Imagen de John Keats
Resumen del libro: "Imagen de John Keats" de Julio Cortázar
“Imagen de John Keats”, escrito por Julio Cortázar entre 1951 y 1952, es un fascinante híbrido literario que trasciende las convenciones de la biografía y el ensayo. Este libro busca establecer un diálogo íntimo y vibrante con el poeta inglés John Keats, logrando que su presencia impregne cada página. A través de una cuidadosa selección de cartas y poemas, Cortázar pinta un retrato entrañable de Keats, invitando al lector a pasear y conversar con él mientras sigue los pasos de su vida y obra.
Cortázar, conocido por su estilo innovador y su capacidad para difuminar las fronteras entre realidad y ficción, emplea en este libro una técnica que él mismo describe como “libro suelto y despeinado”. Con interpolaciones y saltos, el autor ofrece grandes aletazos y zambullidas en el universo poético de Keats. Este enfoque errático y libre permite una exploración más profunda y personal del alma del poeta, revelando la poética del camaleón que también influiría en la propia escritura de Cortázar.
El libro no solo es un tributo a Keats, sino también una reflexión sobre la creación literaria y la búsqueda de identidad artística. Cortázar rastrea los elementos que conforman la poética de Keats, extrayendo lecciones y formulando una visión que anticipa su propia evolución como escritor. La admiración y la empatía de Cortázar por Keats son palpables, creando un puente emocional que conecta al lector con las inquietudes y aspiraciones de ambos poetas.
Julio Cortázar, uno de los autores más destacados de la literatura hispanoamericana, se distingue por su capacidad para romper con las normas literarias tradicionales. Su obra abarca desde relatos cortos innovadores hasta novelas que desafían la estructura narrativa convencional. En “Imagen de John Keats”, Cortázar demuestra su maestría al combinar elementos biográficos y ensayísticos en un texto que resuena con profundidad y autenticidad.
En resumen, “Imagen de John Keats” es una obra que, lejos de ser una mera biografía o ensayo, se convierte en una conversación viva y dinámica con uno de los poetas más queridos de la literatura inglesa. El estilo libre y audaz de Cortázar, lleno de interpolaciones y grandes aletazos, ofrece una experiencia de lectura única que invita a reflexionar sobre la naturaleza de la poesía y la creación literaria.
Sólo pido un verano, ¡oh poderosas!, y otro otoño para que madure mi canto y más conforme, colmado por ese juego, mi corazón se resigne a morir.
HÖLDERLIN, «A las parcas».
PRELUDIOS
Con excepción de dos poemas, el autor considera provisionales todas sus traducciones, y sujetas a una revisión total. En la mayoría de los casos, se trata sólo de la equivalencia de sentido lógico, sin ninguna preocupación formal. De editarse alguna vez este libro, el autor emprendería la tarea de ajustar definitivamente sus versiones de poemas (y cartas) de Keats.
Declaración jurada
Un libro romántico, aplicado a su impulso y a su tema con fidelidad de girasol. Es decir, un libro de sustancias confusas, nunca aliñadas para contento del señor profesor, nunca catalogadas en minuciosos columbarios alfabéticos. Y de pronto sí, de pronto ordenadísimo, cuando de eso se trata: también al buen romántico le llevaba un método el hacerse la corbata a la moda del día.
Hace años que he renunciado a pensar coherentemente, mi lapicera Waterman piensa mejor por mí. Parece que juntara energías en el bolsillo,
la guardo en el chaleco, encima del corazón, y es posible que a fuerza de escucharlo ir y venir el gran gato redondo cardenal
su propio corazón de tinta, su pulpito elástico, se vaya llenando de deseos y de imaginaciones. Entonces me salta a la mano y el resto es fácil, es exactamente ahora.
De todas maneras mis numerosos prejuicios no la dejan andar libre por la página. Si en verdad se pudiera escribir automáticamente, es probable que los ojos distraídos por la contemplación de un reflejo que resbala en los cristales, renunciaran a vigilar a la obstinada patinadora, nada más violento que su deseo de agotar la pista, salir con una última pirueta dejándola cubierta de signos y dibujos. Pero los ojos, máquina de la conveniencia, resienten profundamente esta gimnasia personal y libre, ellos que sólo ven la danza, que única y solamente ven.
De todas maneras, como me administro bastante bien desde la central del ocio, distribuyo mis funciones con generosidad de patroncito de estancia, y luego de regalarle a los ojos un entero álbum de Matisse, acepto el impulso ciclista que nace en la mano, la dejo enhorquetarse en el palito-que-habla, y allá van mientras los miro y chupo mi jugoso mate donde una diminuta selva perfuma para mí.
Ligeramente narcisista, no es cierto. Como los idiomas que se concitan en todo esto; como la montañesca abrumación de citas: como el lenguaje que me ha dado la gana emplear. Sé que este camino junto a mi poeta disgustará de pronto a unos y a otros, porque mire lo que ocurre: aquí se habla de un pasado con lenguaje de presente,
y esto aterra a los que antes de abrir un Dante se calzan el espejo y componen la cara güelfa que corresponde, aniquilando en su memoria los números telefónicos, la bomba H y la poesía de Pierre-Jean Jouve
mas también se habla aquí en presente, presentísimo, de un pasadísimo pasado,
y esto fastidiará a los que hacen nacer la poesía con el chico de las Ardenas, relegando el resto a eso que pensamos habitualmente bajo el término crinolina.
De manera que voy a quedar igualmente mal con los cuidatumbas y con los be-bop. Pero también esto es fidelidad a mi poeta, porque él tenía una aptitud pavorosa para quedar mal con todo el mundo en la república literaria. Sólo sus amigos lo comprendieron, y eso ayuda a no dejarse tentar por la fácil y ventajosa afiliación unilateral.
En cuanto al incurrimiento en citas, la cosa es menos justificable como todo lo que nace del deseo. Salpicar es de muy mala educación, ya sea sopa, agua jabonosa o citas. Cuando en 1950 volvía de Europa en el M. S. Anna C., estruendosamente acompañado por varios cientos de inmigrantes italianos y un poco menos de portugueses
y de mañana a las seis arriba te encienden las luces del camerone velis nolis y como para dormir con la gritería y los interminables cambios de pareceres sobre si llegamos a Río a las nueve o mañana al amanecer
ergo había que levantarse o mejor bajarse porque yo tenía una cucheta alta
obtenida luego de hábiles maniobras ante el capo alloggi, so pretexto de crisis asmáticas,
con lo cual a las seis y cinco estábamos docenas de ragazzi delante de las hileras sing-sing, los lavabos, cada uno la toalla como capa de auriga, una mano apretando el ingenioso truco de la canilla ad usum terza classe (chorrito si apretás, y gracias) y la otra captando las gotas y distribuyéndolas por la cara las orejas el pelo
y a la vez evitando mojar al de al lado (uno a cada) porque está bien echarse encima la propia agua pero una sola gota-del-agua-del-de-al-lado es serio, es abusivo. Lo mismo que las citas. Escribir salpicando citas es pedantería
el tipo quiere lucirse (total, con la biblioteca a mano—)
es desenfado
las buenas cosas las dicen los otros
es centón es parasitismo
Montaigne, los muchos Lorenzo Valla, y atrás agazapada la creencia de que los antiguos tenían siempre razón.
Una lástima (para los otros; personalmente no me preocupa) esta forzosa diferencia que el uso o el destierro de las citas impone catalográficamente a los libros: Está el tratado, donde proliferan a gusto de todos, y está el libro «de creación», donde
graciosísimamente
una sola cita goza del honor del loro: percha para ella sola, que de golpe se llama epígrafe. En la casa grande no hay sitio para ella, salvo una que otra vez, y siempre como haciéndose perdonar. (Hay esos libros que son una sola super-cita de otro libro, pero no seamos perros.)
La cita es narcisista, como la intercalación de frases en una lengua extranjera. Nadie ignora que citamos todo aquello que otro nos ventajeó. Esto en cuanto a lo intelectual. Pero luego están las citas que acuden a la memoria por analogías inaprehensibles, que dejan la flor y se vuelven a su nada; los versos sueltos, que brotan como armónicos de un estado de ánimo, de abrir una ventana, de sentir el deseo de una caricia o un color. Como hace años que he renunciado a pensar, es natural que otro piense por mí, en mi memoria, y me ponga en la mano piedritas de colores, como esos chicos que parsimoniosamente van exhibiendo a otro sus figuritas, primero la tortuga, los lebreles, el pez espada, y luego las especiales y compuestas, la familia en el zoo, los monos sabios, el concierto de las hadas.
Si cito porque me da la gana, es que la gana me da las citas. Cuando el palito-que-habla se pone a hacerlo por otro, respeto esa habitación de un espíritu que me usa para repetirse, para volver de su mastaba. Voracidad del poeta que desborda sus libros, invade los ajenos. La hija de Minos y de Pasifae, ¿en cuántas islas mora?
Entonces es justo respetar también la lengua. Habla tus palabras cuando quieras, Villon; y tú, Andrew Marvell, y tú, D’Annunzio. Lástima no saber ruso, no saber armenio, saber tan mal el alemán y el español.
Digo estas cosas para adelantar que lo que sigue responde a la mayor libertad posible de expresión, ya que todo movimiento expresivo en órdenes poéticos debe ser, literalmente, un catch-as-catch-can. No me fío de la libertad de fin de semana, de esa vuelta a lo humano que sentimos el sábado a la tarde y el domingo. Creo en una libertad compuesta, como puede serlo una obediencia fiel a lo que se ama.
Inútil obediencia solitaria
dice Ricardo E. Molinari, e irse fijando con quién nada menos abro el palomar de las citas.
Inútil, como toda buena obediencia, como madame Butterfly; solitaria —casi de más, casi, también, inútil.
Pero libertad es decir adhesión a lo que finalmente y cada día
(cada día es siempre el último, lo finalmente) sabemos bueno, bello, verdadero.
Y con esto, librito, ábrete a los juegos.
…
Julio Cortázar. Nació en Bruselas en 1914, su padre era funcionario de la embajada de Argentina en Bélgica, se desempeñaba en esa representación diplomática como agregado comercial.
Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza gracias a la condición alemana de la abuela materna de Julio, y de allí, poco tiempo más tarde a Barcelona, donde vivieron un año y medio. A los cuatro años volvieron a Argentina y pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana.
Realizó estudios de Letras y de Magisterio y trabajó como docente en varias ciudades del interior de la Argentina. En 1951 fijó su residencia definitiva en París, desde donde desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos se encuentran entre los más perfectos del género. Su novela Rayuela conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea.
En 1983, cuando retorna la democracia en Argentina, Cortázar hizo un último viaje a su patria, donde fue recibido cálidamente por sus admiradores, que lo paraban en la calle y le pedían autógrafos, en contraste con la indiferencia de las autoridades nacionales. Después de visitar a varios amigos, regresa a París. Poco después François Mitterrand le otorga la nacionalidad francesa.
El 12 de febrero de 1984 murió en París a causa de una leucemia.
Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos.