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Honorata de Wan Guld

Resumen del libro:

Honorata de Wan Guld es una novela de aventuras escrita por Emilio Salgari y continuación de la novela La reina de los Caribes. Es parte de la serie de libros conocida como Ciclo Piratas de las Antillas, encabezada por El Corsario Negro. El Corsario Negro, como ocurre con frecuencia en las novelas de Salgari, se enamoró de la hija de su enemigo, Honorata de Wan Guld, con quien vivió un breve idilio. Fruto de su matrimonio fue Yolanda, protagonista de otra novela, junto con el antiguo lugarteniente del corsario, el pirata Morgan.

CAPÍTULO 1

VERACRUZ

Después de aplacar las exigencias del estómago y de disfrutar algunas horas de descanso, los filibusteros se encaminaron en busca del campamento indio.

Temiendo, sin embargo, que en vez de indios fuesen españoles, Moko, que era el más ágil de todos, se adelantó para explorar los contornos.

La floresta que atravesaba era espesísima y estaba formada por plantas diversas que crecían tan próximas las unas a las otras, que en ocasiones casi imposibilitaban el paso.

Un infinito número de lianas circundaba aquellas plantas, serpenteando por el suelo y enroscándose en torno de los trancos y las ramas de los árboles.

De cuando en cuando, a lo largo de los troncos se veían huir esos reptiles llamados

“iguanas” o lagartos, largos de tres a cinco pies, de piel negruzca con reflejos verdes, que daban asco, y cuya carne, sin embargo, es apreciadísima por los gastrónomos mexicanos y brasileños, que la comparan a la del pollo.

Después de una hora larga de marcha abriéndose paso penosamente por entre aquella maraña de vegetales, los filibusteros se encontraron con Moko.

-¿Has visto a los indios? -preguntó el Corsario.

-Sí -contestó el negro-. Su campamento está ya próximo.

-¿Estás seguro de que son indios?

-Sí, capitán.

-¿Son muchos?

-Acaso unos cincuenta.

¿Te han visto?

-He hablado con su jefe.

-¿Consiente en darnos hospitalidad?

-Sí, porque sabe que somos enemigos de los españoles y que entre nosotros se encuentra una princesa india.

-¿Has visto caballos en su campamento?

-Una veintena.

-Espero que nos venderán algunos -dijo el Corsario-. ¡Vamos, amigos, y si todo va bien, os prometo llevaros mañana a Veracruz!

Pocos minutos después los filibusteros llegaban al campamento indio.

Aquellos pobres indios, eran, sin embargo, bastante miserables. Vivían tan sólo de la caza y de la pesca, y toda su riqueza consistía en dos docenas de caballos y algunos borregos.

Del jefe -un viejo que conocía muy bien el país- recibió el Corsario valiosas informaciones acerca del camino para llegar a Veracruz. Por él pudo saber que a lo largo de las playas no había españoles y que en la rica ciudad mexicana era fácil de entrar, ya que los españoles se creían a cubierto de toda sorpresa.

Al día siguiente, antes del alba, el destacamento dejaba el cabañal, después de recompensar la hospitalidad ofrecida por aquellos buenos indios.

El Corsario había podido obtener cinco vigorosos caballos de raza andaluza, que prometían hacer mucho recorrido sin fatigarse.

A mediodía, tras una carrera endiablada, los filibusteros, que habían tomado el camino de la costa, llegaban a la altura de Jalapa, pequeña aldea, sin importancia entonces, y hoy de las más bellas ciudades de México.

Hasta las siete de la tarde no dieron vista en el horizonte a las almenadas torres de

San Juan de Ulúa, defendidas con sesenta cañones y reputadas como inexpugnables.

Al divisarlas, el Corsario Negro detuvo su caballo. Un terrible fulgor animaba su ojos, y sus facciones se habían alterado.

-¿La ves, Yara? -preguntó con sorda ira.

-Sí, señor -repuso la joven. -¿La crees inexpugnable, verdad? -Se dice que es la roca más fuerte de México.

-Pues bien; dentro de pocos días arriaremos el estandarte de España que ondea en sus torres.

-¿Y yo seré vengada?

-Sí, Yara.

-¿Y el hombre que mató a mi padre y destruyó a mi tribu habrá muerto?

-Sí, Yara. Así lo espero, con tu ayuda.

-Estoy a tu disposición, señor. ¿Quieres mi vida para vengarme? ¡Tómala!

-¡Quiero que la conserves para asistir a la muerte del hombre que tanto mal te hizo!

¡Adelante, amigos! ¡Mi enemigo mortal duerme a la sombra del estandarte español!

A las nueve de la noche, un poco antes de que cerrasen las puertas, el destacamento llegaba sin obstáculo a Veracruz.

Honorata de Wan Guld – Emilio Salgari

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