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Elmer Gantry

Elmer Gantry - Sinclair Lewis

Elmer Gantry - Sinclair Lewis

Resumen del libro:

Al relatar la vida de Elmer Gantry, primero como estudiante y viajante de comercio, luego como inescrupuloso aventurero que pasa sin la menor vacilación del metodismo al baptismo y de éste al evangelismo, siempre obsesionado por la ambición de trepar a los puestos más altos utilizando la religión, las mujeres, la general estupidez o lo que sea, Sinclair Lewis inmortalizó la imagen de un personaje de la moderna picaresca, nueva Lazarillo en el que toda ingenuidad se ha perdido, sacrificada a los valores de un mundo materialista. Discutida, atacada, aclamada, llevada a la pantalla, «Elmer Gantry» es ya una novela clásica, traducida a los principales idiomas en centenares de ediciones. Su autor, laureado con el premio Nobel, contribuyó a dar una fisonomía propia a la literatura norteamericana con sus famosas novelas.

Capítulo I

Elmer Gantry estaba embriagado. Una embriaguez impetuosa que le hacía sentirse elocuente y generoso. Se apoyó en el mostrador del «Old Home Sample Room» el bar más flamante y moderno de la ciudad de Cato, en el Estado de Missouri, e invitó al dueño a que cantase en su compañía el vals más en boga por entonces.

Soplando sobre un vaso para limpiarlo y mirando a Elmer a través de la reluciente redondez del vaso, el dueño le hizo observar que él no entendía gran cosa de cánticos. Pero, al decirlo, no pudo menos de sonreír. Ningún «barman» hubiera podido hacer otra cosa que sonreír al ver a Elmer tan exaltado, tan lleno de audacia y de simpática desenvoltura, con su sonrisa reveladora de una sana animalidad.

—Está bien, amigo —condescendió Elmer—. Pero yo y mi compañero de casa vamos a enseñarte cómo se canta. Te presento a mi compañero Jim Lefferts. ¡Un amigo como no lo hay mejor en el mundo! Si no fuera así no viviría con él. Es el mejor zaguero del Oeste central. Saluda a mi compañero.

El dueño del bar se dejó presentar una vez más a Mr. Lefferts, deshaciéndose en protestas del placer que sentía al conocerle.

Después, Elmer y Jim Lefferts se retiraron a una mesa para entonar una de esas canciones largas y tristonas que tan bien encajan con la embriaguez. Realmente, cantaban muy bien. Jim tenía una voz resuelta de tenor; y en cuanto a Elmer, más aún que su corpulencia, más que sus negros y espesos cabellos y que sus ojos, negros también y de expresión decidida, impresionaba su espléndida voz de barítono. Parecía nacido para hacer un magnífico senador. Nunca decía nada importante, pero todo lo decía siempre con voz rotunda y sonora. Un simple «Buenos días» adquiría en sus labios la profundidad de Kant, el tono cordial y acogedor de una banda de música de viento, y el acento noble y estimulante de un órgano catedralicio. Su voz era un violoncello; y fascinaba de tal modo que hacía que nadie fijase la atención en la jerga que constituía el lenguaje de Elmer, en sus fanfarronadas, en sus expresiones indecentes, y en las terribles violencias con que en aquel momento abrumaba a los singulares y a los plurales.

Lentamente, deleitándose en ellas como el viajero que saborea la cerveza fresca al final de la jornada, acariciaban las frases dulzarronas, lánguidamente enlazadas de la canción.

Elmer Gantry – Sinclair Lewis

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