Resumen del libro:
El renombrado autor francés Alejandro Dumas, reconocido por sus célebres obras como “Los Tres Mosqueteros” y “El Conde de Montecristo”, nos transporta en su novela “Georges” al exótico escenario de la isla Mauricio durante un periodo tumultuoso de la historia. Ambientada entre 1810 y 1824, época en la que la isla era una colonia francesa en el océano Índico, Dumas nos sumerge en un relato donde la intriga, la pasión y la lucha por la libertad se entrelazan de manera magistral.
En el contexto de la isla Mauricio, marcada por la explotación de plantaciones agrícolas y la presencia de una sociedad diversa, resultado de la mezcla entre colonizadores franceses, esclavos africanos y sus descendientes mulatos, Dumas nos ofrece un retrato vívido de las tensiones sociales y políticas de la época. La influencia de la Revolución Francesa se hace sentir incluso en estas tierras lejanas, donde algunos mulatos logran ascender socialmente y convertirse en propietarios de plantaciones.
La trama de “Georges” se desarrolla en medio de la invasión británica de 1810, un acontecimiento histórico que sirve de telón de fondo para los conflictos personales y sociales de los personajes. A través de sus páginas, Dumas nos presenta a una variedad de personajes complejos y cautivadores, cuyas vidas se entrelazan de formas inesperadas. Desde Georges, el joven protagonista en busca de su identidad y su lugar en el mundo, hasta los diversos habitantes de la isla, cada uno luchando por sus propios ideales y deseos.
La prosa ágil y envolvente de Dumas nos sumerge de lleno en el ambiente vibrante y colorido de la isla Mauricio, donde los paisajes exóticos se mezclan con las intrigas políticas y los dramas personales. A medida que la historia avanza, somos testigos de giros inesperados, romances apasionados y momentos de gran emotividad, todo ello tejido con la maestría característica del autor.
“Georges” no solo es una novela histórica fascinante, sino también un retrato profundo de la condición humana, explorando temas universales como la identidad, la libertad y el poder. A través de sus páginas, Dumas nos invita a reflexionar sobre el pasado y el presente, recordándonos la importancia de la lucha por la justicia y la igualdad en todas sus formas. Una obra que perdura en el tiempo como testimonio del talento incomparable de uno de los grandes maestros de la literatura.
I
LA ISLA DE FRANCIA
¿No te ha sucedido alguna vez, durante una de esas largas, tristes y frías veladas de invierno, que, hallándote sólo con tus pensamientos, oyeras soplar el viento por los pasillos y la lluvia tamborilear en las ventanas? ¿No te ha sucedido que, con la frente apoyada en la chimenea, y mirando, sin ver, las ascuas chisporrotear en el hogar, no te ha sucedido, decía, que sintieras grima por nuestro clima sombrío, nuestro París húmedo y fangoso, y soñaras con un oasis encantado, tapizado de hierba y lleno de frescor, donde, en cualquier estación del año, al borde de un manantial de agua fresca, al pie de una palmera o a la sombra de los yambos, pudieras adormecerte poco a poco entre una sensación de bienestar y languidez?
Pues bien, ese paraíso que soñabas existe; ese edén que ambicionabas te está esperando; ese arroyo que debe acunar tu somnolienta siesta cae en cascada y se convierte en espuma; la palmera que debe albergar tu sueño ofrece a la brisa del mar sus largas hojas, semejantes al penacho de un gigante. Los yambos, cubiertos de frutos irisados, te ofrecen su fragante sombra. Sígueme, ven conmigo.
Ven a Brest, esa ciudad hermana de la comerciante Marsella, centinela armado que vela sobre el océano. Y aquí, de entre el centenar de barcos que se refugian en su puerto, escoge una de esas bricbarcas de fondo estrecho, velas ligeras y mástiles esbeltos, como las de los osados piratas que describe el rival de Walter Scott, el poético novelista de la mar. Justamente estamos en septiembre, el mes propicio para los largos viajes. Sube a bordo del navío al que hemos confiado nuestro destino común, dejemos atrás el verano y boguemos al encuentro de la primavera. ¡Adiós, Brest! ¡Hola, Nantes! ¡Hola, Bayona! ¡Adiós, Francia!
¿Ves, a nuestra derecha, aquel gigante que se alza a diez mil pies de altura, cuya cabeza de granito se pierde entre las nubes, por encima de las cuales parece estar colgada, y a través de cuya agua transparente se distinguen las raíces de piedra que se van hundiendo en el abismo? Es el pico de Tenerife, la antigua Nivaria, punto de encuentro de esas águilas del océano que ves girar en torno a sus nidos y que apenas te parecen más grandes que las palomas. Sigamos adelante, no es ése el objetivo de nuestra ruta; esto no es sino el parterre de España, y yo te he prometido el jardín del mundo.
¿Ves, a nuestra izquierda, ese peñasco desnudo y sin verdor que arde incesantemente bajo el sol de los trópicos? Es la roca donde estuvo encadenado durante seis años el Prometeo moderno; es el pedestal donde Inglaterra elevó la estatua de su propia vergüenza; es el trasunto de la hoguera de Juana de Arco y del patíbulo de María Estuardo; es el Gólgota político que, durante dieciocho años, fue el piadoso lugar de encuentro de todos los navíos; pero tampoco es ahí donde te llevo. Sigamos, nada hay ahí que podamos hacer: la regicida Santa Helena quedó viuda de las reliquias de su mártir.
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