Resumen del libro:
Nathaniel Hawthorne, un maestro del simbolismo y la exploración de la psicología humana, es reconocido por su habilidad para tejer historias enigmáticas que invitan a la reflexión. Comparado con figuras literarias como Melville y Kafka por su profundidad y originalidad, su obra ha perdurado a lo largo del tiempo. En “Historias dos veces contadas”, Hawthorne nos sumerge en un mundo donde la soledad y el desasosiego son protagonistas, revelando una sensibilidad que sigue siendo perturbadoramente relevante hoy en día.
En este libro, el lector se encuentra con una colección de relatos que marcaron el inicio de la fama de Hawthorne como escritor. A través de sus personajes y situaciones, el autor nos lleva a explorar las complejidades de la condición humana. Cada historia es una pieza magistral de narrativa que deja una impresión duradera en quien la lee.
La maestría de Hawthorne radica en su capacidad para utilizar el simbolismo de manera sutil pero poderosa. Cada detalle, cada palabra elegida con precisión, contribuye a la construcción de un mundo rico en significado. Sus relatos están impregnados de un aura misteriosa que atrapa al lector desde la primera página y lo sumerge en un viaje emocional y existencial.
A lo largo de “Historias dos veces contadas”, Hawthorne nos invita a reflexionar sobre temas universales como el pecado, la redención y la naturaleza humana. Sus personajes enfrentan dilemas morales y luchan contra fuerzas internas y externas que los llevan al borde de la desesperación. Sin embargo, en medio de la oscuridad, siempre hay un destello de esperanza que ilumina el camino hacia la redención.
Este libro es una obra maestra que demuestra por qué Nathaniel Hawthorne sigue siendo uno de los grandes escritores de la literatura universal. Su capacidad para capturar la esencia misma de la experiencia humana lo convierte en un autor atemporal cuya relevancia perdura a través de los siglos. “Historias dos veces contadas” es una lectura obligada para aquellos que buscan explorar las profundidades del alma humana a través de la lente de un genio literario.
La muñeca de nieve: un milagro infantil
En la tarde de una fría jornada de invierno, cuando el sol asomó con helado brillo después de una larga tormenta, dos criaturas solicitaron permiso a su madre para salir a jugar sobre la nieve recién caída. La mayor era una niña a la que sus padres, y otras personas que tenían con ella un trato familiar, acostumbraban a llamar Violet, porque su carácter era tierno y humilde y porque pasaba por ser hermosa. Pero a su hermano lo conocían por el mote de Peony, en razón de la rubicundez de su carita ancha y redonda, que hacía pensar a todos en el resplandor del sol y en grandes flores escarlatas. Es importante aclarar que el padre de estos dos niños, un tal señor Lindsey, era un hombre excelente pero desmedidamente positivista, ferretero de profesión, tenazmente habituado a encarar con lo que se denomina sentido común todas las cuestiones que caían bajo su consideración. Aunque su corazón era tan sensible como el de sus semejantes, su cabeza era tan dura e impenetrable y, por consiguiente quizá, tan vacía, como cualquiera de las vasijas de hierro que vendía en su negocio. El carácter de la madre, en cambio, ostentaba una veta poética, un rasgo de belleza espiritual, una flor delicada y perlada de rocío, por así decir, que había perdurado de su juventud imaginativa y que continuaba palpitando en medio de las polvorientas realidades del matrimonio y la maternidad.
De modo que, como dije al principio, Violet y Peony rogaron a su madre que les permitiera salir a jugar sobre la nieve fresca, porque aunque parecía muy lúgubre y melancólica cuando se precipitaba desde el firmamento gris, ahora que el sol brillaba sobre ella tenía un aspecto muy alegre. Los niños vivían en la ciudad y no tenían un campo de juegos más vasto que el jardincito que adornaba el frente de la casa, separado de la calle por una valla blanca, protegido por las copas de un peral y de dos o tres ciruelos, y con unos pocos rosales plantados frente a las ventanas de la sala. Sin embargo, ahora los árboles y arbustos se hallaban desnudos con sus ramitas cubiertas por la nieve, la cual formaba así una especie de follaje invernal, con un carámbano colgando aquí y allá a modo de fruto.
—Sí, Violet… sí, mi pequeño Peony —dijo la madre con dulzura—; podéis salir y jugar sobre la nieve fresca.
A continuación, la buena mujer arropó a sus pichones con chaquetas de lana y sacos acolchados, y les abrigó el cuello con bufandas, y enfundó cada piernecita en una polaina a rayas, y protegió sus manos con mitones de estambre, y les dio un beso a cada uno a modo de hechizo, para alejar a Juan Escarcha. Así salieron las dos criaturas, con unos brincos que las transportaron enseguida al seno mismo de una colosal pila de nieve, de cuyo interior Violet emergió como un pinzón de las nieves, en tanto que el pequeño Peony asomaba su cara redonda en plena flor. ¡Cómo se divirtieron entonces! Quien los hubiera visto triscando en el jardín nevado habría pensado que la oscura y despiadada tormenta se había desencadenado con el único propósito de proporcionar un nuevo juguete a Violet y Peony, y que ellos mismos habían sido creados, como los pájaros de las nieves, para deleitarse sólo con la tempestad y en la alfombra blanca que aquélla tendía sobre la tierra.
Por fin, cuando terminaron de bañarse el uno al otro con puñados de nieve, Violet concibió una nueva idea después de haberse reído cordialmente del aspecto del pequeño Peony.
—Si tus cachetes no fueran tan rojos te parecerías exactamente a un muñeco de nieve, Peony —dijo ella—. ¡Y esto me inspira! Hagamos un muñeco de nieve… con la forma de una niña… y será nuestra hermana y correrá y jugará con nosotros durante todo el invierno. ¿No sería maravilloso?
—Oh, sí —exclamó Peony, lo más claramente que pudo, porque todavía era muy pequeño—. ¡Será maravilloso! ¡Y mamá la verá!
—Sí —respondió Violet—. Mamá verá la nueva nena. Pero no deberá invitarla a entrar en la sala tibia, porque como tú sabes, a nuestra hermanita de nieve no le gustará el calor.
…