Ensayos sobre la libertad y el poder

Resumen del libro: "Ensayos sobre la libertad y el poder" de

El libro “Ensayos sobre la Libertad y el Poder”, ofrece una ventana fascinante a la mente de Lord Acton y su profunda reflexión sobre la libertad en el contexto histórico. Esta edición presenta una selección ampliada de ensayos que complementan la visión de Acton sobre el avance de la libertad a lo largo de la historia, junto con aforismos que arrojan luz sobre su legado inexplorado.

El hilo conductor de los ensayos es la convicción fundamental de Acton: la libertad es el elemento esencial que une la historia universal y el principio rector de la filosofía histórica. A lo largo de la obra, Acton explora la génesis, evolución y desarrollo histórico de la libertad. Analiza los conflictos entre sus defensores y detractores, así como las ideas que contribuyeron a su propagación y declive. Desde la libertad en las civilizaciones antiguas hasta su papel en el cristianismo, Acton desentraña las corrientes que han influido en su trayectoria a lo largo del tiempo.

Entre los ensayos más destacados se encuentran las reflexiones sobre la Teoría protestante de la Persecución, la Revolución Puritana y el ascenso de los Whigs, la Revolución Inglesa y las causas políticas de la Revolución Americana. Acton también aborda la expectación de la Revolución Francesa, explora la democracia en Europa y reflexiona sobre el concepto de nacionalidad.

Estos ensayos no solo ofrecen una comprensión profunda de la evolución de la libertad política, sino que también proporcionan una visión crítica de las amenazas que han enfrentado y siguen enfrentando a la libertad en la historia. Acton no solo analiza el pasado, sino que también ofrece perspicacia sobre cómo preservar la libertad en un contexto siempre cambiante.

La obra “Ensayos sobre la Libertad y el Poder” es un testimonio perdurable de la mente brillante de Lord Acton y su contribución al pensamiento político y filosófico. A través de sus páginas, los lectores tienen la oportunidad de explorar las complejidades de la libertad a lo largo del tiempo y reflexionar sobre su relevancia continua en el mundo contemporáneo.

Libro Impreso

CAPÍTULO I

EL ESTUDIO DE LA HISTORIA

Recuerdo que, siendo estudiante en Edimburgo, antes de mediados de siglo, deseaba ardientemente poder ingresar en esta Universidad de Cambridge. Recurrí a tres colegas para que apoyaran mi admisión, pero, tal como estaban entonces las cosas, fui rechazado por todos. Desde el principio fijé aquí mis vanas esperanzas, y aquí, en tiempos más felices, después de cincuenta y cuatro años, esas esperanzas se han visto finalmente cumplidas.

Desearía hablaros en primer lugar de lo que bien podríamos llamar la unidad de la historia moderna, como un fácil enfoque de las cuestiones que necesariamente debe afrontar de modo preliminar todo aquel que ocupe esta tribuna, tarea que mi predecesor ha hecho tan difícil dado el extraordinario lustre de su nombre.

Con frecuencia habéis oído decir que a la historia moderna no se le puede fijar ni un comienzo ni un final precisos. No un comienzo, porque la tupida tela de las vicisitudes humanas está tejida sin huecos, y porque la estructura de la sociedad, como la de la naturaleza, es continua, por lo que podemos seguir el rastro de las cosas de forma ininterrumpida hasta divisar confusamente el origen de la Declaración de Independencia en los bosques de Germania. Y tampoco un final, porque, por el mismo principio, la historia ya hecha y la historia que se está haciendo son lógicamente inseparables, por lo que, si se pretendiera separarlas, resultarían incomprensibles.

«La política —ha dicho Sir John Seeley— es algo vulgar si no está iluminada por la historia, y la historia degenera en mera literatura cuando descuida su relación con la praxis política». Es fácil comprender en qué sentido esto es verdad, porque la ciencia política es la única ciencia que el curso de la historia va sedimentando como pepitas de oro en las arenas de un río; y conocer el pasado, registrar aquellos hechos cuya verdad nos va constantemente revelando la experiencia, es una labor eminentemente práctica, instrumento de acción y de poder que va configurando el futuro. En Francia, es tal la importancia que se atribuye al estudio de nuestro tiempo, que existe toda una asignatura de historia contemporánea, con sus correspondientes libros de texto. Se trata de una cátedra que, teniendo en cuenta la progresiva división del trabajo de la que se benefician tanto la vida científica como la política, puede que también se cree algún día en nuestro país.

Mientras tanto, será oportuno precisar en qué se distinguen ambas épocas. La época contemporánea se diferencia de la moderna en que no podemos considerar muchos de sus acontecimientos como definitivamente comprobados. Los vivos no revelan sus secretos con el mismo candor que los muertos; siempre se nos escapará alguna clave, y tendrá que pasar toda una generación antes de que podamos interpretarlos con precisión. Como bien saben los entendidos, las narraciones generales y las apariencias externas son copias imperfectas de la realidad. Incluso de un hecho tan memorable como la guerra de 1870 siguen aún sin aclararse plenamente las verdaderas causas; en los últimos seis meses mucho de lo que considerábamos seguro se lo ha llevado el viento, y no hay duda de que el futuro nos proporcionará nuevas revelaciones de importantes testigos. El uso de la historia se inclina más hacia la certeza que hacia la abundancia de información.

Además del problema de la certeza está el del distanciamiento. El proceso por el que se descubren y asimilan los principios es muy distinto de aquel por el que esos principios se aplican; y nuestras convicciones más sagradas y desinteresadas deberían configurarse en las tranquilas regiones aéreas, por encima del tumulto y las tempestades de la vida activa. Porque es justo despreciar a quien tiene una opinión en historia y otra en política; una opinión en el exterior y otra en casa; una en la oposición y otra en el gobierno. La historia nos impele a fijarnos en resultados permanentes, y nos libera de todo lo que es temporal y pasajero. La política y la historia están entrelazadas, pero no se las puede identificar. Nuestro territorio desborda los asuntos de Estado y se sustrae a la jurisdicción de los gobiernos. La función del historiador consiste en tener presente y dominar el movimiento de las ideas, que no son el efecto sino la causa de los acontecimientos públicos; e incluso en conceder cierta prioridad a la historia eclesiástica sobre la civil, ya que la primera, por la mayor importancia de los asuntos de que se ocupa y por las graves consecuencias que se derivan de sus errores, ha abierto el camino a la investigación y ha sido la primera de la que se han ocupado concienzudos investigadores y estudiosos de la más alta valía científica.

De la misma manera, aunque conviene apreciar la sabiduría y profundidad de la filosofía, que considera siempre el origen y el germen, y las glorias de la historia como una epopeya consecuente, sin embargo, todo estudioso debería saber que la verdadera maestría sólo se alcanza cuando se decide delimitar el propio ámbito de estudio. Pero la confusión nace de la teoría de Montesquieu y de su escuela que, aplicando los mismos términos a cosas diferentes, insisten en que la libertad es la condición originaria de aquella raza de la que procedemos. Si tomamos en consideración el espíritu y no la materia, las ideas y no la fuerza, las cualidades espirituales que confieren dignidad, gloria y valor intelectual a la historia, y su influencia en la vida de los hombres, entonces no nos sentiremos inclinados a explicar lo universal por lo nacional, ni la civilización por la costumbre. Un discurso de Antígona, una sola frase de Sócrates, unas pocas líneas esculpidas en una roca india antes de la Segunda Guerra Púnica, las huellas de aquel silencioso pero profético pueblo que vivió junto al Mar Muerto y pereció con la caída de Jerusalén, están más cerca de nuestra vida que la sabiduría ancestral de los bárbaros que alimentaban sus puercos con las bellotas de Hercynia.

Ensayos sobre la libertad y el poder: Lord Acton

Lord Acton. John Emerich Edward Dalberg-Acton, conocido como Lord Acton, nació el 10 de enero de 1834. Fue un destacado historiador, político y escritor inglés de religión católica. Su legado se encuentra profundamente arraigado en su linaje aristocrático y su notable intelecto, moldeado en el contexto del siglo XIX.

Proveniente de una familia con una rica historia, Acton fue el único hijo de Sir Ferdinand Dalberg-Acton, séptimo baronet. Su abuelo, el almirante napolitano y primer ministro Sir John Acton, sexto baronet, aportó aún más prestigio a su linaje. Desde 1837 hasta 1869, utilizó el título de Sir John Dalberg-Acton, octavo baronet.

No obstante, el impacto duradero de Acton proviene principalmente de su papel como escritor. Su aguda perspicacia y profunda comprensión de la naturaleza humana se reflejaron en sus escritos, donde abordó temas cruciales de la época. Una de sus observaciones más célebres reza: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos..." Esta frase, extraída de una carta dirigida a un obispo anglicano, encapsula su visión crítica sobre el abuso de poder y su impacto en la moralidad humana.

La vida y legado de Lord Acton trascienden su tiempo. Su enfoque agudo en la intersección entre el poder, la ética y la historia sigue siendo relevante en la actualidad. Acton dejó una marca indeleble como historiador y pensador, con su habilidad para plasmar ideas profundas en palabras que resuenan a lo largo de los años.