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Indian Country

Resumen del libro:

Dorothy M. Johnson, aclamada autora norteamericana del Oeste, nos sumerge en un mundo de choque cultural en su colección de relatos “Indian Country.” La obra, que incluye narraciones icónicas como “El hombre que mató a Liberty Valance” y “Un hombre llamado Caballo,” sirvió de base para películas legendarias dirigidas por John Ford y Elliot Silverstein.

Johnson destaca por su enfoque contundente y veraz al explorar las complejas relaciones entre los colonos blancos y las tribus nativas en la frontera del Oeste. Sus relatos transmiten una sensación de autenticidad y vida a través de frases cortas y un estilo que va desde la inteligencia a la ironía, e incluso a la crueldad cuando la historia lo requiere.

En “Indian Country,” los lectores se embarcarán en un viaje literario a un mundo implacable y vibrante donde las culturas chocan, y donde Johnson brilla como una maestra en la narración del Oeste americano. Esta colección de relatos no solo ofrece una mirada profunda a la historia y la cultura de la frontera, sino que también resalta el talento subestimado de Dorothy M. Johnson como una de las voces más destacadas del género western. Un imprescindible para los amantes del Oeste y la literatura de calidad.

PRESENTACIÓN

SOBRE EL WESTERN EN GENERAL Y SOBRE EL WESTERN EN ESPAÑA EN PARTICULAR

Cuando en 1823 Fenimore Cooper da a la imprenta The Pioners, la primera de sus novelas de la serie «Calzas de cuero», y, poco después, The Last of the Mohicans (1827), deja puestas las primeras piedras de un nuevo género narrativo: el Western. Cierto es que Fenimore Cooper muy posiblemente no pretendía tal cosa, sino aclimatar a Estados Unidos ese tipo de novela de ambientación en el pasado con la que su admirado Walter Scott venía triunfando universalmente desde una década antes; pero… lo quisiera o no, sin saberlo, Cooper daba un nuevo universo temático a la ficción y planteaba esa dualidad «Novela histórica de ambiente norteamericano» /«Western» que aún sigue proporcionando materia especulativa a los teóricos de este género.

Sin intentar ahora deslindar dónde acaba la novela histórica, o la de aventuras, y dónde empieza el western, o el policíaco, o el romántico —lo cierto es que las fronteras entre los géneros narrativos son muy difusas—, sí puede establecerse que el núcleo fundamental del western está intrínsecamente ligado a un momento y circunstancia concretos de la historia de los Estados Unidos, lo que los norteamericanos denominan «La Frontera». La vida en la frontera es la materia narrativa del western. Su ámbito geográfico y temporal es amplio y cambiante, pero el que ha cuajado universalmente en el imaginario de lectores y espectadores es, en concreto, el de la vida en la frontera de los Estados Unidos entre 1860 y 1900. En ella están instalados el tópico, la realidad y el setenta por ciento de los escenarios del western: ganaderos, tahúres, indios, sheriffs, caballería de los Estados Unidos, el ferrocarril, las diligencias… Pero conviene recordar que el género western —y la Frontera, como concepto— se extiende por diversos territorios y periodos cronológicos de la historia de los Estados Unidos. Esos otros ámbitos, menos frecuentados, acentúan y dan características propias a otros subgéneros o tradiciones narrativas del western, y así, los estudiosos del género hablan de «Gran Norte», «Pre-western», «Western colonial», «Western crepuscular»… Y eso en cuanto a escenarios, porque conviene no perder de vista que, como en cualquier otro género, caben enfoques de comedia, drama, musical, aventuras, parodia, épica, etcétera.

Estas líneas precedentes aspiran simplemente a recordar que si barremos a un lado, sin despreciarlos, los tópicos que el público en general identifica con el western, tenemos una estirpe literaria —como la policíaca, la fantástica o la de «la novela histórica»— llena de matices, tradiciones, cánones; con unas cuantas decenas de millares de novelas, cuentos, poemas, y otros materiales, susceptibles de ser «obras maestras», «buenas», «malas» o «deleznables»: justo como cualquier otro gran género narrativo.

Esta valoración sobre la literatura western, obvia para cualquier lector norteamericano, que en 1902 situaba a The Virginian de Owen Wister —el primero de los westerns «modernos»— como el libro más vendido del año, y ve cómo en las listas de bestsellers de los años veinte se mezclan Sinclair Lewis, con Edith Wharton y Zane Grey, o que entre los diez más vendidos de 1986 Louis L’Amour comparte honores con Stephen King y Robert Ludlum, no parece suscribirla el público lector español.

Los aficionados al cine de nuestro país, sí. Nadie le discute ahora el título de «maestro» a John Ford, Howard Hawks o Clint Eastwood, ni la grandeza a Centauros del desierto, o a El hombre que mató a Liberty Valance, pero no ocurre lo mismo con la vertiente literaria de este género. En nuestro país, el término «Western» u «Oeste», como aún se sigue frecuentemente diciendo, trae a nuestras mentes… muchas buenas películas; la serie de televisión Bonanza y las novelitas de Kiosco de Marcial La Fuente Estefanía. Los más veteranos suman a estas referencias culturales los nombres de Zane Grey y José Mallorquí. Y los realmente entendidos pueden añadir a lo precedente los nombres de Ernest Haycox y Louis L’Amour… y esto ya da para «notable». Sin embargo esto no fue siempre así. En las primeras décadas del siglo XX los lectores españoles tenían acceso a la traducción del Buffalo Bill Weekly (editorial Sopeña) y se vertían con regularidad al castellano a Mayne Reid, Zane Grey, Peter B. Kyne y James Oliver Curwood. En los años treinta, la época dorada del pulp-western, las colecciones de aventuras españolas dan cabida en sus catálogos a Ernest Haycox, Byron Mowery, Rex Beach, Max Brand, Hoffman Birney y otros muchos clásicos americanos, además de, lógicamente, a Karl May, Salgari, Gustave Aimard y otros europeos cultivadores ocasionales del género. Ya en los años cuarenta, y hasta inicios de los sesenta, además de editarse con gran éxito las novelas y series del muy notable autor local José Mallorquí, se vienen traduciendo y publicando, en ediciones muy dignas, a Ernest Haycox, Edna Ferber, Paul I. Wellmann, Kenneth Roberts, Neil Swanson, Conrad Richter y otros grandes autores, a caballo entre el western puro y la novela histórica ambientada en la frontera norteamericana. Y, finalmente, en los años sesenta, no menos de quinientas novelas de autores norteamericanos —de esos que en cualquier enciclopedia voluminosa de western merecen al menos un par de párrafos— aparecen en nuestro país inundándolo todo. Eran ediciones muy modestas, hechas básicamente para kiosco, pero lo cierto es que tres o cuatro editoriales españolas de literatura popular, como Molino, Toray, o Bruguera, en colecciones especializadas y mediante acuerdos comerciales con las grandes editoriales norteamericanas del momento, hacen que la producción de western de los años cincuenta y sesenta —Lewis B. Patten, Will Cook, Noel Loomis, Todhunter Ballard, Louis L’Amour, etc.— esté excelentemente representada en español… al menos en cuanto a número de títulos, e ilustraciones de portadas. Las traducciones, la integridad de los textos, la coherencia en la elección de títulos, la continuidad y el orden de algunas series… eso ya es otra cosa. Y, de pronto, finalizados los sesenta, tras esta sobreabundancia en número, aunque no en calidad de edición, todo desaparece. Solo quedan los intentos aislados de la editorial Videorama —supongo que al albor de algún éxito del sempiterno Louis L’Amour en Estados Unidos—, algunas cosas de ediciones Vértice, las reediciones de Zane Grey, Curwood o Kyne, de la editorial Juventud, aunque casi con consideración de literatura juvenil, y la edición de bestsellers de ambiente western, como el Centennial de Michener, la saga del Bicentenario de John Jakes, o las novelas del detective navajo de Tony Hillerman… No vamos a examinar aquí y ahora las causas de la desaparición del western literario anglosajón de calidad en España. Quizá algo tuviera que ver con ello el triunfo de las novelitas de vaqueros «de a duro» escritas por autores españoles con seudónimo anglosajón que llenaban kioscos y vagones de metro en nuestros años sesenta. ¿Para qué pagar derechos a los americanos y costear traducciones, si un Pérez o un González podían escribirte, por muy poco, «una del Oeste» por semana y se obtenían más beneficios? O quizá circunstancias empresariales más genéricas… Lo cierto es que algo similar ocurrió en aquellos años con las colecciones de ciencia ficción… Fuera como fuese, el western internacional, a partir de los setenta, salvo contadísimas excepciones, desapareció de los anaqueles de libros en lengua española.

Indian Country: Dorothy M. Johnson

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