Libro 13 - Obras completas de Platón: Diálogos socráticos

Fedro

Resumen del libro: "Fedro" de

Platón, el célebre filósofo griego del siglo IV a. C., es conocido por su capacidad para abordar cuestiones fundamentales de la existencia humana a través del género del diálogo. Su obra “Fedro”, escrita alrededor del año 370 a. C., es una de las piezas más representativas de su etapa madura, donde la profundidad filosófica se mezcla con un estilo poético que sigue cautivando a lectores y estudiosos por igual. Considerado uno de los grandes pilares de la tradición filosófica occidental, Platón despliega en “Fedro” una discusión que va mucho más allá de lo teórico, explorando temas que aún hoy resultan relevantes.

En “Fedro”, Platón articula un diálogo entre Sócrates y el joven Fedro, dos personajes que se embarcan en un intercambio intelectual sobre temas que van desde el amor hasta la retórica y la escritura. Uno de los aspectos más fascinantes del texto es la manera en que Sócrates describe el enamoramiento como una especie de locura divina, una fuerza que trasciende lo humano y conecta al alma con lo eterno y lo verdadero. Estas reflexiones, teñidas de una exquisita sensibilidad, convierten a “Fedro” en una obra de una belleza única dentro del corpus platónico.

Además del amor, otro de los ejes centrales de la obra es la retórica, que Platón examina con un enfoque crítico y filosófico. Sócrates pone en cuestión la capacidad de la retórica para persuadir sin recurrir a la verdad, subrayando la necesidad de que la palabra esté al servicio de un conocimiento profundo. Esta discusión no solo ofrece un análisis de la retórica como arte, sino que también plantea preguntas sobre la relación entre la filosofía y la comunicación efectiva, dos disciplinas que, según Platón, deberían complementarse mutuamente.

Otro tema relevante es la reflexión sobre la escritura y su impacto en la memoria. Platón, a través de la voz de Sócrates, expresa sus dudas acerca de los efectos de la escritura en la capacidad de recordar. Según el filósofo, la escritura, si bien útil como herramienta, puede debilitar la memoria activa al ofrecer un conocimiento que se apoya en lo externo y no en la verdadera comprensión. Esta idea, que podría parecer anacrónica en la era contemporánea, resuena aún como una advertencia sobre nuestra dependencia de los medios tecnológicos.

“Fedro” no es solo un tratado filosófico, sino también un testimonio del arte literario de Platón. Su capacidad para entretejer conceptos complejos con imágenes poéticas y un tono casi místico convierte a esta obra en una joya de la literatura universal. Es un diálogo que invita a la reflexión profunda y que sigue siendo estudiado tanto por filósofos como por aquellos interesados en comprender la naturaleza humana y sus aspiraciones más elevadas.

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Fedro o de la belleza

SÓCRATES — FEDRO

SÓCRATES. —Mi querido Fedro, ¿adónde vas y de dónde vienes?

FEDRO. —Vengo, Sócrates, de casa de Lisias, hijo de Céfalo, y voy a pasearme fuera de muros; porque he pasado toda la mañana sentado junto a Lisias, y siguiendo el precepto de Acúmeno, tu amigo y mío, me paseo por las vías públicas, porque dice que proporcionan mayor recreo y salubridad que las carreras en el gimnasio.

SÓCRATES. —Tiene razón, amigo mío; pero Lisias, por lo que veo, estaba en la ciudad.

FEDRO. —Sí, en casa de Epícrates, en la casa Moriquia, que está próxima al templo de Zeus Olímpico.

SÓCRATES. —¿Y cuál fue vuestra conversación? Sin dudar, Lisias te regalaría algún discurso.

FEDRO. —Tú lo sabrás, si no te apura el tiempo, y si me acompañas y me escuchas.

SÓCRATES. —¿Qué dices?, ¿no sabes, para hablar como Píndaro, que no hay negocio que yo no abandone por saber lo que ha pasado entre tú y Lisias?

FEDRO. —Pues adelante.

SÓCRATES. —Habla pues.

FEDRO. —En verdad, Sócrates, el negocio te afecta, porque el discurso, que nos ocupó por tan largo espacio, no sé por qué casualidad rodó sobre el amor. Lisias supone un hermoso joven, solicitado, no por un hombre enamorado, sino, y esto es lo más sorprendente, por un hombre sin amor, y sostiene que debe conceder sus amores más bien al que no ama, que al que ama.

SÓCRATES. —¡Oh!, es muy amable. Debió sostener igualmente que es preciso tener mayor complacencia con la pobreza que con la riqueza, con la ancianidad que con la juventud, y lo mismo con todas las desventajas que tengo yo y tienen muchos otros. Sería esta una idea magnífica y prestaría un servicio a los intereses populares. Así es que yo ardo en deseos de escucharte, y ya puedes alargar tu paseo hasta Megara, y, conforme al método de Heródico, volver de nuevo después de tocar los muros de Atenas, que yo no te abandonaré.

FEDRO. —¿Qué dices, bondadoso Sócrates? Un discurso que Lisias, el más hábil de nuestros escritores, ha trabajado por despacio y en mucho tiempo, ¿podré yo, que soy un pobre hombre, dártelo a conocer de una manera digna de tan gran orador? Estoy bien distante de ello, y, sin embargo, preferiría este talento a todo el oro del mundo.

SÓCRATES. —Fedro, si no conociese a Fedro, no me conocería a mí mismo; pero le conozco. Estoy bien seguro de que, oyendo un discurso de Lisias, no ha podido contentarse con una primera lectura, sino que volviendo a la carga, habrá pedido al autor que comenzara de nuevo, y el autor le habrá dado gusto, y, no satisfecho aún con esto, concluiría por apoderarse del papel, para volver a leer los pasajes que más llamaran su atención. Y después de haber pasado toda la mañana inmóvil y atento a este estudio, fatigado ya, había salido a tomar el aire y dar un paseo, y mucho me engañaría, ¡por el Perro! Si no sabe ya de memoria todo el discurso, a no ser que sea de una extensión excesiva. Se ha venido fuera de muros para meditar sobre él a sus anchas, y encontrando un desdichado que tenga una pasión furiosa por discursos, complacerse interiormente en tener la fortuna de hallar a uno a quien comunicar su entusiasmo y precisarle a que le siga. Y como el encontradizo, llevado de su pasión por discursos, le invita a que se explique, se hace el desdeñoso, y como si nada le importara; cuando si no le quisiera oír, sería capaz de obligarle a ello por la fuerza. Así, pues, mi querido Fedro, mejor es hacer por voluntad lo que habría de hacerse luego por voluntad o por fuerza.

FEDRO. —Veo que el mejor partido que puedo tomar es repetirte el discurso como me sea posible, porque tú no eres de condición tal que me dejes marchar, sin que hable bien o mal.

SÓCRATES. —Tienes razón.

FEDRO. —Pues bien, doy principio… Pero verdaderamente.

Sócrates, yo no puedo responder de darte a conocer el discurso palabra por palabra. A pesar de todo me acuerdo muy bien de todos los argumentos que Lisias hace valer para preferir el amigo frío al amante apasionado; y voy a referírtelos en resumen y por su orden. Comienzo por el primero.

SÓCRATES. —Muy bien, querido amigo; pero enséñame, por lo pronto, lo que tienes en tu mano izquierda bajo la capa. Sospecho que sea el discurso. Si he adivinado, vive persuadido de lo mucho que te estimo; pero, dado que tenemos aquí a Lisias mismo, no puedo ciertamente consentir que seas tú materia de nuestra conversación. Veamos, presenta ese discurso.

FEDRO. —Basta de broma, querido Sócrates; veo que es preciso renunciar a la esperanza que había concebido de ejercitarme a tus expensas; pero ¿dónde nos sentamos para leerlo?

SÓCRATES. —Marchémonos por este lado y sigamos el curso del Iliso, y allí escogeremos algún sitio solitario para sentarnos.

FEDRO. —Me viene perfectamente haber salido de casa sin calzado, porque tú nunca lo gastas. Podemos seguir la corriente, y en ella tomaremos un baño de pies, lo cual es agradable en esta estación y a esta hora del día.

SÓCRATES. —Marchemos, pues, y elige tú el sitio donde debemos sentarnos.

FEDRO. —¿Ves este plátano de tanta altura?

SÓCRATES. —¿Y qué?

FEDRO. —Aquí, a su sombra, encontraremos una brisa agradable y hierba donde sentarnos, y, si queremos, también para acostarnos.

SÓCRATES. —Adelante, pues.

FEDRO. —Dime, Sócrates, ¿no es aquí, en cierto punto de las orillas del Iliso, donde Bóreas robó, según se dice, la ninfa Oritía?

SÓCRATES. —Así se cuenta.

FEDRO. —Y ese suceso tendría lugar aquí mismo, porque el encanto risueño de las olas, el agua pura y trasparente y esta ribera, todo convidaba para que las ninfas tuvieran aquí sus juegos.

SÓCRATES. —No es precisamente aquí, sino un poco más abajo, a dos o tres estadios, donde está el paso del río para el templo de Artemis Cazadora. Por este mismo rumbo hay un altar a Bóreas.

FEDRO. —No lo recuerdo bien, pero dime ¡por Zeus!, ¿crees tú en esta maravillosa aventura?

SÓCRATES. —Si dudase como los sabios, no me vería en conflictos; podría agotar los recursos de mi espíritu, diciendo que el viento del Norte la hizo caer de las rocas vecinas donde ella jugaba con Farmacia, y que esta muerte dio ocasión a que se dijera que había sido robada por Bóreas; y aun podría trasladar la escena sobre las rocas del Areópago, porque según otra leyenda ha sido robada sobre esta colina y no en el paraje donde nos hallamos. Yo encuentro que todas estas explicaciones, mi querido Fedro, son las más agradables del mundo, pero exigen un hombre muy hábil, que no ahorre trabajo y que se vea reducido a una penosa necesidad; porque, además de esto, tendrá que explicar la forma de los hipocentauros y la de la quimera, y en seguida de estos las gorgonas, los pegasos y otros mil monstruos aterradores por su número y su rareza. Si nuestro incrédulo pone en obra su sabiduría vulgar, para reducir cada uno de ellos a proporciones verosímiles, tiene entonces que tomarlo por despacio. En cuanto a mí, no tengo tiempo para estas indagaciones, y voy a darte la razón. Yo no he podido aún cumplir con el precepto de Delfos, conociéndome a mí mismo; y dada esta ignorancia me parecería ridículo intentar conocer lo que me es extraño. Por esto es que renuncio a profundizar todas estas historias, y en este punto me atengo a las creencias públicas. Y como te decía antes, en lugar de intentar explicarlas, yo me observo a mí mismo; quiero saber si yo soy un monstruo más complicado y más furioso que Tifón, o un animal más dulce, más sencillo, a quien la naturaleza le ha dado parte de una chispa de divina sabiduría. Pero, amigo mío, con nuestra conversación hemos llegado a este árbol, adonde querías que fuésemos.

FEDRO. —En efecto, es el mismo.

“Fedro” de Platón

Platón. (427-347 a.C.), uno de los filósofos más influyentes de la antigua Grecia, nació en Atenas en una familia aristocrática. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, Platón fundó la Academia, la primera institución de educación superior en el mundo occidental.

Platón es célebre por sus diálogos, en los cuales se encuentran algunas de las ideas más profundas y duraderas sobre la filosofía, la ética, la política y la epistemología. Sus obras, como "La República", "Fedón", "Banquete" y "Fedro", están escritas en forma de diálogos socráticos, donde los personajes exploran conceptos complejos a través de preguntas y respuestas. Este estilo no solo hacía sus ideas accesibles sino también inmersivas, invitando al lector a participar en el proceso de descubrimiento filosófico.

"La República", quizá su obra más famosa, examina la justicia, la naturaleza del alma y la estructura ideal de la sociedad. En "Fedón", aborda la inmortalidad del alma y en "Banquete", explora la naturaleza del amor. A través de estos diálogos, Platón no solo desarrolla sus propias teorías, sino que también documenta las enseñanzas de su maestro Sócrates, proporcionando una visión detallada de la filosofía socrática.

El enfoque literario de Platón era innovador para su tiempo. Usaba personajes históricos y mitológicos para discutir temas filosóficos, haciendo que sus obras fueran tanto educativas como entretenidas. Este método permitió que sus ideas se difundieran ampliamente y tuvieran un impacto duradero en la filosofía occidental.

Platón también utilizó la alegoría y el mito para ilustrar sus conceptos filosóficos. La "Alegoría de la caverna" en "La República" es uno de los ejemplos más conocidos, describiendo la búsqueda de la verdad y el conocimiento. Su uso de mitos y alegorías no solo enriquecía sus textos, sino que también hacía sus ideas más accesibles a un público más amplio.

A lo largo de su vida, Platón escribió más de 30 diálogos y cartas, muchos de los cuales han sobrevivido hasta nuestros días. Su capacidad para combinar rigor filosófico con habilidades narrativas excepcionales lo convierte en una figura única en la historia de la filosofía y la literatura. Sus escritos no solo han moldeado el pensamiento filosófico, sino que también han influido en la literatura, la política y la educación a lo largo de los siglos.