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Exhalación

Exhalación - Ted Chiang - Ciencia Ficción

Exhalación - Ted Chiang - Ciencia Ficción

Resumen del libro:

¿Creías que no te gustaba la ciencia ficción? El nuevo libro del autor que inspiró la película «La llegada», escogido por The New York Times como uno de los libros del año.

¿Qué pasaría si un inocente juguete dinamitara nuestra noción de libre albedrío? ¿Y si fuera posible ponerse en contacto con versiones de nosotros mismos en otras líneas temporales? Si creáramos mascotas virtuales provistas de una inteligencia artificial que les permitiera aprender como si fueran niños humanos, ¿qué clase de compromiso ético deberíamos asumir con su educación y su futuro? ¿Y qué ocurriría si pudiéramos visionar cualquier episodio de nuestra vida tal como sucedió, sin el matiz afectivo y el sesgo interpretativo de lo que llamamos «recuerdos»?

No importa cuál sea el tema que trate Ted Chiang en sus narraciones, siempre demuestra una formidable habilidad para indagar en los enigmas de la condición humana y abordar los conflictos éticos que la relación con la tecnología plantea en nuestra existencia. Lejos del enfoque distópico hoy predominante en las narraciones futuristas, las historias de Chiang muestran una perspectiva abiertamente positiva y vitalista, delineando preguntas filosóficas de un enorme calado humano.

Ted Chiang es uno de los nombres insoslayables de la ciencia ficción, género en el que desde hace años goza del más sólido prestigio, como atestigua la infinidad de premios que su obra ha recibido; reveladores, elegantes y sorprendentes, los relatos de Exhalación lo sitúan, sencillamente, entre los autores indiscutibles de la literatura estadounidense actual.

El comerciante y la puerta del alquimista

Oh, poderoso califa y líder de los fieles, me humillo ante el esplendor de tu presencia; un hombre no puede esperar mayor bendición mientras camine por este mundo. La historia que tengo que contar es verdaderamente extraña, y si hubiese de tatuarse en su totalidad en el rabillo de nuestro ojo, el prodigio de su ejecución no excedería al de los acontecimientos relatados, puesto que es una advertencia para todo aquel susceptible de ser advertido y una lección para todo aquel susceptible de aprender de ella.

Me llamo Fuwaad ibn Abbas, y nací aquí en Bagdad, Ciudad de la Paz. Mi padre era comerciante de grano, pero durante la mayor parte de mi vida he trabajado como proveedor de tejidos de calidad, comerciando con seda de Damasco, lino de Egipto y bufandas de Marruecos brocadas en oro. El negocio era próspero, pero tenía yo un corazón inquieto, y ni la acumulación de lujos ni la donación de limosnas lo calmaba. Ahora me presento ante ti sin un solo dírham en el monedero, pero estoy en paz.

Alá es el principio de todas las cosas, pero, con el permiso de Su Majestad, comienzo mi historia por el día en que di un paseo por el distrito de los herreros. Necesitaba comprar un regalo para un hombre con el que tenía que hacer negocios, y me habían dicho que sabría apreciar una bandeja de plata. Después de trastear durante media hora, me di cuenta de que una de las tiendas más grandes del mercado había cambiado de propietario. Era un puesto bien situado que debía de haber sido costoso adquirir, así que entré a examinar su mercancía.

Jamás había visto una selección de artículos tan asombrosa. Cerca de la entrada había un astrolabio equipado con siete discos con incrustaciones de plata, un reloj de agua que daba la hora y un ruiseñor de latón que trinaba cuando soplaba el viento. En el interior había mecanismos incluso más ingeniosos, y los estaba observando atentamente como un niño observa a un malabarista cuando un anciano hizo su aparición desde una puerta al fondo.

—Bienvenido a mi humilde tienda, señor mío —dijo—. Me llamo Bashaarat. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Tiene usted unos artículos extraordinarios a la venta. Yo trato con comerciantes de todas partes del mundo, y sin embargo no había visto nunca algo semejante. ¿Dónde, si puedo preguntar, adquiere usted su mercancía?

—Le agradezco sus amables palabras. Todo lo que ve se ha fabricado en mi taller; o bien lo he hecho yo o bien mis ayudantes bajo mi supervisión.

Me impresionó que aquel hombre pudiera estar versado en tal variedad de artes. Le pregunté por los diferentes instrumentos de su tienda y lo escuché disertar con erudición sobre astrología, matemáticas, geomancia y medicina. Estuvimos hablando durante más de una hora, y mi fascinación y mi respeto florecieron como una planta entibiada por el amanecer, hasta que mencionó sus experimentos de alquimia.

—¿Alquimia? —dije. Esto me sorprendió, porque no parecía de los que hacen declaraciones tan rotundas—. ¿Quiere decir que es capaz de convertir un metal en oro?

—Puedo, mi señor, pero eso no es, de hecho, a lo que la mayoría aspira en el ejercicio de la alquimia.

—¿A qué aspira la mayoría en la alquimia, entonces?

—Se aspira a encontrar una forma de obtener oro más barata que la excavación minera. La alquimia describe, sí, medios para crear oro, pero el procedimiento es tan arduo que, por comparación, excavar bajo una montaña es tan fácil como arrancar melocotones de un árbol.

Sonreí.

—Una respuesta inteligente. Nadie podrá negar que es usted un hombre docto, pero yo sé que no conviene dar crédito a la alquimia.

Bashaarat me miró y sopesó la situación.

—Hace poco he construido algo que quizá lo haga cambiar de opinión. Sería usted la primera persona a quien se lo enseño. ¿Le apetecería verlo?

—Sería todo un placer.

—Por favor, sígame.

Exhalación – Ted Chiang

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