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Habana réquiem

Portada del libro Habana Réquiem, por Vladimir Hernández

Resumen del libro:

“Habana Réquiem”, obra del autor cubano Vladimir Hernández Pacín, ofrece una mirada penetrante a la realidad socioeconómica y policial de la Cuba contemporánea. En un contexto de recesión y un Estado que simula un aperturismo económico, la isla se encuentra en un punto de inflexión donde la marginalidad amenaza con socavar los cimientos del sistema establecido. La historia se desarrolla en la Mazmorra, una unidad de policía en el tumultuoso distrito de Habana Vieja, donde los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria luchan por mantener el orden en medio del caos social.

La trama se desencadena con tres casos aparentemente independientes: un presunto suicidio, un violador en serie y el hallazgo del cadáver de un joven relacionado con el mundo de las drogas y las tribus urbanas. Los protagonistas, los tenientes Puyol, Ana Rosa y Eddy, asumen la responsabilidad de investigar estos crímenes, cada uno con su propio estilo y métodos, aunque todos compartan la convicción de que “ser un buen policía a veces implica ensuciarse las manos”.

Hernández Pacín nos sumerge en un universo donde la corrupción, la desigualdad y la desesperación se entrelazan en un tejido social tenso y complejo. A través de una prosa ágil y directa, el autor construye personajes vívidos y conflictos que reflejan las contradicciones y los desafíos de la realidad cubana contemporánea. Con un ritmo frenético y giros inesperados, “Habana Réquiem” cautiva al lector desde la primera página, ofreciendo una visión cruda y honesta de la vida en la Habana actual. En resumen, esta novela policiaca no solo entretiene, sino que también invita a la reflexión sobre los dilemas morales y las complejidades de la justicia en una sociedad en crisis.

1

La mujer tenía el hermoso rostro mancillado por una impertinente cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda.

—¿Por qué lo mató? —le preguntó el teniente Puyol.

Ella dio un leve suspiro y el veterano investigador atisbó en su expresión una breve nota de ansiedad.

—Yo no lo maté. Adoraba a mi marido.

—Pero la encontramos con un arma en la mano, y parada frente al cadáver.

—Eso ya lo sé.

—¿Y entonces?

—Entonces, ¿qué?

—Que es evidente que acababa de dispararle a su marido.

—¿A mi marido?

—Sí, claro. El muerto es su esposo, ¿no?

—Era… Era mi esposo. Ahora soy viuda.

—Viuda y sospechosa. Piense en ello: la pistola en su mano, el cadáver caliente, la mirada fría y distante que le notaron los agentes cuando entraron a detenerla…

—Bueno, lo de «mirada fría y distante» me parecen observaciones bastante subjetivas por parte de los agentes. Espero que no hagan el ridículo de mencionar una cosa así ante un tribunal.

—De acuerdo, señora, vamos a olvidarnos de las subjetividades; pero lo que sí es un hecho comprobado y objetivo es que usted tenía una pistola en la mano, que encima olía a pólvora. Y su esposo estaba muerto en medio de la sala.

—Sí, ya, pero no es lo que parece.

—Ah, ¿no es lo que parece?

—No. No lo es.

—Vamos a ver —dijo Puyol haciendo gala de paciencia—, póngase en mi lugar: se escuchan dos disparos en su casa. Cinco minutos después dos policías derriban su puerta y la sorprenden con una pistola recién disparada frente a su esposo muerto.

—Ajá.

—Bueno, ¿no le parece evidente?

—Raro sí —expuso la mujer—, pero no evidente. Y espero que una persona tan educada como usted no tenga el mal gusto de apresurar conclusiones.

—¿Y qué opinaría usted al respecto?

Ella apretó los labios, como quien reprime un rictus de incordio.

—¿Que qué opinaría? Mire, oficial, Opina era una revista de principio de los años ochenta. Era malísima, pero publicaba eso, opiniones inocuas, palabrería barata acerca de las preocupaciones populares y sugerencias sobre la moda y otras nimiedades. A la gente le encantaba. Éramos una sociedad muy ingenua en esa época, demasiado optimista, ¿la recuerda? —Sonrió con velada nostalgia—. Pues para que conste, yo voy por la vida sin juzgar ni enjuiciar a nadie, así que hágame el favor y no me pregunte por mis opiniones.

Puyol, impertérrito, retomó el hilo del interrogatorio.

—Para dejarlo claro, ¿me está diciendo que usted no mató a su marido?

—Eso mismo. Ya le dije que lo amaba.

—O sea, que si analizamos las balas alojadas en el cadáver del hombre va a resultar que no salieron de la pistola que usted aferraba en su mano izquierda.

—¿Esa es una pregunta disfrazada de afirmación?

—Dígamelo usted.

—Yo no lo sé. No estoy en su cabeza y por tanto no sé lo que piensa.

—Pero las balas que lo mataron pueden haber salido de esa pistola, ¿no es cierto?

—Tampoco lo sé. Averígüelo. Ese es su trabajo.

El teniente Puyol era el investigador más paciente de toda la Mazmorra. Algunos lo acusaban de tener «cachaza» en la sangre.

—De acuerdo, Gloria… puedo llamarla así, ¿verdad?

—Claro, claro. Y yo, ¿puedo fumar?

Puyol dudó un instante y luego le extendió la cajetilla de Populares. Ella sacó un arrugado cigarrillo de la caja y empezó a sobarlo con los largos dedos de la mano derecha. Parecía diestra. ¿Por qué había disparado con la zurda entonces?

—¿Usted es derecha o zurda? —preguntó Puyol mientras le acercaba el mechero metálico que había traído de la URSS treinta años atrás.

—Soy derecha, ¿por qué?

—Es parte de la investigación. Piense que con su declaración nos ayuda a… limar las aristas del caso. Para eso estamos aquí.

—Pues buena suerte con el caso —dijo ella con tono de sinceridad. Aceptó el fuego pigmeo que danzaba en el mechero y encendió el cigarrillo de papel estrujado. Le dio una calada rápida y soltó el humo haciendo una mueca—. ¡Qué malos son estos Populares! Cada día los hacen peores.

—La picadura tiene demasiado alquitrán y sustancias químicas —le comentó Puyol en plan amistoso—. Pero en mi opinión estos son mejores que los suaves.

—¡Los cigarros suaves! ¡Puaj! Ni loca fumaría uno. Esos son los que matan a la gente, créame, yo sé lo que le digo.

Puyol distinguió el deje de burla en su alusión a la muerte. Contempló el humo expelido ascender en ribetes y sintió deseos de fumar también, a pesar de la expresa prohibición del capitán, pero al final se abstuvo; con un solo fumador era suficiente para que en diez minutos la confinada habitación se volviera neblinosa.

—¿Le gusta la ficción Pulp?

“Habana réquiem” de Vladimir Hernández Pacín

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