Resumen del libro:
No hay en la Tierra ningún otro valle como el de Shangri-La. Situado en las recónditas montañas de Blue Moon, es un lugar mágico, en el que nadie envejece, en el que nadie piensa en la muerte. En HORIZONTES PERDIDOS —que marca un capítulo aparte en la obra del autor, no sólo por su tema, sino por las implicaciones filosóficas que trascienden la idea de la novela—, Hilton nos cuenta la aventura de unos seres empujados hacia Shangri-La contra su voluntad, entre los que destaca Hugh Conway, sugestionado por la fascinación de la vida eterna. Novela de concepción extremadamente original, HORIZONTES PERDIDOS alterna situaciones de fuerte tensión dramática con otras de sosegada belleza o de delicado humorismo. Esta obra dio lugar, en su día, a un inolvidable filme del mismo título, dirigido por Frank Capra e interpretado por Ronald Colman.
Prólogo
Los cigarros ya se habían apagado y empezábamos a experimentar la desilusión que generalmente aflige a los compañeros de colegio que vuelven a encontrarse ya adultos, y que tienen mucho menos de común de lo que imaginaban.
Rutheford escribía novelas; Wyland era secretario de embajada y nos había dado un banquete en Tempelhof, no de muy buen grado, por cierto, pero con la ecuanimidad que los diplomáticos guardan para estas ocasiones.
Era indudable que sólo el hecho de que eramos tres ingleses solteros en una capital extranjera nos había reunido y yo me había convencido de que el orgullo del que siempre había hecho gala Wyland Tertius no había disminuido con los años.
Rutheford me gustaba más. Se había desarrollado en él el niño precozmente inteligente que conociera en la infancia. La probabilidad de que éste tenía que hacer bien pronto una fortuna con el fruto de su imaginación nos hizo participar a Wyland y a mí del mismo sentimiento: la envidia.
La tarde no había tenido en verdad nada de aburrida. Habíamos contemplado los enormes aparatos de la Lufthansa llegar al aeródromo procedentes de todos los puntos de la Europa Central, y en el crepúsculo, cuando todas las luces del campamento fueron encendidas, la escena adquirió el brillante aspecto de un teatro.
Uno de los aparatos era inglés, y su piloto, con el mono y el casco, se aproximo a nuestra mesa y saludó a Wyland, que, al principio, no le reconoció. Un segundo despues nos lo presentaba. Era un joven locuaz y agradable, llamado Sanders.
Wyland le presentó sus excusas por la dificultad en reconocer a los hombres cuando van enmascarados con el casco de aviación y su cuerpo desfigurado por aquél horrible uniforme. Sanders sonrió y respondió:
—Demasiado bien lo sé, Wyland. No olvides que estuve en Baskul.
Wyland sonrió también, pero con menos espontaneidad y la conversación tomó otros derroteros.
Sanders fue una adición atractiva para nuestra tertulia. Bebimos juntos una cantidad enorme de cerveza. Alrededor de las diez, Wyland se levantó un momento para hablar con alguien que se hallaba en una mesa próxima, y Rutheford, aprovechando aquel paréntesis en nuestra conversación, dijo:
—Oh, hace un momento mencionó usted Baskul. Yo conozco aquel lugar ligeramente. ¿A qué sucesos hacía usted referencia?
Sanders sonrió algo confuso; respondió:
—Fue un caso raro que nos sucedió cuando yo estaba en el servicio…
Su juventud le empujó a hablar y prosiguió:
—Un afgano o árabe robó un día uno de nuestros aparatos y produjo la confusión consiguiente. Fue la cosa más atrevida que he presenciado en mi vida. El ladrón subió a la cabina del piloto, lo redujo a la impotencia de un golpe en la cabeza, le quitó el casco, ocupó su puesto y, después de dar a los mecánicos las señales de rigor, despegó con gran estilo y soltura. Aquello no habría dejado de ser una aventura sin trascendencia si hubiera regresado o se le hubiera encontrado. Pero jamás volvimos a ver ni al piloto aquel ni al avión.
Rutheford parecía interesado.
—¿Cuándo sucedió eso? —preguntó.
—Hace un año aproximadamente. En el treinta y uno. Estábamos evacuando a la población civil de Baskul a Peshawar a causa de la revolución… Todo aquello andaba revuelto en aquellos días, pero jamás habría sospechado de que nadie se atrevería a realizar aquello, y… sin embargo… sucedió. Esta visto que los vestidos hacen al hombre, digan lo que digan.
—Creo que debieron poner más hombres de vigilancia en los aparatos en una ocasión como aquélla.
—Lo hicimos en los transportes de tropas, pero éste era un aparato especial, construido para un maharajá, un verdadero avión de lujo. Luego, una sociedad de investigaciones de la India lo empleó para vuelos a gran altura en Cachemira.
—¿Y asegura usted de que no llegaron a Peshawar?
…