Resumen del libro:
Los hermanos Electra y Orestes, hijos de Agamenón, vengan la muerte de este en su propia madre Clitemnestra. La movilidad y la variedad de los acontecimientos producen una serie de reacciones en Electra que perfilan su dolorosa personalidad. La obra de Sófocles se ha convertido con el curso del tiempo en el paradigma de la tragedia griega, y sobre ella descansa en gran medida nuestra comprensión de este género y de sus implicaciones filosóficas y religiosas. Su estilo es una mezcla prodigiosa de naturalidad y dignidad literaria.
(La escena tiene lugar ante el palacio real de Micenas. Desde allí se divisa la llanura de la Argólide. Está amaneciendo.)
PEDAGOGO. —¡Oh hijo de Agamenón, el que en otro tiempo estuvo al frente del ejército en Troya! Ahora te es posible —pues estás presente— contemplar aquello que siempre deseabas. Ésta es la antigua Argos que anhelabas, recinto sagrado de la doncella, hija de Ínaco, la fustigada por el tábano. Aquí, Orestes, la plaza licia del dios matador de lobos. Éste de la izquierda es el famoso templo de Hera. Desde este lugar, adonde hemos llegado, puedes afirmar que ves Micenas, la rica en oro. Y he ahí el palacio de los Pelópidas, desolado por los crímenes, de donde en otro tiempo te saqué después del asesinato de tu padre, habiéndote recibido de manos de tu hermana, la que lleva tu misma sangre, y poniéndote a salvo, te alimenté hasta tanto llegaras a la edad de ser vengador de la muerte de tu padre. Y ahora, ciertamente, Orestes y tú, Pílades, el más querido de los huéspedes, debéis tomar pronto una decisión sobre lo que tenéis que hacer, porque el brillante resplandor del sol provoca los cantos matutinos de las aves, nítidos ya, y la negra noche llena de estrellas nos ha abandonado. Antes de que alguna persona salga del palacio hay que ponernos de acuerdo, pues estamos llegando a un punto en el que ya no hay ocasión de dudar, sino que es momento de pasar a la acción.
ORESTES. —¡Oh el más querido de los servidores! ¡Cómo me das claras muestras de tu lealtad hacia nosotros! Pues, como un caballo de buena raza, aun siendo viejo, no pierde el coraje en los peligros, sino que yergue las orejas, así también tú nos alientas y tú mismo sigues estando entre los primeros. Por tanto, te revelaré lo que he resuelto, y tú, prestando oído atento a mis palabras, corrígeme si en algo no me ajusto a lo que en este momento conviene.
Cuando yo llegué al oráculo pítico para conocer de qué modo vengaría a mi padre de sus asesinos, me responde Febo lo que al punto conocerás: que yo mismo, desprovisto de escudo y de ejército, con astucias, tramara las muertes justicieras por mi mano. Así, después que hemos oído tal oráculo, cuando se presente la ocasión, entra en palacio y trata de enterarte de todo lo que sucede, para que, una vez conocedor de ello, me lo comuniques claramente. No te reconocerán por tu vejez y por el largo tiempo pasado, ni sospecharán a causa del cabello cano.
Dirás lo siguiente: que eres extranjero, de Focea, que vienes de parte de Fanoteo, porque casualmente éste es el mejor de sus amigos. Anuncia, reforzándolo con un juramento, que ha muerto Orestes debido a un fatal accidente, al rodar desde el carro en marcha durante los juegos píticos. Sea éste tu relato. Nosotros, según lo ordenado, tras adornar la tumba de mi padre con libaciones y rizos cortados de la cabeza, volveremos de nuevo, sosteniendo en las manos la urna de paredes broncíneas que tú sabes tengo oculta entre unas matas, para, después de engañarles con esta historia, llevarles la dulce noticia de que mi cuerpo ha perecido, consumido por el fuego y convertido en polvo. ¿Por qué ha de inquietarme esto cuando, muerto de palabra, estoy de hecho vivo y voy a obtener fama con ello?
Pues me parece que ningún discurso que comporta provecho es malo. En efecto, he visto varias veces que, incluso los sabios, mueren falsamente de palabra, y después, cuando vuelven otra vez a casa, son aún más honrados. Así también yo me jacto de que, como resultado de esta noticia, brillaré vivo entre mis enemigos como una estrella.
Conque, ¡oh tierra patria y dioses locales!, recibidme victorioso en estos caminos, y tú, palacio paterno, pues vengo para purificarte según la justicia, impulsado por los dioses. Y no me expulséis de esta tierra sin honra, sino recibidme dueño de mi fortuna y restablecedor del palacio. Yo ya he hablado; ahora tú, anciano, ve y preocúpate de cumplir tu deber. Nosotros dos partimos. Éste es el momento oportuno y esto constituye precisamente la mayor protección en toda empresa para los hombres.
ELECTRA. —(Dentro de palacio.) ¡Ay de mí! ¡Infortunada de mí!
PEDAGOGO. —Me ha parecido, hijo, oír dentro, a través de las puertas, el gemido de algún servidor.
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