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Guerra de Granada

Resumen del libro:

Guerra de Granada de Alonso de Palencia es una obra histórica que narra los acontecimientos de la conquista del último reino musulmán en la península ibérica por parte de los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, entre 1490 y 1492. El autor, que fue cronista y secretario de Enrique IV y testigo directo de muchos de los hechos que relata, escribió su obra en latín y la dividió en nueve libros, aunque tenía previsto hacer diez.

La obra tiene un gran valor documental, ya que ofrece una visión detallada y minuciosa de las operaciones militares, las negociaciones diplomáticas, las intrigas políticas y los aspectos culturales y religiosos de la guerra. Palencia no se limita a describir los hechos, sino que también expresa sus opiniones y juicios sobre los protagonistas, mostrando su admiración por la reina Isabel y su crítica hacia el rey Fernando, al que acusa de ser astuto, ambicioso y poco escrupuloso.

El estilo de Palencia es claro y elegante, aunque a veces se hace pesado por el exceso de detalles y el uso de citas clásicas. La obra tiene un tono épico y dramático, reflejando el carácter decisivo de la guerra para el destino de España y de Europa. Palencia se inspira en las fuentes antiguas, especialmente en Tito Livio, pero también incorpora elementos propios de la historiografía medieval y renacentista.

Guerra de Granada es un libro imprescindible para conocer uno de los episodios más importantes de la historia española, que supuso el fin de la Reconquista y el inicio de la expansión imperial. Es también un testimonio de primera mano de un hombre culto y comprometido con su tiempo, que supo plasmar con maestría su visión de la historia.

Libro I

(1480-1481)

Ligera mención de las épocas calamitosas de España. –⁠Obstáculos para emprender la guerra de Granada. –⁠Toma de Otranto por los turcos. –⁠Recuperación de la plaza. –⁠Muerte de Mahometo II. –⁠Mención del sitio de Rodas. –⁠Prodigios. –⁠Sucesos de Portugal. –⁠Nuevos esponsales de D.ª Juana (la Beltraneja). –⁠Viaje de D. Fernando a Cataluña. –⁠Sucesos de Galicia-Los Reyes en Cataluña. –⁠Encarga el Rey a Diego de Merlo que hostilice a los granadinos. –⁠Merlo y el Marqués de Cádiz. –⁠Descalabro de los nuestros en Villalonga. –⁠Traición concertada por Merlo contra el Duque de Medina Sidonia, –⁠Recelos del Duque y sus quejas.- Cumplida satisfacción que te dio la Reina. –⁠Castigos de los conversos de Sevilla. –⁠Peste y hundimientos en la ciudad. –⁠Mención de los Arias de Saavedra. –⁠Los moros se apoderan de Zahara.

Abatido ya ignominiosamente el antiguo poderío de los godos, y cuando los moros extendían sus devastaciones por todo el reino, viéronse detenidos en sus triunfos por Pelayo. Último vástago de las más nobles familias godas, mereció reinar el primero entre los astures, cuyo caudillo había sido en los días de desgracia. Extendiéndose luego el favor de este héroe verdaderamente excepcional, encendió bélico ardimiento en el corazón de sus sucesores. Durante mucho tiempo los cristianos de las Asturias, Vascongadas y Cantabria tuvieron la defensa en su reducido número y en lo abrupto de sus montañas, mientras la muchedumbre de los bárbaros invasores, con la alegría salvaje de los primeros triunfos, iba ocupando con feroz empuje casi todo el llano y sometiendo a su yugo las demás provincias de España. Mas los cristianos, estrechamente unidos por vínculo religioso, consiguieron ir poco a poco rechazando a los feroces muslimes, y recuperar en parte en muchos años lo que ellos conquistaron en breve tiempo. Mientras la defensa de Castilla estuvo encomendada a egregios caudillos, todos tos del reino de León, que combatían denodadamente con los moros, encontraban invencible obstáculo en su muchedumbre, que terrible y cruelmente trabajaba por exterminar cuanto antes el nombre cristiano. Pero cuando la hueste leonesa se unió a la castellana, ya aparecieron más poderosos que los moros. Ya no infundían espanto sus numerosos guerreros al puñado de cristianos, y frecuentemente peleaban con fortuna en batalla campal y en campo abierto 4 ó 5.000 caballos y pocos más peones de los nuestros contra 50.000 jinetes moros e innumerable cantidad de infantes. Y aunque nuestras discordias retrasaban la recuperación de muchas provincias, sin embargo, poco a poco los enemigos iban cediendo el terreno a los vencedores.

Así, en el transcurso de varios siglos, algunos reyes castellanos, que consiguieron preferencia sobre los primeros de León, dilataron sus conquistas hasta los escarpados montes que de oriente a occidente se levantan frente al Mediterráneo, o sea, desde el puerto de Cartagena, en posesión de los nuestros, hasta Cádiz. Esta ciudad, bañada por el Océano y cuyo estrecho separa Europa de África, fue recuperada por casualidad por los españoles en tiempo de Enrique IV, poco inclinado al exterminio de los granadinos, aunque fácilmente hubiera podido someterlos, cuando libre de obstáculos, colmado de riquezas y al frente de numerosa hueste, no sólo se hacía temer de lo, abatidos moros, sino de muchos Príncipes cristianos, como queda expuesto en la Crónica de este Rey.

Mas ahora me propongo escribir la guerra que en 1482, octavo del reinado de D. Fernando, rey de Castilla, León, Aragón, Sicilia y otras muchas islas, con su mujer, la esclarecida reina D.ª Isabel, emprendieron contra los granadinos, encerrados, entre el Mediterráneo y los montes. Por este matrimonio D. Fernando había obtenido los reinos de León y Castilla, y poco tiempo después, por muerte de su padre, rey de Aragón, Sicilia y Navarra, heredó estos reinos que poseyó con su mujer, excepto el último, perteneciente al heredero entre los nietos del rey D. Juan, aun cuando antes de su muerte, y en virtud de convenio de los magnates navarros, por largo tiempo divididos en bandos contrarios, D. Fernando, autorizado por su padre, había puesto guarniciones en aquellas fortalezas consideradas como principales defensas para la causa de Navarra, lo cual dio pretexto a las pretensiones de los franceses.

Pero para no desviarme de mi propósito, conviene hacer alguna mención de los motivos que diferían la justa y necesaria guerra contra los granadinos. Desde la muerte del rey D. Enrique, D. Fernando y D.ª Isabel habían tenido que luchar con múltiples e insuperables dificultades para combatir contra los moros, mientras D. Alfonso de Portugal, contando, además de sus propias fuerzas, con el poder del rey Luis de Francia y el de sus partidarios castellanos, penetró en el riñón de Castilla y se mantuvo durante algún tiempo en el territorio ocupado. Al retirarse al suyo, dejó entre nosotros poderosos gérmenes de futuros trastornos; pero al regresar de Francia, lo crítico, de las circunstancias le obligó a mirar por su interés y por el de sus reinos y acomodarse a lo, pactado por los intermediarios, en cuya virtud, quedando en realidad vencido, parecía haber alcanzado la victoria porque D.ª Isabel, que mientras su marido visitaba los reinos heredados a la muerte de su padre, se había trasladado a la frontera portuguesa, todo lo pospuso a los conciertos, para evitar los escándalos con que amenazaban los portugueses. Por ello, a pesar de su superioridad, accedió a muchas cosas que de otro modo jamás hubiese aceptado, ni aun a ruegos de adversario más poderoso. Y como poco antes el rey de Francia, buscando el remedio al apurado trance en que le tenían los alemanes a causa de las tentativas de Maximiliano, hijo del emperador Federico y marido de la primogénita del duque Carlos de Borgoña, hubiese enviado sus embajadores a D. Fernando y a D.ª Isabel para reanudar la antigua alianza que debía consolidarse entre Francia y Castilla, divididas hasta entonces por mutuas y simultáneas rivalidades, parecían ya reconciliados con ellos dos reyes que igualmente y a una les habían combatido.

Pero sobre el dificilísimo arreglo de los asuntos de Cataluña, que exigían la presencia de D. Fernando, en aquellos mismos días conmovió profundamente a los príncipes cristianos la terrible noticia de la toma de Otranto por los turcos, que, saliendo con su armada del puerto de Salona, cayeron repentinamente sobre la ciudad al amanecer del 28 de Julio de 1480, y en el mismo día entraron en la población, degollaron o empalaron cruelmente a todos los habitantes, a excepción de los jóvenes de ambos sexos; extendieron sus correrías hasta el monte Gárgano; abarrotaron las naves con más de 13.000 cautivos, y después de transportar a las costas de Dalmacia el inmenso botín cogido, dejaron la ciudad fuertemente guarnecida. También se hubieran apoderado de Brindisi a no encontrar a su poderosa guarnición pronta a rechazar la repentina acometida. Y si en aquella ocasión hubiesen arribado a las costas de Sicilia, de fijo hubieran logrado establecerse más sólidamente y causar a los nuestros más daño, porque los habitantes, poco ejercitados en la guerra, no podían, a la sazón, oponer la menor resistencia al enemigo, desprovistos de armamento, enervados por la molicie, faltos de todo lo necesario para la defensa de las fortalezas, y, lo que era más peligroso, sin caudillos experimentados para empeñar combates. A estas desventajas se añadía que para procurarse medíos de defensa tenían que acudir á su rey D. Fernando de Castilla, a cuya majestad rendían preferente acatamiento, y para llegar a su presencia los embajadores de Sicilia tenían que vencer y arrostrar, graves peligros en aquel aprieto, e inminente riesgo de exterminio en la navegación desde sus costas hasta los últimos confines de España.

Guerra de Granada de Alonso de Palencia

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