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Fantasmagoriana

Fantasmagoriana

Fantasmagoriana

Resumen del libro:

A orillas del lago Leman, en las inmediaciones de Ginebra, verano de 1816. Los cuatro cuentos de terror que reúne este volumen evocan la célebre reunión de Byron, su médico y los Shelley que dio origen al mito de Frankenstein…

PRESENTACIÓN

El 25 de abril de 1816, a sus veintiocho años, Lord Byron abandonó definitivamente Inglaterra. Con él partieron su sirviente, Fletcher, y su médico, el doctor John William Polidori. A fines de mayo, tras viajar por Bélgica y visitar el campo de batalla de Waterloo, Byron llegó a Ginebra, y ya en el mes de junio alquiló allí la villa Diodati, a orillas del lago Leman.

Dos años antes, en 1814, Percy Bysse Shelley había huido a su vez de Inglaterra, y también de su mujer, Harriet Westbrook. Lo acompañaban su amante, Mary Godwin (que se convirtió oficialmente en Mary Shelley, es decir en su esposa, en otoño de 1816, tras la muerte de Harriet, y que añadió a su firma el apellido de su madre, Wollstonecraft), y la hermanastra de esta, la quinceañera Jane Clairmont, llamada Claire. Viajaron un tiempo por Francia, Suiza y Alemania antes de regresar a Londres, donde prosiguieron su compleja relación triangular, que duraría hasta la muerte de Shelley. En la capital inglesa, a principios de abril de 1816, Claire se convirtió en amante de Lord Byron.

No debió de ser del todo casual, por lo tanto, que aquel verano, cuando Lord Byron se estableció en Ginebra, se encontrara allí a Shelley, Mary y Claire, que muy pronto ocuparon otra villa cercana. Shelley y Byron, los dos poetas, no tardaron en intimar, y emprendieron juntos la vuelta al lago. Los lazos entre aquella pequeña colonia inglesa se estrecharon a diario, con visitas, excursiones y paseos en barca; parece que sólo empañaban la vida del grupo la tristeza de Claire, embarazada y desdeñada por Byron, y las tiranteces entre este y su médico. El verano era frío y lluvioso, y a menudo se veían todos confinados dentro de la villa durante días; conversaban y discutían al calor de un buen fuego de leña, y a veces se distraían con la lectura compartida de ciertos relatos de fantasmas traducidos del alemán al francés que habían caído en sus manos. Una anotación que Polidori hizo en su diario, la que corresponde al 18 de junio, revela claramente hasta qué punto les interesaba e impresionaba esa clase de literatura fantástica:

Después del té, a las doce en punto, empezamos en serio a hablar de fantasmas. Lord Byron recitó unos versos del «Christabel» de Coleridge, sobre el pecho de la bruja. Cuando se hizo el silencio, Shelley, gritando de repente, se llevó las manos a la cabeza y salió corriendo de la sala con una vela. Le echamos agua en la cara y luego le dimos éter. Miraba a la señora Shelley, y de repente pensó en una mujer de la que había oído hablar, que tenía ojos en lugar de pezones, lo cual, al apoderarse de su mente, lo horrorizó.

Según el testimonio de Mary Shelley, fue Byron quien propuso que escribieran cada uno un relato de fantasmas como los que leían; tanto los Shelley como Polidori aceptaron el reto. Los tres hombres se pusieron de inmediato a la tarea: Byron esbozó su historia —la de dos viajeros, uno de los cuales resulta ser un vampiro que, al morir, hace jurar a su amigo que cumplirá una extraña petición— pero escribió sólo un fragmento, que publicó al final de su poema Mazeppa (1819) con el título de «El entierro»; Shelley empezó un relato basado en experiencias de la primera etapa de su vida, pero enseguida desistió de terminarlo (los ilustres poetas, al decir de M. Shelley, se sentían «incómodos con la trivialidad de la prosa»); Polidori dio con la idea de una dama que espiaba por el ojo de una cerradura y recibía como castigo la conversión de su cabeza en calavera, pero tampoco llegó a completar su cuento. Mary, por su parte, fue quien tardó más en encontrar el punto de arranque de su historia. Mientras los demás ya trabajaban en sus respectivos relatos, ella sentía «esa vacía incapacidad de invención que es la mayor desdicha del autor», hasta que una noche, tras asistir a una discusión filosófica sobre la naturaleza del principio vital entre Byron y Shelley, su imaginación le procuró por fin el nudo argumental que deseaba: «Vi —con los ojos cerrados, pero con la aguda visión mental—, vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas junto al ser que había ensamblado. Vi el horrendo fantasma de un hombre que estaba tendido, y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestaba signos de vida y se agitaba con movimiento torpe y semivital»… A la mañana siguiente, Mary refirió el sueño a los demás y empezó a escribir su relato. Según contó ella misma, Shelley insistió en que desarrollara su idea más allá de las pocas páginas del breve cuento que había previsto en principio. Le hizo caso, y al cabo de un año, en septiembre de 1817, dio por terminada la obra por la que más es recordada: la novela Frankenstein o el Prometeo moderno (1818). Ese fue, a la postre, el fruto más destacado de las reuniones ginebrinas de aquel lluvioso mes de junio.

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