obra: la negación de cualquier tipo de autoridad, la furia ante la calamitosa condición humana el reclamo de libertad absoluta a cualquier precio.
…
Reinaldo Arenas. Nacido el 16 de julio de 1943 en Aguas Claras, Cuba, y fallecido el 7 de diciembre de 1990 en Nueva York, Estados Unidos, fue un novelista, dramaturgo y poeta cubano célebre por sus obras de realismo mágico y su oposición al régimen de Fidel Castro. Arenas, un escritor de notable sensibilidad y talento, dejó una marca indeleble en la literatura latinoamericana con su estilo lírico y su valiente voz crítica.
La vida de Arenas estuvo marcada por la agitación política y personal desde una edad temprana. Nacido en el campo y trasladado luego a Holguín, su adolescencia se definió por su oposición a la dictadura de Batista. Inicialmente, apoyó la Revolución Cubana, pero pronto se desilusionó y se convirtió en disidente debido a la exclusión y persecución que sufrió, agravada por su homosexualidad. Su única novela publicada en Cuba, "Celestino antes del alba", agotó su primera edición en una semana y no se reeditó, iniciando una serie de cinco novelas que reflejan su desencanto progresivo con la Revolución.
Durante su vida, Arenas sufrió una implacable persecución por parte del gobierno cubano, que limitó sus oportunidades como escritor e intelectual. Amigo de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, Arenas fue encarcelado bajo duras condiciones y obligado a renegar de sí mismo, lo que dejó profundas cicatrices en su personalidad. En prisión, escribió su autobiografía "Antes que anochezca", una obra que más tarde se adaptó al cine y consolidó su legado.
En la década de 1970, Arenas intentó escapar de Cuba en varias ocasiones sin éxito. Finalmente, en 1980, logró emigrar durante el Éxodo del Mariel. Establecido en Nueva York, Arenas vivió en un exilio marcado por el rechazo de la comunidad cubana exiliada y la homofobia. En 1987, le diagnosticaron VIH/sida, una enfermedad que lo llevaría a tomar la decisión de acabar con su vida en 1990. En su carta de despedida, Arenas expresó su profundo desencanto y su deseo de libertad.
El legado de Reinaldo Arenas es vasto y continúa influyendo en generaciones de escritores. Su obra autobiográfica, "Antes que anochezca", fue llevada al cine en 2000, con Javier Bardem interpretando a Arenas. Además, su vida y obra han sido objeto de documentales y óperas, como la obra de Jorge Martín estrenada en el Lincoln Center. Su influencia se siente en la literatura cubana contemporánea y su voz sigue resonando como un símbolo de resistencia y creatividad en medio de la opresión.