Resumen del libro:
Haruki Murakami, reconocido maestro de la literatura contemporánea, nos sumerge en su fascinante universo con “Hombres sin mujeres”, una colección de siete relatos que exploran las complejidades del aislamiento y la soledad que rodean las relaciones amorosas. En este libro, el autor japonés nos presenta hombres que se enfrentan a la pérdida de una mujer o cuyas historias de amor están marcadas por desencuentros y fantasmas del pasado.
Cada relato es una ventana a la psique de personajes que, inermes, lidian con las consecuencias emocionales de relaciones que han dejado una profunda huella en sus vidas. Murakami teje sus narrativas con maestría, explorando temas como el enamoramiento convertido en enfermedad letal, la incapacidad de establecer una comunicación plena con la pareja, y las extrañas interrupciones en las historias de amor.
La presencia de las mujeres en estos relatos se destaca como un elemento misterioso y fundamental. Murakami rinde homenaje a figuras femeninas que, de manera enigmática, irrumpen en la vida de los hombres, dejando una impronta imborrable. A través de guiños a los Beatles, el jazz, Kafka, Las mil y una noches, y Hemingway, el autor teje un tapiz literario que va más allá de las simples relaciones amorosas para explorar las complejidades del alma humana.
En cada página, Murakami despliega su característico estilo introspectivo y lírico, llevando a los lectores por un viaje emocional donde la melancolía y la belleza coexisten. “Hombres sin mujeres” no solo es una exploración de las vicisitudes del amor, sino también una oda a la capacidad del autor para capturar la esencia de la condición humana en toda su complejidad.
Drive My Car
Hasta entonces, Kafuku se había subido a un coche conducido por una mujer en varias ocasiones y, a su modo de ver, la manera de conducir de las mujeres podía clasificarse básicamente en dos tipos: o un poco demasiado brusca o un poco demasiado prudente. Por suerte, esta última era mucho más frecuente que la primera. En términos generales, ellas conducen con mayor prudencia y cuidado que los hombres. Desde luego, uno no tiene derecho a quejarse de que alguien conduzca con prudencia y cuidado. Sin embargo, a veces esa forma de conducir puede exasperar a los demás conductores.
Por otro lado, da la sensación de que muchas de las conductoras que pertenecen al «bando brusco» se creen que «ellas conducen bien». Se burlan de las conductoras excesivamente prudentes y se enorgullecen de no ser como ellas. Pero, cuando realizan un cambio de carril temerario, no parecen darse cuenta de que algunos de los conductores que las rodean sueltan suspiros o improperios mientras se ven obligados a utilizar el freno más de lo habitual.
También hay, por supuesto, quien no pertenece a ninguno de los dos bandos. Son mujeres que conducen con total normalidad, ni con demasiada brusquedad, ni con demasiada prudencia. Entre ellas, las hay bastante hábiles conduciendo. Sin embargo, incluso en esos casos, por una u otra razón Kafuku siempre notaba en ellas cierta tensión. No podría explicar de qué se trata en concreto, pero cuando va sentado al lado de la conductora percibe una «falta de fluidez» que le impide sentirse a gusto. La garganta se le reseca o se pone a hablar de cosas triviales e innecesarias para romper el silencio.
Obviamente, entre los hombres también hay quienes conducen bien y quienes no. Pero, por lo general, no le transmiten tensión. No es que vayan relajados. Seguramente también estén tensos. No obstante, parecen saber cómo separar de modo natural —tal vez inconscientemente— dicha tensión de su talante. A la vez que prestan atención a la conducción, charlan y obran con un nivel de absoluta normalidad. En resumen: una cosa es la tensión y otra el talante. Kafuku desconoce dónde radica esa diferencia.
Pensar separadamente en los hombres y las mujeres no es algo que suela hacer a diario. Apenas nota diferencias en las competencias en función del sexo. Su profesión lo obliga a trabajar con el mismo número de mujeres que de hombres y, de hecho, se siente más cómodo al trabajar con ellas. Por lo general, están atentas a los detalles y saben escuchar. Pero, en lo que concierne a conducir, cuando se sube en un coche pilotado por una mujer, en ningún momento deja de ser consciente de que es una de ellas la que lleva el volante. Esta opinión, sin embargo, nunca se la ha expresado a nadie. No le parece un tema apropiado para hablar con los demás.
Por eso, cuando le contó que buscaba un chófer particular y Ōba, el dueño del taller, le recomendó a una joven, Kafuku fue incapaz de mostrarse contento. Al reparar en su expresión, Ōba sonrió. Como si le dijera: «Sé lo que piensas».
—Escuche, señor Kafuku, le aseguro que esta chica conduce bien. Se lo garantizo. Si quiere, ¿por qué no queda con ella, aunque sea una vez, y la conoce?
—Está bien. Si tú lo dices… —repuso Kafuku.
Necesitaba un chófer lo antes posible y Ōba era un tipo de confianza. Ya hacía quince años que se trataban. Por su aspecto, Ōba recordaba a un diablillo de pelo duro como el alambre, pero, en lo tocante a coches, seguir sus consejos era ir a lo seguro.
—Por si acaso, le echaré un vistazo al alineado de la dirección y, si no encuentro ningún fallo, creo que podré entregarle el coche en perfecto estado pasado mañana a las dos. Ese día avisaré a la chica para que venga, así que ¿qué le parece si lo lleva a dar una vuelta de prueba por esta zona? Si no le convence, no tiene más que decírmelo. Conmigo no hace falta que se ande con reparos.
—¿Qué edad tiene?
—Creo que veinticinco. Aunque todavía no se lo he preguntado —reconoció Ōba. Luego frunció un poco el ceño—. Bueno, como acabo de decirle, al volante es irreprochable, pero…
…