Fedón
Resumen del libro: "Fedón" de Platón
En “Fedón o Sobre el alma”, Platón nos invita a presenciar las últimas horas de Sócrates antes de su ejecución, transformando este momento solemne en un espacio para el diálogo filosófico más profundo. Con una maestría literaria inigualable, Platón no solo narra los hechos, sino que utiliza la escena como un marco para desplegar sus ideas más maduras, ofreciendo una visión lúcida y coherente sobre la inmortalidad del alma. A través de los razonamientos de Sócrates, Platón expone conceptos clave como la teoría de las Ideas, la reminiscencia y la metempsicosis, componiendo un tratado que trasciende lo personal para ahondar en las grandes preguntas de la existencia humana.
La obra se desarrolla con un estilo que equilibra la intensidad filosófica con la sensibilidad narrativa. Sócrates, rodeado de discípulos y amigos, se muestra sereno ante la muerte, lo que refuerza la solidez de sus argumentos sobre la trascendencia del alma. Los diálogos capturan el intercambio intelectual de forma vibrante, llevando al lector a reflexionar sobre la vida, la muerte y lo eterno. La teoría de las Ideas cobra una profundidad singular, presentada como la esencia de toda realidad, mientras que la reminiscencia postula que conocer es recordar aquello que el alma ya sabe de vidas anteriores. Estos conceptos se entrelazan con la metempsicosis, que sugiere la transmigración del alma tras la muerte, otorgando a la vida un sentido de continuidad que desafía la finitud.
Platón, autor de esta obra magistral, es uno de los pilares del pensamiento occidental. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, su filosofía abarca desde la metafísica hasta la política, dejando un legado que ha moldeado la cultura y el pensamiento por siglos. En “Fedón”, Platón alcanza la cúspide de su estilo literario y argumentativo, logrando una síntesis entre el rigor lógico y la belleza expresiva. Su capacidad para tejer ideas complejas en una narrativa accesible y profundamente humana es testimonio de su genio creativo y su compromiso con la búsqueda de la verdad.
“Fedón” es más que un diálogo filosófico; es un homenaje a la inmortalidad del pensamiento y a la dignidad del espíritu humano. La obra no solo ofrece respuestas, sino que plantea preguntas que resuenan aún en la actualidad, invitando a cada lector a ser partícipe de este viaje hacia lo eterno.
Fedón o del alma
EQUÉCRATES — FEDÓN — SÓCRATES — APOLODORO — CEBES — SIMMIAS — CRITÓN — FEDÓN — JANTIPA — EL SERVIDOR DE LOS ONCE
EQUÉCRATES. —Fedón, ¿estuviste tú mismo cerca de Sócrates el día que bebió la cicuta en la prisión, o sólo sabes de oídas lo que pasó?
FEDÓN. —Yo mismo estaba allí, Equécrates.
EQUÉCRATES. —¿Qué dijo en sus últimos momentos y de qué manera murió? Te oiré con gusto, porque no tenemos a nadie que de Flionte vaya a Atenas; ni tampoco ha venido de Atenas ninguno que nos diera otras noticias acerca de este suceso, que la de que Sócrates había muerto después de haber bebido la cicuta. Nada más sabemos.
FEDÓN. —¿No habéis sabido nada de su proceso ni de las cosas que ocurrieron?
EQUÉCRATES. —Sí; lo supimos, porque no ha faltado quien nos lo refiriera; y sólo hemos extrañado el que la sentencia no hubiera sido ejecutada tan luego como recayó. ¿Cuál ha sido la causa de esto, Fedón?
FEDÓN. —Una circunstancia particular. Sucedió que la víspera del juicio se había coronado la popa del buque que los atenienses envían cada año a Delos.
EQUÉCRATES. —¿Qué buque es ese?
FEDÓN. —Al decir de los atenienses, es el mismo buque en que Teseo condujo a Creta en otro tiempo a los siete jóvenes de cada sexo, que salvó, salvándose a sí mismo. Dícese que cuando partió el buque, los atenienses ofrecieron a Apolo que si Teseo y sus compañeros escapaban de la muerte, enviarían todos los años a Delos una expedición; y desde entonces nunca han dejado de cumplir este voto. Cuando llega la época de verificarlo, la ley ordena que la ciudad esté pura, y prohíbe ejecutar sentencia alguna de muerte antes que el buque haya llegado a Delos y vuelto a Atenas; y algunas veces el viaje dura mucho, como cuando los vientos son contrarios. La expedición empieza desde el momento en que el sacerdote de Apolo ha coronado la popa del buque, lo que tuvo lugar, como ya te dije, la víspera del juicio de Sócrates. Dé aquí por qué ha pasado tan largo intervalo entre su condena y su muerte.
EQUÉCRATES. —¿Y qué pasó entonces? ¿Qué dijo, qué hizo? ¿Quiénes fueron los amigos que permanecieron cerca de él? ¿Quizá los magistrados no les permitieron asistirle en sus últimos momentos, y Sócrates murió privado de la compañía de sus amigos?
FEDÓN. —No; muchos de sus amigos estaban presentes; en gran número.
EQUÉCRATES. —Tómate el trabajo de referírmelo todo, hasta los más minuciosos pormenores, a no ser que algún negocio urgente te lo impida.
FEDÓN. —Nada de eso; estoy desocupado, y voy o darte gusto; porque para mí no hay placer más grande que recordar a Sócrates, ya hablando yo mismo de él, ya escuchando a otros que de él hablen.
EQUÉCRATES. —De ese mismo modo encontrarás dispuestos a tus oyentes; y así, comienza, y procura en cuanto te sea posible no omitir nada.
FEDÓN. —Verdaderamente este espectáculo hizo sobre mí una impresión extraordinaria. Yo no experimentaba la compasión que era natural que experimentase asistiendo a la muerte de un amigo. Por el contrario, Equécrates, al verle y escucharle, me parecía un hombre dichoso; tanta fue la firmeza y dignidad con que murió. Creía yo que no dejaba este mundo sino bajo la protección de los dioses, que le tenían reservada en el otro una felicidad tan grande, que ningún otro mortal ha gozado jamás otra igual; y así, no me vi sobrecogido de esa penosa compasión que parece debía inspirarme esta escena de duelo. Tampoco sentía mi alma el placer que se mezclaba ordinariamente en nuestras pláticas sobre la filosofía; porque en aquellos momentos también fue este el objeto de nuestra conversación; sino que en lugar de esto, yo no sé qué de extraordinario pasaba en mí; sentía como una mezcla, hasta entonces desconocida, de placer y dolor, cuando me ponía a considerar que dentro de un momento este hombre admirable iba a abandonarnos para siempre; y cuantos estaban presentes, se hallaban, poco más o menos, en la misma disposición. Se nos veía tan pronto sonreír como derramar lágrimas; sobre todo a Apolodoro; tú conoces a este hombre y su carácter.
EQUÉCRATES. —¿Cómo no he de conocer a Apolodoro?
FEDÓN. —Se abandonaba por entero a esta diversidad de emociones; y yo mismo no estaba menos turbado que todos los demás.
EQUÉCRATES. —¿Quiénes eran los que se encontraban allí, Fedón?
FEDÓN. —De nuestros compatriotas, estaban: Apolodoro, Critóbulo y su padre, Critón, Hermógenes, Epígenes, Esquines y Antístenes. También estaban Ctesipo, del pueblo de Peanea, Menéxeno y algunos otros del país. Platón creo que estaba enfermo.
EQUÉCRATES. —¿Y había extranjeros?
FEDÓN. —Sí; Simmias, de Tebas, Cebes y Fedondes; y de Megara, Euclides y Terpsión.
EQUÉCRATES. —Arístipo y Cleombroto, ¿no estaban allí?
FEDÓN. —No; se decía que estaban en Egina.
EQUÉCRATES. —¿No había otros?
FEDÓN. —Creo que, poco más o menos, estaban los que te he dicho.
EQUÉCRATES. —Ahora bien; ¿sobre qué decías que había versado la conversación?
FEDÓN. —Todo te lo puedo contar punto por punto, porque desde la condenación de Sócrates no dejamos ni un solo día de verle. Como la plaza pública, donde había tenido lugar el juicio, estaba cerca de la prisión, nos reuníamos allí de madrugada, y conversando aguardábamos a que se abriera la cárcel, que nunca era temprano. Luego que se abría, entrábamos; y pasábamos ordinariamente todo el día con él. Pero el día de la muerte, nos reunimos más temprano que de costumbre. Habíamos sabido la víspera, al salir por la tarde de la prisión, que el buque había vuelto de Delos. Convinimos todos en ir al día siguiente al sitio acostumbrado lo más temprano que se pudiera, y ninguno faltó a la cita. El alcaide, que comúnmente era nuestro introductor, se adelantó, y vino donde estábamos para decirnos que esperáramos hasta que nos avisara, porque los Once, nos añadió, están en este momento mandando quitar los grillos a Sócrates, y dando orden para que muera hoy. Pasados algunos momentos, vino el alcaide y nos abrió la prisión. Al entrar, encontramos a Sócrates, a quien acababan de quitar los grillos, y a Jantipa, ya la conoces, que tenía uno de sus hijos en los brazos. Apenas nos vio, comenzó a deshacerse en lamentaciones, y a decir todo lo que las mujeres acostumbran en semejantes circunstancias.
—¡Sócrates —gritó ella—, hoy es el último día en que te hablarán tus amigos y en que tú les hablarás!
Pero Sócrates, dirigiendo una mirada a Critón, le dijo: que la lleven a su casa. En el momento, algunos esclavos de Critón condujeron a Jantipa, que iba dando gritos y golpeándose el rostro. Entonces Sócrates, tomando asiento, dobló la pierna, libre ya de los hierros, la frotó con la mano, y nos dijo:
—Es cosa singular, amigos míos, lo que los hombres llaman placer; y ¡qué relaciones maravillosas mantiene con el dolor, que se considera como su contrario! Porque el placer y el dolor no se encuentran nunca a un mismo tiempo; y sin embargo, cuando se experimenta el uno, es preciso aceptar el otro, como si un lazo natural los hiciese inseparables. Siento que a Esopo no haya ocurrido esta idea, porque hubiera inventado una fábula, y nos hubiese dicho, que Dios quiso un día reconciliar estos dos enemigos, y que no habiendo podido conseguirlo, los ató a una misma cadena, y por esta razón, en el momento que uno llega, se ve bien pronto llegar a su compañero. Yo acabo de hacer la experiencia por mí mismo; puesto que veo que al dolor, que los hierros me hacían sufrir en esta pierna, sucede ahora el placer.
…
Platón. (427-347 a.C.), uno de los filósofos más influyentes de la antigua Grecia, nació en Atenas en una familia aristocrática. Discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, Platón fundó la Academia, la primera institución de educación superior en el mundo occidental.
Platón es célebre por sus diálogos, en los cuales se encuentran algunas de las ideas más profundas y duraderas sobre la filosofía, la ética, la política y la epistemología. Sus obras, como "La República", "Fedón", "Banquete" y "Fedro", están escritas en forma de diálogos socráticos, donde los personajes exploran conceptos complejos a través de preguntas y respuestas. Este estilo no solo hacía sus ideas accesibles sino también inmersivas, invitando al lector a participar en el proceso de descubrimiento filosófico.
"La República", quizá su obra más famosa, examina la justicia, la naturaleza del alma y la estructura ideal de la sociedad. En "Fedón", aborda la inmortalidad del alma y en "Banquete", explora la naturaleza del amor. A través de estos diálogos, Platón no solo desarrolla sus propias teorías, sino que también documenta las enseñanzas de su maestro Sócrates, proporcionando una visión detallada de la filosofía socrática.
El enfoque literario de Platón era innovador para su tiempo. Usaba personajes históricos y mitológicos para discutir temas filosóficos, haciendo que sus obras fueran tanto educativas como entretenidas. Este método permitió que sus ideas se difundieran ampliamente y tuvieran un impacto duradero en la filosofía occidental.
Platón también utilizó la alegoría y el mito para ilustrar sus conceptos filosóficos. La "Alegoría de la caverna" en "La República" es uno de los ejemplos más conocidos, describiendo la búsqueda de la verdad y el conocimiento. Su uso de mitos y alegorías no solo enriquecía sus textos, sino que también hacía sus ideas más accesibles a un público más amplio.
A lo largo de su vida, Platón escribió más de 30 diálogos y cartas, muchos de los cuales han sobrevivido hasta nuestros días. Su capacidad para combinar rigor filosófico con habilidades narrativas excepcionales lo convierte en una figura única en la historia de la filosofía y la literatura. Sus escritos no solo han moldeado el pensamiento filosófico, sino que también han influido en la literatura, la política y la educación a lo largo de los siglos.