Resumen del libro:
Recorrer el Gran Oeste canadiense junto a la caravana de dos intrépidos primos de Montreal, conocer sus peripecias frente a osos, bandidos y míticos animales, sentir la crudeza del clima de Alaska, descubrir la miseria de la vida en las minas y las consecuencias de esa enfermedad histórica que fue la fiebre del oro… ¿Pensaste disfrutar de una aventura así de la pluma de Julio Verne?
Los compromisos que lo ataban a su editor —que limitaban su obra al género científico de anticipación— lo obligaron a posponer este proyecto literario hasta sólo seis años antes de su muerte. Después, las manipulaciones que sufrió la obra anularon su cara más audaz, la que criticaba las desaforadas ambiciones de su tiempo. Ahora, por fin, podemos leer el texto original y definitivo.
PREFACIO
En 1886, después de haber publicado alrededor de treinta novelas de la serie de los Viajes Extraordinarios, Julio Verne se encuentra en la cúspide de la gloria. Sin embargo, en el transcurso de aquel mismo año, se van sucediendo las desgracias en la vida del escritor: su sobrino, herido por un disparo, quedará cojo para el resto de sus días, y su editor, Pierre-Jules Hetzel, fallece. Al novelista le aguarda otro tipo de vida: ya no puede navegar, lo que constituía su gran pasión, y sintiéndose libre de las ataduras impuestas por Hetzel, pone en tela de juicio su carrera literaria.
En efecto, Verne sueña con liberarse del marco «científico y geográfico» en el que se hallaba «condenado a desenvolverse». Al tiempo que envejece, escribe novelas fantásticas (La esfinge de los hielos, Las historias de Jean-Marie Cabidoulin), o de pasión (El castillo de los Cárpatos), satíricas (Sin pies ni cabeza), pero esas obras, que hoy son apreciadas por su valor literario, son mal recibidas entonces. El público espera ante todo del autor de De la tierra a la luna novelas de ciencia-ficción en las que se desplieguen inventos extraordinarios.
Los manuscritos póstumos de Julio Verne.
Después de la muerte de Julio Verne, el 24 de marzo de 1905, su hijo Michel elabora sin tardanza la lista de once volúmenes en espera de ser editados. Esas obras se dividen en un relato de viajes (Viaje por Inglaterra y Escocia), una novela de ciencia-ficción (París en el siglo XX), una colección de relatos y ocho novelas terminadas: El faro del fin del mundo, La agencia Thompson & Co., En Magellanie, El secreto de Wilhelm Storitz, La caza al meteoro, El bello Danubio amarillo, El volcán de oro y Viaje de estudios, siendo este último el único que se había quedado en estado de proyecto. Desgraciadamente, bajo las presiones del editor Jules Hetzel, Michel Verne se entrega entonces a una lamentable manipulación. Reescribe completamente las obras de su padre —entre ellas El volcán de oro—, introduce nuevos personajes, redacta nuevos capítulos e imagina nuevas conclusiones. Todo el espíritu de las obras originales es traicionado.
Hasta nuestros días no se conocían esas novelas póstumas sino bajo esa forma desnaturalizada. Pero recientemente, la Sociedad Julio Verne ha encontrado en manos de los descendientes del editor las copias de los manuscritos de Julio Verne; después de una primera edición no comercial, de tirada limitada, en la actualidad agotada, presenta hoy para el gran público la versión original de El volcán de oro, la única auténtica. La novela retorna a su verdadero ser cien años después de su redacción.
El manuscrito de El Volcán de oro.
En 1896, los buscadores de oro se precipitan hacia las orillas del Klondike, en el territorio del Yukón, tras el anuncio del descubrimiento de un yacimiento aurífero inagotable. El propio hijo de Julio Verne se entrega a la prospección minera. El escritor no tarda en describir aquella funesta fiebre del oro, un metal que menosprecia después de haber trabajado en la Bolsa en 1857 —el mismo oro que le proporciona el tema de En Magellanie y de La caza al meteoro—, y al que todavía volverá a aludir en 1900 en Segunda patria.
En octubre de 1899, Verne escribe a Hetzel hijo:
Estoy ahora sumergido en las minas del Klondike. ¿Encontraré una pepita de oro? Ya veremos. En cualquier caso le doy al pico como un minero.
Obra fuerte y pesimista, El volcán de oro, una vez terminada, queda en reserva. Será la única novela póstuma en dos volúmenes, prueba del interés que el autor sentía por ella.
Completa y revisada, la obra no necesitaba ninguna corrección o modificación. Sin embargo, tal fue su destino. El manuscrito de El volcán de oro presenta un texto acabado, aunque le falta la última revisión de pruebas. Según su costumbre, el escritor no había decidido definitivamente los nombres propios de todos sus personajes. En el curso del relato cambia a veces la ortografía, ya fuera por distracción, o para probarlos, ya que Verne trabajaba sobre varias novelas a la vez. Consciente de cometer ese tipo de errores, el autor se reserva por otro lado la posibilidad de corregirlos adjuntando a un nombre, a una distancia, o a una fecha dudosa un signo de interrogación, destinado a llamar su atención. Por lo tanto, hemos rectificado las eventuales faltas como el autor lo hubiera hecho. Solamente han quedado algunas repeticiones, olvidos y torpezas; las hemos respetado y hemos señalado las lagunas del texto mediante puntos suspensivos entre corchetes. Cualquier otra rectificación está señalada por una nota a pie de página. Los nombres propios modificados conservan su primera grafía, pero las variantes van señaladas igualmente a pie de página. En lo que respecta a los nombres geográficos, hemos conservado su antigua ortografía, la de la época de Julio Verne. Finalmente, esta nueva edición ha sido revisada y corregida.
Tema de la obra.
Una sola fórmula basta para resumir El volcán de oro: «Muerte y miseria en el Gran Norte». En efecto, dos temas son desarrollados en la novela: la fiebre del oro y la travesía de un país salvaje e inhospitalario.
La fiebre del oro se describe como una enfermedad, apoyándose en términos médicos:
¡Ben no escapó a la epidemia reinante, y Dios quiera que yo a mi vez no me contagie! ¡Vaya fiebre, esta fiebre del oro, y no es intermitente, y no se la puede cortar con una quinina cualquiera! Me doy cuenta de que no hay cura para ella.
En aquel final del siglo XIX, en el que el enriquecimiento era la finalidad de toda la burguesía, atacar al Becerro de oro, dios de los capitalistas, no carecía de cierta audacia. Ese ataque obligó sin duda al autor a retrasar la publicación de su novela y explica ciertas transformaciones operadas por su hijo y por Jules Hetzel, asustados por el desprecio que manifestaba el escritor por el «vil metal», temían que afectara a la venta del libro.
Si bien el odio hacia el oro permanece oculto en tres novelas póstumas (En Magellanie, La caza al meteoro y El volcán de oro), este mismo odio se manifiesta en vida del autor en Segunda patria, en la cual aparece una breve alusión a aquella plaga, y donde el descubrimiento de pepitas de oro amenaza con hacer desaparecer la colonia:
¡Si se divulga la existencia de estos terrenos auríferos, si se llega a saber que las pepitas abundan en la Nueva Suiza, los buscadores de oro acudirán en masa y, tras ellos, vendrán todos los males, todos los desórdenes, todos los crímenes que acarrea la conquista de ese metal!.
Bajo la probable presión del editor, ese «fermento de agitación y ruina» desaparece del relato como por encanto; las pepitas ya no existen y en su lugar se lee:
[…] la colonia no fue invadida por esos buscadores de oro que sólo dejan tras ellos desorden y miseria.
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