Ethan Frome
Resumen del libro: "Ethan Frome" de Edith Wharton
“Ethan Frome” de Edith Wharton es una obra maestra de la literatura que nos sumerge en un mundo de melancolía y tragedia en una pequeña localidad de Massachusetts. El autor, Edith Wharton, es conocido por su habilidad para explorar las complejidades de las relaciones humanas y las tensiones sociales en la alta sociedad de la época. Su estilo meticuloso y su profundo conocimiento de la psicología humana se reflejan de manera excepcional en esta novela.
La trama gira en torno a un joven ingeniero, quien, atrapado por su trabajo, se ve intrigado por la enigmática figura de Ethan Frome, un hombre lisiado y envejecido que vive en una granja desolada con dos mujeres. El invierno impone un ambiente claustrofóbico en el pueblo, lo que añade un elemento de opresión a la narrativa. La presencia de Ethan despierta curiosidad y prevenciones en los habitantes locales, y su vida aparentemente aislada alimenta la especulación sobre su pasado y sus motivaciones.
La novela se adentra en el misterio que rodea a Ethan y las razones que lo mantienen anclado en este lugar que muchos consideran inhóspito. A medida que la trama avanza, se revela una conmovedora historia marcada por la fatalidad del destino y las complejidades del amor prohibido. Wharton teje una narrativa magistralmente elaborada, explorando la psicología de los personajes y desentrañando sus motivaciones más íntimas.
La prosa de Wharton es rica en detalles y emociones, transportando al lector a la gélida atmósfera de la pequeña localidad y a la desolación que envuelve a los personajes. Su capacidad para capturar los matices de las relaciones humanas y explorar los rincones más oscuros del corazón humano es lo que hace de “Ethan Frome” una obra perdurable y conmovedora.
En resumen, “Ethan Frome” es una exploración magistral de las complejidades del amor, la tragedia y el destino en un entorno opresivo. Edith Wharton demuestra una vez más su maestría en la creación de personajes complejos y en la construcción de una trama que atrapa al lector desde la primera página. Esta novela es un tesoro literario que perdura a lo largo del tiempo, invitando a los lectores a reflexionar sobre las profundidades de la condición humana.
PRÓLOGO DE LA AUTORA A LA EDICIÓN DE 1922
Yo había conocido un poco la vida rural de Nueva Inglaterra mucho antes de establecerme en el condado de mi imaginario Starkfield; sin embargo, me familiaricé mucho más con ciertos aspectos en los años que viví allí.
Pero antes de aquella iniciación definitiva, ya tenía la incómoda sensación de que la Nueva Inglaterra literaria guardaba escaso parecido con la abrupta y hermosa región que conocía, exceptuando una vaga semejanza botánica y dialectal. Me parecía que incluso la abundante enumeración de helecho dulce, ásteres y kalmia, y la meticulosa reproducción de lo vernáculo pasaban por alto en ambos casos los crestones graníticos. Es una opinión estrictamente personal; explica Ethan Frome, y tal vez aclare la historia a algunos lectores en cierta medida.
Eso es todo en cuanto al origen de la historia. No hay nada interesante que añadir, excepto lo que se refiere a su estructura.
El problema que se me planteaba, tal como lo vi en el primer momento, era el siguiente: debía ocuparme de un tema cuyo clímax dramático, o, si se prefiere, su anticlímax, ocurre una generación después de los primeros actos de la tragedia. Pero a cualquier lector convencido, como lo he estado yo siempre, de que todos los temas (en el sentido que tiene el término para un novelista) contienen implícitamente forma y dimensiones propias, le habría parecido que ese espacio de tiempo forzoso marcaba a Ethan Frome como el tema de la novela. Pero en ningún momento fue ésa mi intención, pues creía, al mismo tiempo, que el tema de mi historia no era de los que permiten introducir demasiadas variaciones. Había que tratarlo con concisión y sin ambages, tal como se había presentado siempre la vida a mis protagonistas; todo intento de elaborar o complicar sus sentimientos falsearía forzosamente el conjunto. Ellos, estos personajes, eran, en verdad, mis crestones graníticos; pero a medio emerger del suelo y poco más expresivos.
Cabía suponer que la incompatibilidad entre tema y esquema quizá indicase que mi «situación» debía desecharse. Todo novelista ha recibido alguna vez la visita de fantasmas que le insinúan buenas situaciones falsas, temas-sirena que atraen su barca hacia las rocas; se oyen más sus voces y se contempla su espejismo marino al cruzar el desierto sin agua que le espera a la mitad del camino de cualquier obra que tenga entre manos. Yo conocía muy bien los cantos de esas sirenas, y muchas veces me había atado a mi monótono trabajo hasta que se alejaban del alcance del oído, llevándose, quizá, entre sus velos multicolores, una obra de arte perdida para siempre. Pero no me dieron miedo en el caso de Ethan Frome. Era el primer tema que abordaba con plena seguridad en su valor, para lo que me proponía, y con relativa fe en mi capacidad de transmitir al menos parte de cuanto veía en él.
Todo novelista que se concentra en su arte ha tropezado con temas como éstos y se ha sentido fascinado por la dificultad de presentarlos con el máximo relieve y, al mismo tiempo, sin ornamentos añadidos ni trucos de ropaje o iluminación. Ése era mi cometido si quería contar la historia de Ethan Frome; y todavía creo justificado mi esquema, que recibió la inmediata y rotunda censura de los pocos amigos a quienes se lo esbocé para tantear su opinión. En realidad, me parece que, si bien es imposible evitar cierto tono superficial en una historia en la que intervienen personas refinadas y de carácter complejo, a las que el simple espectador imagina e interpreta gracias a la intervención del novelista, no tiene por qué existir ese inconveniente si el espectador es también refinado y la gente a la que interpreta personas sencillas. Si es capaz de ver cuanto sucede en su entorno, no iremos en absoluto contra la verosimilitud permitiéndole ejercer esa facultad; es bastante natural que actúe como intermediario comprensivo entre sus personajes rudimentarios y los espíritus más complejos a quienes trata de presentárselos. Pero todo esto es bastante evidente, y sólo necesitan explicación quienes nunca han considerado la narrativa un arte de composición.
Creo que el verdadero mérito de mi obra reside en un detalle menor. Tenía que encontrar el medio de que mi tragedia llegase a oídos de su narrador de manera natural y descriptiva a la vez. Podía haberlo sentado frente a alguna comadre del pueblo que le hubiera servido en bandeja la historia completa en pocos segundos, pero entonces habría falseado dos elementos esenciales de mi narración: en primer lugar, la arraigada reticencia y la incapacidad de expresarse propias de la gente que me proponía describir; y, en segundo lugar, el efecto de «redondez» (en el sentido plástico) que se produce al dejar que su historia nos llegue por mediación de personas tan distintas como Harmon Gow y la señora de Ned Hale. Cada uno de mis cronistas contribuye a la narración sólo en la medida en que ambos son capaces de comprender lo que les parece un caso complejo y misterioso; y sólo el narrador de la historia posee capacidad suficiente para verlo todo, explicarlo de forma sencilla y situarlo en el lugar que le corresponde entre sus categorías más amplias.
No pretendo que se me reconozca originalidad alguna por haber seguido un método del cual La Grande Bretêche y The Ring and the Book me habían dado el ejemplo perfecto. Mi único mérito tal vez consista en haber intuido que el procedimiento empleado en esas obras podía aplicarse a mi modesta historia.
He escrito este breve análisis (el primero publicado hasta ahora sobre uno de mis libros) porque creo que lo único que puede interesar algo al lector como introducción de un autor a su obra es por qué decidió escribir la obra en cuestión y los motivos que le llevaron a elegir determinada forma y no otra. El artista ha de sentir casi instintivamente estos objetivos fundamentales, los únicos que pueden formularse de modo explícito, y obrar en consecuencia, antes de que se introduzca en su creación ese algo más imponderable que hace que la vida circule por ella y la proteja un tiempo de la decadencia.
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Edith Wharton. (1862-1937) Fue una escritora estadounidense conocida por sus novelas y cuentos que retratan la alta sociedad de su época. Nacida en una familia adinerada de Nueva York, tuvo acceso a una educación privilegiada que la llevó a desarrollar un gran interés por la literatura y la escritura.
Wharton comenzó a escribir en la década de 1890, pero no fue hasta 1902 que publicó su primera novela, "The Valley of Decision". Su obra más conocida es "La edad de la inocencia" (1920), que le valió el premio Pulitzer en 1921. Otras obras destacadas incluyen "Ethan Frome" (1911), "The House of Mirth" (1905) y "The Custom of the Country" (1913).
A lo largo de su carrera, Wharton exploró temas como la moralidad, la hipocresía de la clase alta y la lucha de las mujeres por encontrar su lugar en una sociedad dominada por los hombres. Además de su carrera literaria, también se involucró en actividades humanitarias y apoyó la causa de la Primera Guerra Mundial.
Wharton fue una autora prolífica y respetada durante su vida, y su trabajo sigue siendo estudiado y apreciado en la actualidad. Murió en Francia en 1937, dejando un legado literario duradero.