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Gente del abismo

Gente del abismo - Jack London

Gente del abismo - Jack London

Resumen del libro:

La gente del abismo es un libro de Jack London sobre la vida en el East End de Londres en 1902. Él escribió de primera mano las experiencias de vivir en el East End por varios meses, a veces permaneciendo en casas de trabajo o incluso durmiendo en las calles. Las condiciones que experimentó y escribió serían las mismas que habrían soportado un estimado de 500.000 pobres en el Londres de esa época.

1. El descenso

Cristo, ampáranos en esta ciudad,
consérvanos nuestro amor y piedad
y nuestros semblantes al cielo aboca

THOMAS ASHE

—Pero no puedes hacer eso, hombre —me dijeron los amigos a quienes yo había recurrido en busca de ayuda para sumergirme en el East End de Londres—. Lo que debes hacer es acudir a la policía para que te guíe —añadieron, pensándolo mejor, esforzándose para adaptarse a los altibajos psicológicos de un demente que se había presentado ante ellos con mejores credenciales que cerebro.

—Pero es que no quiero ir a la policía —protesté—. Lo que quiero es adentrarme en el East End y ver las cosas por mí mismo. Quiero saber cómo vive esa gente allí, y por qué vive allí, y para qué vive. En suma, quiero irme a vivir yo también allí.

—¡No puedes irte a vivir al East End! —me decían todos, con unos rostros que clamaban su desaprobación a los cuatro vientos—. Caramba, si dicen que hay ciertas partes donde la vida de un hombre no vale un penique.

—Ésos son justamente los sitios que quiero ver —los interrumpía.

—Pero es que no puedes, ¿me entiendes? —replicaban siempre.

—No es para eso por lo que he venido a veros —contestaba yo con brusquedad, algo molesto por su incomprensión—. Soy forastero aquí, y quiero que me contéis lo que sabéis del East End y así tener algo por donde empezar.

—Pero es que no sabemos nada del East End. Está por ahí, en alguna parte. —Y agitaban las manos con vaguedad en aquella dirección en la que, en muy contadas ocasiones, podía verse la salida del sol.

—Pues iré a Cook’s —les anuncié.

—Oh, sí —replicaron ellos, aliviados—. Seguro que en Cook’s sí que lo saben.

Pero, ¡oh, Cook!, ¡oh, Thomas Cook e Hijo!, exploradores y conocedores de caminos, vosotros que hacéis de baliza para el mundo entero y prestáis ayuda a los viajeros extraviados, que, en un instante y sin vacilar, podrías guiarme por el África Negra o el Tíbet más remoto, no sabéis, en cambio, cómo ir al East End de Londres, que está a un tiro de piedra de Ludgate Circus.

—No puede hacer eso, señor —me dijo el experto en rutas y pasajes de la sucursal de Cook’s en Cheapside—. Es muy, ejem…, muy inusual. Consulte a la policía —concluyó en tono autoritario, cuando yo insistí—. No estamos acostumbrados a llevar a viajeros al East End; nadie nos pide que lo llevemos allí, y no conocemos en absoluto ese lugar.

—Bueno, pues olvídese —intervine yo para evitar que su torrente de negativas me expulsara de la oficina—. Pero hay algo en lo que sí pueden ayudarme. Quiero explicarles lo que me propongo hacer, para que en caso de que surjan problemas puedan ustedes identificarme.

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