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Encuentros en la tercera fase

Encuentros en la tercera fase, una novela de Steven Spielberg

Encuentros en la tercera fase, una novela de Steven Spielberg

Resumen del libro:

En la terminología de los estudiosos de los OVNIs, un encuentro del primer tipo es el avistamiento de un OVNI; el segundo tipo es el hallazgo de una evidencia física; y el tercer tipo (o encuentro cercano en la tercera fase) implica el contacto personal con los extraterrestres…

1

Siete desdichadas figuras emergieron de un cegador remolino de arena de desierto y salvia. Sus borrosas imágenes aparecían y desaparecían entre toneladas de tierra revuelta. Tres estupefactos policías federales estaban aguardando a la entrada de Sonoyita, la ciudad de un solo caballo del norte de México. Rebuznando y tirando histéricamente del poste al que estaban amarrados, los burros intuyeron otra intrusión y empezaron a cocear todo lo que tenían a la vista. Las figuras se encontraban ahora casi junto a ellos y todos pudieron ver la siniestra imagen del primer edificio de aquel misterioso cruce del desierto. Arriba, el sol indicaba que era el mediodía pero su color era rojo sangre, a juego con un viejo letrero de neón de la «Coca-Cola» que había en el interior de la estructura de adobe de una cantina oasis. La primera figura que emergió de entre el viento medía algo más de metro ochenta y saludó a los tres agentes de policía mexicanos con una leve inclinación de cabeza y una andanada de irreprochable español.

—¿Somos los primeros en llegar? —gritó el hombre vestido de caqui en su español de escuela superior. Sus prismáticos estilo Rommel y su sombrero de cuero ocultaban su nacionalidad—. ¿Somos los primeros aquí?

El sorprendido policía le contestó señalándole con el dedo hacia el sur donde otro grupo de exploradores estaba surgiendo del enrarecido aire. En las afueras de Sonoyita, en medio de una tormenta de arena, en 1973, los dos equipos se reunieron, catorce en total. Breves apretones de manos y voces discretas.

—¿Está con usted el intérprete de francés?

El oculto rostro poseía una voz norteamericana, ligeramente bucólica, tal vez de Ohio-Tennessee.

—Sí, señor. Hablo francés pero no soy intérprete de profesión.

La voz pertenecía al miembro de más baja estatura del equipo que había llegado en segundo lugar y en ella se percibía un leve matiz de temor. Esforzándose por competir con el aullido del viento, David Laughlin levantó la voz y ésta empezó a adquirir mayor seguridad.

—Mi ocupación es la cartografía, la topografía. Soy cartógrafo. Cartógrafo.

—¿Habla usted francés, señor? ¿Puede traducir del inglés al francés y del francés al inglés?

—Siempre y cuando hable usted despacio y tenga en cuenta que no es por eso por lo que me pagan.

Interrumpiendo sus palabras, le tendió la mano al cartógrafo y empezó a hablar dificultosamente en inglés con acento francés.

—¿Es usted monsieur… mmm… Lug-line?

—Mmm… Laughlin —le corrigió Laughlin cortésmente al tiempo que le estrechaba la mano.

Algo había en la voz del francés que invitaba a responder con suavidad y cautela.

Ah, oui —dijo el francés, riéndose casi en tono de disculpa—. ui, oui, pardon. —Después añadió en francés—: Señor Laughlin, ¿cuánto tiempo lleva usted en nuestro proyecto?

Laughlin se enorgulleció de poder contestar a la pregunta y eligió las palabras con cuidado.

—Desde que mi país se asoció con los franceses en el 69. Asistí a las conversaciones de Montsoreau la semana en que los franceses se apuntaron el éxito. Felicitaciones, señor Lacombe.

Lacombe sonrió, pero los miembros del equipo estaban deseando proseguir la marcha, ansiosos de ver aquello por lo que habían acudido hasta allí. Comprendiéndolo así, el señor Lacombe echó a andar y empezó a conversar con Laughlin con la misma rapidez con que andaba. Le hizo una seña a otro miembro del equipo y, a los pocos segundos, Robert Watts, el guardaespaldas personal de Lacombe, se detuvo junto a éste, todo cubierto de arena.

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