Hijas y esposas
Resumen del libro: "Hijas y esposas" de Elizabeth Gaskell
Larga novela victoriana en que un viudo, el doctor Gibson, padre de una hija en edad de merecer, se casa con una maestra que, a su vez, tiene también una bella hija. Su segunda esposa es una mujer que vive sólo para las apariencias y cuya hija es una joven incapaz de expresar sus sentimientos más profundos debido a una infancia marcada por el abandono y la infelicidad. Frente a estas dos hijas la autora nos retrata a los hijos del terrateniente Hamley, que representan el conflicto entre lo racional y la decadente languidez.
I
El amanecer de un día de fiesta
PERMITAN comenzar con ese viejo galimatías infantil. En un país había un condado, y en el condado había un pueblo, y en el pueblo había una casa, y en la casa una habitación, y en la habitación había una cama, y en la cama estaba echada una niña; completamente despierta y con ganas de levantarse, pero no se atrevía a hacerlo por temor al poder invisible de la habitación de al lado: una tal Betty, cuyo sueño no debía perturbarse hasta que dieran las seis, momento en que se levantaría «como si le hubieran dado cuerda» y se encargaría de alborotar la paz de aquella casa. Era una mañana de junio y, aunque era muy temprano, el dormitorio estaba lleno de sol, de luz, de calor.
Sobre la cajonera que había delante de la pequeña cama con cubierta de bombasí blanco que ocupaba Molly Gibson, se veía una especie de perchero primitivo para capotas, del que colgaba una meticulosamente protegida del polvo por un gran pañuelo de algodón, de una textura tan tupida y resistente que, si lo que había debajo hubiese sido un fino tejido de gasa, encaje y flores, habría quedado «hecho un zarrio» (por utilizar una de las expresiones de Betty). Pero el gorro era de dura paja, y su único adorno era una sencilla cinta blanca colocada sobre la copa, atada en un lazo. Sin embargo, había una pequeña tela encañonada en el interior, cuyos pliegues Molly conocía a la perfección, pues ¿acaso no los había hecho ella la noche antes con grandes esfuerzos? ¿Y no había un lacillo azul en esa tela, que superaba en elegancia a todos los que Molly había llevado hasta ahora?
¡Las seis por fin! El brusco y agradable repiqueteo de las campanas de la iglesia lo proclamó; convocando a todos a su trabajo diario, como llevaban haciendo cientos de años. Molly se levantó de un salto y corrió descalza por la habitación, y levantó el pañuelo y vio de nuevo la capota, símbolo de aquel hermoso día que iba a comenzar. A continuación se dirigió a la ventana y, tras un leve forcejeo con el marco la abrió y dejó entrar el agradable aire de la mañana. El rocío ya había abandonado las flores del jardín que había debajo de su ventana, pero aún se estaba evaporando de los lejanos campos de heno. A un lado se hallaba la pequeña villa de Hollingford, a una de cuyas calles se abría la puerta principal de la casa del señor Gibson; y ya empezaban a formarse columnas, pequeñas emisiones de humo procedentes de las chimeneas de las casas de campo, donde el ama de casa ya estaba en pie, preparando el desayuno para ese personaje de la familia que se dedica a ganarse el pan.
Molly Gibson veía todo eso, pero lo único que pensaba era: «¡Oh! ¡Qué hermoso día hará hoy! Tenía miedo de que nunca, nunca llegara; y de que, si llegaba, se pusiera a llover». Cuarenta y cinco años antes, las diversiones de los niños en una localidad rural eran muy sencillas, y Molly había vivido doce años sin que le ocurriera ningún acontecimiento tan importante como el que está a punto de suceder. ¡Pobre niña! Cierto que había perdido a su madre, lo que constituyó un duro golpe para el desarrollo de su vida, pero eso no era nada en comparación con el objeto de su impaciencia; además, cuando falleció su madre, ella era demasiado pequeña para ser consciente de lo que había sucedido. Y lo que aquel día esperaba con tanta ansia era su primera participación en una suerte de festival anual que se celebraba en Hollingford.
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Elizabeth Cleghorn Gaskell. (1810-1865), ampliamente reconocida como Mrs. Gaskell, emerge como una figura literaria destacada durante la próspera época victoriana. Su rica vida y prolífica carrera no solo le otorgan el título de novelista y escritora de relatos, sino que también la sitúan en el centro de la efervescente escena cultural del siglo XIX.
Nacida en la vibrante Chelsea en 1810, Gaskell pasó sus primeros años en la pintoresca localidad de Knutsford. Esta idílica ciudad, más tarde inmortalizada en su obra "Cranford", sirvió como caldo de cultivo para sus primeras impresiones sobre la sociedad y la vida rural. La pérdida temprana de su madre y la posterior convivencia con su tía, Hannah Lumb, dejaron una marca imborrable en su obra, siendo la muerte materna un tema recurrente, como se evidencia en "Mary Barton".
El matrimonio con William Gaskell, pastor y escritor unitario, llevó a la pareja a establecerse en Manchester, un crisol industrial donde la realidad cotidiana inspiró las tramas de sus novelas más impactantes. La casa en Plymouth Grove se convirtió en un faro literario, acogiendo a influyentes personajes como Charles Dickens y John Ruskin. Aquí, entre columnas esculpidas y el bullicio de la emergente clase media, Gaskell escribió la mayor parte de su obra, consolidando su posición como una voz fundamental en la literatura victoriana.
La pluma distintiva de Gaskell abordó temas sociales con agudeza, evidente en obras como "Mary Barton", que desnuda la dura realidad de la clase trabajadora industrial. Su incursión en la novela idílica, como en "Cranford", muestra una versatilidad narrativa que captura tanto los paisajes rurales como los paisajes urbanos. "Norte y Sur" (1855) destaca como un testimonio de su compromiso con la crítica social y su capacidad para explorar las complejidades de la condición humana.
La cercanía con la autora Charlotte Brontë, plasmada en la primera biografía de esta última, revela la red de relaciones literarias que Gaskell tejía con maestría. Su contribución a la literatura se extiende más allá de sus novelas, abordando relatos de fantasmas y defendiendo el uso del dialecto local como medio de expresión auténtico.
Elizabeth Gaskell falleció en Holybourne, Hampshire, en 1865, dejando un legado literario que resuena en la crítica social, la exploración de la condición femenina y una aguda observación de la sociedad victoriana. Su casa en Plymouth Grove, a pesar de los estragos del tiempo, sigue siendo un testimonio tangible de su vida y obra, recordándonos la duradera influencia de una de las autoras más significativas de su tiempo.