Resumen del libro:
V. S. Naipaul, Premio Nobel de Literatura, nos ofrece en su obra “India” una visión penetrante y desprovista de prejuicios sobre la complejidad de la sociedad india. Su narrativa lúcida, tierna y sarcástica destaca la coexistencia de la modernidad y la tradición en un vibrante tapiz social.
En este viaje literario, Naipaul explora el enfrentamiento entre musulmanes e hindúes, pintando un retrato detallado de las tensiones religiosas que han marcado la historia del subcontinente. Además, examina las transformaciones del papel de la mujer en una sociedad en constante evolución, desde antiguos rituales hasta la dinámica industrial cinematográfica que redefine la percepción de la feminidad.
La obra también aborda la incursión de la nueva literatura en la escena india, revelando la riqueza y complejidad de la expresión artística en un contexto cultural diverso. Naipaul destaca los cambios en la institución familiar y su interacción con la permanencia del sistema de castas, arrojando luz sobre la dinámica social en constante transformación.
Con una prosa magistral, Naipaul logra tejer una narrativa que captura la esencia de una India multifacética. Su enfoque agudo y perspicaz se sumerge en los entresijos de la sociedad, ofreciendo a los lectores una comprensión profunda y matizada de los desafíos y contradicciones que definen este fascinante país. En “India”, el autor demuestra una vez más su maestría en la exploración de complejidades sociales, convirtiendo esta obra en una contribución invaluable a la comprensión global de la India contemporánea.
1. EL TEATRO DE BOMBAY
Bombay es una muchedumbre; pero cuando ya llevaba un trecho recorrido desde el aeropuerto aquella mañana, empecé a pensar que la muchedumbre de las aceras y la carretera era enorme, y que tenía que ocurrir algo insólito.
Los vehículos que se dirigían hacia la ciudad se movían lentamente a causa de la multitud. Cuando se detenían, en ciertos cruces, debido a los semáforos o a los policías o a ambas cosas a la vez, las aceras hervían aún más, y por la carretera fluía tal torrente de personas, con tales chorros de ropas de leves tejidos y leves tonalidades, que parecía como si hubieran abierto una especie de compuerta invisible y que, si no la cerraban, la corriente de peatones se desbordaría, y los baqueteados autobuses rojos y los taxis amarillos y negros quedarían atrapados, como en calma chicha, cada uno de ellos en el centro de un remolino humano.
En el taxi me acompañaban el humo, el calor y el estruendo. El sol abrasaba; había poco aire; la carbonilla de los escapes de los autobuses empezó a pegárseme a la piel. Debía de ser peor para quienes iban por la calzada y las aceras; pero muchos parecían recién bañados, con marcas de puja recién hechas en la frente; también parecía que muchos de ellos llevaban sus mejores ropas: como si las gentes de Bombay estuvieran celebrando algo importante.
Le pregunté al taxista si era fiesta. Como no entendió la pregunta, no insistí.
Bombay continuó definiéndose: los bloques de pisos a ambos lados de la carretera, edificios de cemento enmohecidos en las plantas superiores por las condiciones atmosféricas de Bombay, el sol excesivo, la lluvia excesiva, el calor excesivo; enmugrecidos en las plantas bajas, como por las muchedumbres a la altura de la acera, y como si la mugre humana fuera ascendiendo, marea tras marea, para fundirse con el moho.
Las tiendas, incluso las pequeñas, incluso las más sórdidas, tenían grandes letreros, multicolores, fantasiosos, muy logrados, obra de personas que apreciaban la escritura latina y sánscrita (o devanagari). Muchas veces, ante estas tiendas, y bajo los letreros, solo había suciedad; de vez en cuando, se veían personas de aspecto deprimido, morenas, sentadas sobre la porquería, comiendo, indiferentes a todo salvo a su comida.
Había grandes carteles que anunciaban películas, y otros más pequeños que se repetían en las farolas. Resultaba difícil, justo en el momento de la llegada, relacionar lo novelesco que parecían prometer los anuncios con la gente de a pie. Y aún más difícil situar entre todo aquello la publicidad en inglés de bancos y líneas aéreas y del sesquicentenario de The Times of India («Buenos tiempos, tiempos tristes, tiempos cambiantes»): para el forastero recién llegado tras una noche de vuelo, la ciudad que sugería aquella publicidad era como una destilación casi inimaginable —una esencia especial, densa— de la humanidad que se le ofrecía a la vista.
La multitud continuaba. Y, de repente, vi que una gran parte estaba compuesta por una larga cola o hilera de personas, de a tres, cuatro, o cinco en fondo, en la otra acera. La fila crecía sin cesar, y aunque a trechos parecía parada, se movía lentamente. Me di cuenta de que llevaba un buen rato pasando con el taxi junto a aquella hilera, quizá de un kilómetro y medio de longitud. Se interrumpía en los cruces: unos policías uniformados de caqui mantenían despejadas las calles colindantes.
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