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Harry Potter y el prisionero de Azkaban

Harry Potter y el prisionero de Azkaban, novela de J.K. Rowling

Resumen del libro:

J.K. Rowling, la autora británica que ha cautivado a millones de lectores con su saga de Harry Potter, nos presenta en esta tercera entrega una trama llena de misterio, suspense y revelaciones inesperadas.

Harry Potter, un joven mago huérfano, se enfrenta a un nuevo peligro: Sirius Black, un prisionero fugitivo de la infame cárcel de Azkaban, se rumorea que busca venganza contra Harry por la muerte de sus padres. Para protegerlo, el Ministerio de Magia envía a Hogwarts a los temibles dementores, criaturas que absorben la felicidad de quienes los rodean.

Azkaban se convierte en un personaje en sí mismo, una presencia oscura que pesa sobre la escuela y sus habitantes. La tensión aumenta cuando Harry descubre que Sirius Black no es quien aparenta ser, y que la verdad sobre su pasado está plagada de secretos y mentiras.

Con la ayuda de sus inseparables amigos Ron y Hermione, Harry emprende una investigación para descubrir la verdadera identidad de Sirius Black y su conexión con su pasado. A lo largo de la historia, se enfrentarán a peligros inimaginables, aprenderán nuevos hechizos y descubrirán la magia ancestral de los Animagos.

El Prisionero de Azkaban no solo es una emocionante aventura, sino también una profunda reflexión sobre la amistad, la lealtad y el poder de la verdad. La autora nos invita a cuestionar las apariencias y a valorar la importancia de conocer la historia completa antes de juzgar.

CAPÍTULO UNO

Lechuzas mensajeras

HARRY POTTER era, en muchos sentidos, un muchacho diferente. Por un lado, las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año; y por otro, deseaba de verdad hacer los deberes, pero tenía que hacerlos a escondidas, muy entrada la noche. Y además, Harry Potter era un mago.

Era casi medianoche y estaba tumbado en la cama, boca abajo, tapado con las mantas hasta la cabeza, como en una tienda de campaña. En una mano tenía la linterna y, abierto sobre la almohada, había un libro grande, encuadernado en piel (Historia de la Magia, de Adalbert Waffling). Harry recorría la página con la punta de su pluma de águila, con el entrecejo fruncido, buscando algo que le sirviera para su redacción sobre «La inutilidad de la quema de brujas en el siglo XIV».

La pluma se detuvo en la parte superior de un párrafo que podía serle útil. Harry se subió las gafas redondas, acercó la linterna al libro y leyó:

En la Edad Media, los no magos (comúnmente denominados muggles) sentían hacia la magia un especial temor, pero no eran muy duchos en reconocerla. En las raras ocasiones en que capturaban a un auténtico brujo o bruja, la quema carecía en absoluto de efecto. La bruja o el brujo realizaba un sencillo encantamiento para enfriar las llamas y luego fingía que se retorcía de dolor mientras disfrutaba del suave cosquilleo. A Wendelin la Hechicera le gustaba tanto ser quemada que se dejó capturar no menos de cuarenta y siete veces con distintos aspectos.

Harry se puso la pluma entre los dientes y buscó bajo la almohada el tintero y un rollo de pergamino. Lentamente y con mucho cuidado, destapó el tintero, mojó la pluma y comenzó a escribir, deteniéndose a escuchar de vez en cuando, porque si alguno de los Dursley, al pasar hacia el baño, oía el rasgar de la pluma, lo más probable era que lo encerraran bajo llave hasta el final del verano en el armario que había debajo de las escaleras.

La familia Dursley, que vivía en el número 4 de Privet Drive, era el motivo de que Harry no pudiera tener nunca vacaciones de verano. Tío Vernon, tía Petunia y su hijo Dudley eran los únicos parientes vivos que tenía Harry. Eran muggles, y su actitud hacia la magia era muy medieval. En casa de los Dursley nunca se mencionaba a los difuntos padres de Harry, que habían sido brujos. Durante años, tía Petunia y tío Vernon habían albergado la esperanza de extirpar lo que Harry tenía de mago, teniéndolo bien sujeto. Les irritaba no haberlo logrado y vivían con el temor de que alguien pudiera descubrir que Harry había pasado la mayor parte de los últimos dos años en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Lo único que podían hacer los Dursley aquellos días era guardar bajo llave los libros de hechizos, la varita mágica, el caldero y la escoba al inicio de las vacaciones de verano, y prohibirle que hablara con los vecinos.

Para Harry había representado un grave problema que le quitaran los libros, porque los profesores de Hogwarts le habían puesto muchos deberes para el verano. Uno de los trabajos menos agradables, sobre pociones para encoger, era para el profesor menos estimado por Harry, Snape, que estaría encantado de tener una excusa para castigar a Harry durante un mes. Así que, durante la primera semana de vacaciones, Harry aprovechó la oportunidad: mientras tío Vernon, tía Petunia y Dudley estaban en el jardín admirando el nuevo coche de la empresa de tío Vernon (en voz muy alta, para que el vecindario se enterara), Harry fue a la planta baja, forzó la cerradura del armario de debajo de las escaleras, cogió algunos libros y los escondió en su habitación. Mientras no dejara manchas de tinta en las sábanas, los Dursley no tendrían por qué enterarse de que aprovechaba las noches para estudiar magia.

Harry no quería problemas con sus tíos y menos en aquellos momentos, porque estaban enfadados con él, y todo porque cuando llevaba una semana de vacaciones había recibido una llamada telefónica de un compañero mago.

Ron Weasley, que era uno de los mejores amigos que Harry tenía en Hogwarts, procedía de una familia de magos. Esto significaba que sabía muchas cosas que Harry ignoraba, pero nunca había utilizado el teléfono.

“Harry Potter y el prisionero de Azkaban” de J.K. Rowling

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