Ensayo sobre el gusto
Resumen del libro: "Ensayo sobre el gusto" de Montesquieu
Montesquieu, siempre preocupado por las estructuras del pensamiento y las emociones humanas, en su Ensayo sobre el gusto nos invita a explorar un universo que trasciende lo racional. Publicado póstumamente en la Encyclopédie, este texto profundiza en las sutilezas del placer, la belleza y el arte, con una mirada que busca comprender las sensaciones más íntimas del alma. Aquí, el filósofo se aleja de las abstracciones que definían muchas de sus otras obras y se adentra en un terreno más sensorial, en el que el juicio estético se convierte en el protagonista.
Para Montesquieu, el gusto no es un simple capricho personal, sino una compleja relación entre el alma y los objetos que percibimos. La belleza no está en el objeto en sí, sino en cómo lo experimentamos. Nos dice que el placer que obtenemos de las cosas proviene de nuestra propia naturaleza, de cómo nuestra alma se relaciona con el mundo que nos rodea. Este enfoque rompe con la idea de que la razón es la única vía hacia el conocimiento, ya que el gusto, según él, responde más a la sensibilidad que al intelecto.
Uno de los aspectos más fascinantes de este ensayo es cómo Montesquieu reivindica la importancia de la variedad y la sorpresa en el juicio estético. El alma humana, nos explica, anhela el contraste, la simetría y la armonía, pero siempre dentro de un orden que permita el disfrute pleno. Para gustar de algo no basta con presentarlo; debe estar dispuesto de manera que despierte asociaciones y emociones. Las personas con gusto delicado, según el autor, son aquellas que saben relacionar cada idea con un mundo de sensaciones complementarias.
Este texto, aunque breve, es una brillante reflexión sobre cómo percibimos la belleza en el arte y la naturaleza. Montesquieu nos recuerda que el gusto es un reflejo de nuestra propia complejidad interior, y que en él se encuentra una de las claves para entender nuestros placeres más profundos. Un ensayo que sigue resonando en el pensamiento estético contemporáneo.
«Este fragmento se ha encontrado imperfecto en sus papeles; el autor no tuvo tiempo de darle la última mano; pero los primeros pensamientos de los grandes maestros merecen ser conservados para la posteridad, como los esbozos de los grandes pintores».
Encyclopédie, tomo VII (1757)
Prólogo de Mauro Armiño
Quizás el barón de Montesquieu (Charles-Louis de Secondat, 1689-1755) no sea la figura más conocida del movimiento filosófico de los enciclopedistas, pese a que escribió la obra que desarrolla mejor que ninguna otra de su generación (D’Alembert, Diderot, Voltaire, Rousseau) puntos de vista nuevos sobre la organización política y social: Del espíritu de las leyes (1748), ensayo precursor, sobre todo por su concepción de la separación de poderes (libro XI), base de las democracias occidentales[1].
Nacido en el castillo de La Brède (cerca de Burdeos), en el seno de una familia de la nobleza de toga, tras licenciarse en Derecho (1708) fue abogado del Parlamento de Burdeos. Su primer intento de instalarse en París se ve interrumpido en 1713 por la muerte de su padre, cuyas posesiones hereda. Tres años más tarde se convierte en barón de Montesquieu, título que recibe —además de su fortuna y del cargo de presidente del Parlamento de Burdeos— de un tío fallecido sin descendientes. Pero el ahora barón, de veintisiete años, no tiene los cuarenta exigidos para presidir ese Parlamento, y tras renunciar al cargo se instala en París en un momento clave de la historia de Francia. La reciente muerte de Luis XIV ponía fin al último periodo de un reinado que, tras su apogeo inicial, se había sumido en una recesión social y económica por el enorme endeudamiento provocado por las guerras del rey y por el rigor religioso (revocación del edicto de Nantes, que prohibía y perseguía la religión protestante). Al día siguiente de la muerte del Rey Sol (1 de septiembre de 1715), el regente, Felipe I de Orleans, dio un volantazo a la dirección de un Estado que había expulsado de la vida diaria la alegría de vivir de los primeros años del reinado anterior: el regente llamó a los cómicos italianos, obligados a retornar a su país por madame de Maintenon (reina morganática desde octubre de 1683), que se había sentido aludida en una de sus farsas burlescas. Con sus orgías y fiestas, el regente dio ejemplo de un carpe diem que la sociedad se aprestó a imitar; permitió los bailes públicos antes prohibidos y la circulación de dinero aumentó, propiciada por un nuevo sistema de finanzas que sustituyó el metálico por el papel moneda gracias al nuevo sistema económico del escocés John Law (1671-1729), en cuyas manos Felipe I dejó la economía.
Antes de llegar a París, Montesquieu, miembro de la Academia Real de Ciencias, Bellas Letras y Artes de Burdeos (1716), había hecho pinitos científicos, como los hicieron otros enciclopedistas: Rousseau, por ejemplo, había escrito unas Instituciones químicas, y Diderot, unos Elementos de fisiología, mientras que Voltaire se dedicaba a descabezar babosas para comprobar la veracidad de los experimentos del naturalista italiano Spallanzani (1729-1799) sobre la regeneración de la cabeza de los moluscos, o de anfibios y reptiles. Montesquieu escribió, para cumplir con su obligación de miembro de la Academia Real de Ciencias de Burdeos, trabajos como: Discurso sobre la causa del eco (1718), Discurso sobre el uso de las glándulas renales (1718), Observaciones sobre la historia natural (1721), La causa de la gravedad de los cuerpos, etcétera.
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Montesquieu. Charles-Louis de Secondat, mejor conocido como Montesquieu, nació el 18 de enero de 1689 en el castillo de La Brède, cerca de Burdeos. Este pensador ilustrado fue un hijo de la nobleza de toga, y desde temprano se sumergió en los laberintos del derecho y la filosofía, tradiciones que marcarían su obra para siempre. Su nombre resuena como uno de los máximos exponentes del movimiento de la Ilustración, aunque su estilo y enfoque lo separan de sus contemporáneos, creando una voz única, profunda y visionaria.
En la obra de Montesquieu destaca su eterna búsqueda de libertad y justicia, valores que, para él, debían estar fundamentados en la razón y el conocimiento empírico. A diferencia de otros filósofos de su tiempo, como Rousseau o Voltaire, Montesquieu se inclinó por una perspectiva menos abstracta, más cercana al análisis concreto de los hechos históricos y sociales. Su fascinación por la Constitución inglesa y la separación de poderes no solo fue una novedad en su tiempo, sino que sentó las bases para la modernidad política.
El joven Montesquieu creció bajo la tutela de su tío, el barón de Montesquieu, de quien heredó el título y una vasta fortuna en 1716. Pero su legado no se forjaría en el confort de la nobleza, sino en la laboriosa tarea de observar, estudiar y criticar las estructuras de poder. En 1721, sorprendió al mundo literario con la publicación de las Lettres persanes, una sátira brillante en la que, a través de la correspondencia imaginaria de dos viajeros persas, destapaba las absurdidades de la sociedad francesa.
Este estilo mordaz y observador sería también el sello de su obra cumbre, De l'Esprit des Lois (1748). Publicada de manera anónima, la obra es un análisis monumental de los sistemas políticos que introdujo al mundo su célebre teoría de la separación de poderes. En Francia, el libro fue recibido con frialdad, e incluso fue prohibido por la Iglesia católica, pero en el resto de Europa, especialmente en Inglaterra, se alzó como una de las contribuciones más influyentes del pensamiento político.
Montesquieu fue un espíritu inquieto. Su labor como magistrado le resultaba tediosa, y prefería el encanto de los viajes, recorriendo Europa y observando las costumbres de cada país con el rigor de un etnógrafo avant la lettre. Su paso por Inglaterra fue crucial para su concepción del equilibrio de poderes, que luego sería inspiración clave para los padres fundadores de los Estados Unidos.
La salud le fue esquiva en los últimos años, y para 1755, el gran Montesquieu había perdido completamente la vista. Aun así, dejó un legado inmortal antes de fallecer en París el 10 de febrero de ese año. Con su pluma, supo plasmar la esencia de la libertad y el gobierno justo, recordándonos que “debe establecerse un gobierno de forma tal que ningún hombre tenga miedo de otro”. Un eco que aún resuena en las democracias modernas.